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Los trastornos mentales afectan al 22% de las personas que viven en zonas de conflicto

La salud mental se deteriora de manera alarmante en los habitantes de escenarios violentos, según un nuevo estudio que halló una alta incidencia de depresión, ansiedad y estrés post traumático, entre otras enfermedades, y que evidenció la necesidad de invertir en servicios de sanidad mental para la población afectada.





La depresión, la ansiedad, el estrés post traumático, el trastorno bipolar y la esquizofrenia son enfermedades mentales que afectan a más de una de cada cinco personas, alrededor del 22%, viviendo en áreas de conflicto, afirma un estudio de la Organización Mundial de la Salud publicado este martes en la revista médica The Lancet.




Los nuevos hallazgos, que también reportan que el 9% de las poblaciones de escenarios violentos padece algún desorden mental de moderado a grave, subrayan la urgencia de establecer una red de servicios de salud mental en las zonas de conflicto, apunta la OMS.

Las conclusiones del informe surgen del análisis de los datos de 129 publicaciones de 39 países entre 1980 y 2017, y superan con creces los estimados globales de enfermedades mentales en la población en general, que se ubican en una de cada 14 personas.

El estudio encontró también que la depresión y la ansiedad aumentan con la edad y que la depresión es más común en las mujeres que en los hombres.

Enfermedades subestimadas
Aparentemente, las cifras existentes subestimaban la magnitud de los trastornos mentales en los lugares de conflicto, tanto en los cuadros de enfermedades graves, como en los casos de desórdenes moderados.

La OMS señala que la información sobre trastorno bipolar y esquizofrenia es limitada, por lo que los cálculos referentes a estas enfermedades se basan en proyecciones globales y no toman en cuenta el mayor riesgo de incidencia en los escenarios de conflicto. Las proyecciones tampoco incluyen variables como los desastres naturales y las emergencias de salud pública.

Una de las responsables del estudio, Fiona Charlson, investigadora de la Universidad de Queensland, Australia, indicó que los nuevos datos pueden considerarse los más precisos disponibles hasta el momento.

“Los estimados de análisis previos habían sido inconsistentes y mostraban algunos números increíblemente bajos o altos. En este estudio utilizamos criterios de inclusión y exclusión más rigurosos, así como métodos avanzados de investigación y estadística”, explicó.

Actualmente observamos crisis humanitarias mayúsculas inducidas por el conflicto en varios países como Afganistán, Iraq, Nigeria, Somalia, Sudán del Sur, Siria y Yemen.

Récord de conflictos y urgencia de inversiones
En 2016 el número de conflictos armados alcanzó un récord histórico, con 53 conflagraciones en 37 países y con el 12% de la población mundial viviendo en zonas de conflicto activo, además de que casi 69 millones de personas han debido desplazarse debido a la violencia.

De acuerdo con el doctor Mark van Ommeren, del Departamento de Salud Mental de la OMS y coautor del estudio, las nuevas cifras sumadas a las herramientas disponibles para ayudar a la gente con trastornos de salud mental en las emergencias dan mayor peso al argumento que llama a invertir de forma inmediata y sostenida en atención mental y psicosocial para quienes lo precisen en los conflictos y en el periodo que les sigue.

“En las situaciones de conflicto y otras emergencias humanitarias, la OMS brinda apoyo de diversas formas: primero, asistiendo en la coordinación y evaluando las necesidades de salud mental de las poblaciones afectadas; segundo determinando qué apoyo hay disponible en el terreno y qué hace falta; y tercero, ayudando a aumentar la capacidad de cuidados cuando es insuficiente, mediante capacitación o con recursos adicionales. Pese a sus consecuencias trágicas, cuando hay voluntad política, las emergencias pueden ser un catalizador de la construcción de servicios de salud mental de calidad, que sean sostenibles a largo plazo”, apuntó Van Ommeren.

Los autores del estudio reconocieron las limitaciones que enfrentó su trabajo debido a la complejidad de la recolección de datos en los escenarios de conflicto y a las variables culturales que influyen el diagnóstico.




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