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Relación entre protesta y violencia


OPINIÓN de Bruno Peron Loureiro, Brasil.- Entre los dichos “Dios escribe derecho en renglones torcidos” y “Dios es brasilero”, no sé cuál de ellos es más susceptible a ser mal interpretado en Brasil. Ambos difieren en que el primero es consolador ante los dolores interminables, mientras que el segundo es adulador porque masajea nuestro ego. Pero también se asemejan: Brasil es el lugar donde el error y el acierto, el dolor y el placer se alternan desde siempre en su territorio.

Pasada la euforia del fin del mundo, que de hecho llenó a mucha gente de asombro y precaución, en Brasil sucede lo mejor y lo peor del mundo. Habiendo recibido el cetro de la modernidad europea, el transcurrir de pocos siglos ha mostrado combinaciones étnicas, culturales y sociales que ningún otro país experimenta. Con todo, estamos todavía por derivar el resultado de las expansiones ultramarinas, mientras que como civilización nueva, distinta e imprevista, hemos tenido motivos para creer que “Dios es brasilero” como resultado del orgullo de la nueva tierra y de la nueva sangre.

Pero la peor parte de este relato histórico quedaría acreedora de explicación, ¿por qué, en una tierra de gente alegre y tierra fértil, reside también lo peor del mundo, donde también la violencia tiene expresiones creativas? Como contrariando todo progreso las promesas de la modernidad se alargan frente a las sombras. No se oculta la existencia de un lado oscuro, que aturde las expectativas y los optimismos.

El objetivo de este texto es proponer una discusión sobre la relación ilegítima y nebulosa que se establece en Brasil entre protesta y violencia. Las demandas de las protestas no solo ocurren en forma lúdica, al son de tambores y “gritos resonantes”. No es de extrañar que la población de este país viva en un escenario frecuente de lo peor del mundo. Narrativas periodísticas revelan los éxitos y fracasos del crimen en sus variados aspectos: estaciones de bicicletas de Bike Sampa cierran debido al vandalismo; matones amedrentan a propietarios y parroquianos de restaurantes, conductores reciben tiros dentro de sus vehículos luego de ser asaltados, indígenas desaparecen de sus aldeas.

Hay una crisis de competencias (quien hace que, quien es responsable por hacer que) en la cual la pólvora se dispersa con rapidez, pero todos se apartan cuando se enciende la chispa. Deberes laborales se convierten en una lucha por la garantía de sobrevivencia. No es por azar que los autobuses continúan siendo quemados en varias ciudades brasileras como una forma de protesta del tipo “tiro en un pie”. O sea, se vandalizan bienes necesarios y propios y se dejan centenares de personas sin transporte público para llamar la atención a las autoridades que los autobuses no funcionan.

Porque las formas de protesta han variado de acuerdo con la creatividad, tenemos ejemplos desde los afiches de brasileros contra el sexismo y la xenofobia en la Universidad de Coimbra, hasta los “rolezinhos” en los centros comerciales. Esta última modalidad de protesta es todo lo que las clases altas y medias no querían, jóvenes de las periferias frecuentando los mismo espacios de consumo de “madames” y “sociedad”.

En la medida que las protestas asumen contornos nuevos de acuerdo con la creatividad –la que los brasileros tenemos en exceso, por cierto– acompañamos la falacia de los discursos oficiales y se revela una crisis de gobernabilidad en Brasil.

Hay primero que entender los motivos de las protestas para luego proponer medidas que atiendan las necesidades de quien protesta y no sus caprichos. Esto significa que no toda protesta el legítima o pertinente, así, un “rolezinho” por las escuelas brasileras sería más interesante que en los centros comerciales a fin de promover los espacios educativos para todos en lugar de celulares caros para muchos.

En este ínterin, se trabaja para reducir la violencia en los movimientos de protesta a despecho de la dificultad de evitar la infiltración de personas malintencionadas. La justicia y la paz imperarán donde el deseo del bien colectivo sea mayor que el de saciar los instintos primitivos. Una vez que se disipe la oscuridad, creo que Brasil triunfará como escenario de lo mejor del mundo, dónde cualquier dios va a querer ser brasilero.




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