OPINIÓN de Leonora Esquivel .- Hace un par de semanas en un parque cercano a mi casa donde compro las frutas y verduras, descubrí a un indigente a quien le falta una pierna de la rodilla hacia abajo. No debe tener más de 35 años, su aspecto indica que lleva muchos años en la calle pues su pelo luce apelmasado, tiene la cara tiznada y sus harapos sucios despiden un fuerte olor. Me impresionó mucho ver que se desplazaba dando saltos y que cargaba un costal que constantemente se le caía del hombro. “Hay que conseguirle unas muletas”, pensé. Pasé la voz con algunos conocidos por si tenían unas muletas que quisieran donar. Pasaron los días y hoy lo volví a ver en el mismo parque, donde coincidí con una activista por los derechos de los animales y acordamos organizar una colecta entre amigos y vecinos de la zona para comprarle unas muletas. Compré un poco de fruta para él y cuando se la ofrecí me sorprendió que su respuesta fue “No gracias, ya desayuné y además cuando salga el sol se va