OPINIÓN de Adela Cortina. - Los europeos, inventores del Estado nacional, habríamos ideado también una comunidad de soberanías compartidas capaz de ir sentando las bases de una sociedad cosmopolita. La unión económica exigiría reforzar la unión política y, como condición de posibilidad de una y otra, se potenciaría la Europa de los Ciudadanos, clave de bóveda de todo lo demás. Pero la crisis actual ha puesto en evidencia que ninguna de esas metas se había alcanzado, porque ha sido el egoísmo de cada país el que ha presidido sus actuaciones y no la cooperación imprescindible para que funcione como tal unión en el orden ciudadano, político y económico. No hay una auténtica democracia europea, los gobernantes toman acuerdos bilateralmente, cambiando las lealtades al hilo de la conveniencia coyuntural, pero no se atiende a las aspiraciones de los supuestos ciudadanos europeos. Este funcionamiento es suicida. Y no solo porque va en contra del sentido de la democracia, no solo porque result