OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- El llamado problema territorial es muy viejo en España. Demasiado tiempo arrastrándolo y sin atisbo de luz al final del túnel. Dentro de un conducto así transcurrió la centuria anterior hasta 1978, un momento en el que los constituyentes parieron aquello del Estado de las autonomías. No obstante, el que ese nuevo Estado fuera concebido como un café para todos, para los que querían dos tazas y para los que en su vida se habían planteado la necesidad de tomarse un sorbo, alumbró un texto que se ha ido desgastando poco a poco. Han pasado cuarenta años, y aquel acuerdo está caducado para una buena parte de los ciudadanos del Estado español, mientras que para otra buena parte, más amplia seguramente, aquella descentralización casi federalizante continua siendo más que suficiente. El asunto pivota sobre una concepción tan anacrónica como sencilla de entender: a una nación [española] le corresponde un Estado [español]. Por lo tanto, con esa misma lógica, quienes