Por Robert Fisk Detesto que me llamen reportero de guerra. En primer lugar, porque la palabra tiene el triste sabor del adicto. En segundo, porque no se puede informar de una guerra sin conocer la política subyacente en ella. ¿Podrían Ed Murrow o Richard Dimbleby haber cubierto la Segunda Guerra Mundial sin entender la política de contemporización de Chamberlain o el anexionismo de Hitler? ¿Podría James Cameron –cuya cobertura de Corea fue espectacular– haber registrado en vivo el lanzamiento de prueba de una bomba atómica sin tener conocimiento de la guerra fría? Siempre digo que los reporteros deben ser neutrales e imparciales… del lado de los que sufren. Si uno cubriera el tráfico de esclavos en el siglo XVIII, no le daría espacio igual al capitán del barco esclavista. En la liberación de un campo de exterminio, no le daría tiempo igual a las SS. Cuando la jihad islámica palestina voló una pizzería llena de niños israelíes en Jerusalén, en 2001, no le di espacio igual al vocer