OPINIÓN de Pura María García .- Leíamos y escuchábamos hace unos días que Suiza se blindaba ante los inmigrantes. Y pusimos, de inmediato, el grito en el cielo. Parlanchines, tertulianos, plumas-serviles y agitanadas se lanzaban a mostrar su indignación y su perplejidad ante el atrevimiento “del país helvético”. Se fueron llenando las mesas con micrófono de repentinos expertos y expertas que acudían al terreno cenagoso de la falsimedia para “dar luz” al público sobre el tema. Nos escandalizamos. Suiza, un país que no forma parte de la Unión Europea, pero que firmó en su día los acuerdos sobre libertad de movimientos y tránsito por su territorio como parte del grupo de Shenguen, se ha atrevido a plantar cara, dejarse de eufemismos y mostrar, sin tapujos, su xenofobia. La Unión Europea, un constructo que nada tiene de real ni de ideológico, sino que se basa exclusivamente en acuerdos entre las manos de mercados que juegan su partida mejor sobre un tablero que los une, se escandaliz