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Mujeres migrantes: las heroínas invisibles del siglo XXI

“Muchas se quedan embarazadas durante el viaje, otras tratan de evitarlo y las hay que dejaron a sus hijos con la familia. Todas coinciden en que migraron para mejorar su vida, para conseguir más independencia y ayudar a sus familias de origen. El derecho a no migrar no existe, nos dicen”.

Helena Maleno. AFP

El Centro Cultural La Corrala, en pleno centro de la capital, fue el pasado día 7 de junio el lugar escogido para una jornada en el que las mujeres migrantes, las que nos cruzamos cada día, las que caminan por los desiertos antes de llegar a nuestras puertas y las que se dan de bruces con nuestras vallas, fueron las únicas protagonistas. La jornada “Mujeres creando estrategias contra las violencias”, organizada por Alianza por la Solidaridad, tenía como objetivo presentar trabajos e iniciativas en los que las extranjeras se presentaron como las mujeres resistentes y valientes que son, muy lejos de los estereotipos que las acompañan en su día a día, tanto en Europa como en la ruta que las trae hasta aquí.
El seminario, tras ser presentado por el periodista Nicolás Castellanos, de la Cadena Ser, comenzó recordándonos las políticas migratorias que tenemos en la UE de la mano de Jara Henar, de Alianza por la Solidaridad. Henar comentó que hoy la ‘marca España’ es MADE IN (S) PAIN, es decir, es dolor para las familias migrantes que huyen de sus hogares por conflictos y por falta de expectativas y que se encuentran con vallas y controles fronterizos cada vez más insuperables. “Hoy tenemos activistas de Ongs de países como Níger en la cárcel, pero si llaman a la UE pidiendo ayuda, al otro lado nadie les contesta”, señaló Henar ante una audiencia que prácticamente llenaba el auditorio del centro.



Fue la activista Helena Maleno, aún pendiente de juicio tras ser acusada de tráfico de personas –su delito: ayudar al rescate de migrantes en el Estrecho-, quien nos mostró la dureza del recorrido que estas mujeres, nuestras vecinas, nuestras trabajadoras del hogar, nuestras compañeras y/o amigas, cargan sobre sus espaldas cuando llegan a estas fronteras. Es lo que nos cuenta la investigación que ha realizado para Alianza, con más de 80 entrevistas personales y encuentros con tres grupos de 20 mujeres que viven ahora en Marruecos, pero que salieron de sus países de origen con destino a Europa.

En ese tránsito que dura años, comentaba Maleno, las mujeres cambian la estrategia migratoria con la que salieron de su país. “Muchas se quedan embarazadas durante el viaje, otras tratan de evitarlo y las hay que dejaron a sus hijos con la familia. Todas coinciden en que migraron para mejorar su vida, para conseguir más independencia y ayudar a sus familias de origen. El derecho a no migrar no existe, nos dicen”, explicó Maleno.





Muchas de ellas, señala la investigación, llegan por avión hasta Marruecos pero otras muchas también lo hacen por vía terrestre y en esos casos con grandes mochilas cargadas de violencia que se fueron llenando en el camino, cuando las abusaron sexualmente, las maltrataron físicamente, la secuestraron… y a algunas acabaron por matarlas, sobre todo en zonas de frontera y en el Sáhara. ¿Cuántas? Nadie lo sabe. “Es el precio que tenemos que pagar por nuestro proyecto migratorio”, les contaron a Maleno.

Con ese equipaje a cuestas, teñido de miedo, llegan a Marruecos y se encuentran con un país que no las quiere, en el que no tienen fácil sobrevivir. Las hay que mendigan, otras acaban en la prostitución y las menos consiguen un trabajo doméstico o en una empresa de pescado. “Allí se encuentran con más discriminación y más racismo. Incluso entre los grupos de migrantes, sus compañeros de camino, no tienen voz ni tienen cómo protegerse, así que van creando redes de apoyo mutuo entre ellas para exigir derechos como la escolarización de sus hijos donde viven o para poder inscribirse en un registro censal”, señalaba la investigadora.

Entre sus conclusiones destaca la normalización de la violencia que tienen, pero también su capacidad de fortalecerse porque, afirman, que el viaje las transforma: “Hemos aprendido muchas cosas. Si la sociedad nos ve solo como analfabetas y prostitutas es porque no nos conocen”, le han asegurado. Entre las recomendaciones que destacó Maleno, mencionó la necesidad de escuchar más a las mujeres migrantes desde las instituciones, apoyar que se organicen y que tengan representantes dentro de sus comunidades.

Es lo mismo que reclama Celia Medrano, de la organización salvadoreña Cristosal. Medrano puso sobre la mesa en esta jornada un fenómeno del que poco se sabe a este lado del Atlántico: los desplazamientos internos en Centroamérica causados por la escalada de violencia social que se vive en países como El Salvador, Guatemala u Honduras. Medrano mencionó informes oficiales en los que se habla de más de 220.000 desplazados ‘invisibles’ en la región, personas a las que ningún gobierno reconoce su existencia. “Sólo nosotros hemos identificado 138 familias en El Salvador, pero son muchos más. En mi país, se hablaba de 41.000, una cifra que no incluye zonas donde el propio personal oficial que los contabilizaba no pudo entrar por la inseguridad que había”, mencionó.




Son familias desplazadas que llegan sin recursos, sin un lugar donde dormir, sin comida. Y viajan con sus hijos y sus ancianos porque si los dejan en sus hogares, se juegan su vida. A veces, son menores o adolescentes que malviven solos. Entre ellos, aseguró, también hay graves situaciones de violencia de género.

Al fina, cuando por nuestra frontera sur o cruzando el océano, llegan a la deseada Europa, pocas opciones laborales encuentran para salir adelante. Y Carolina Elías, de la organización Sedoac (Servicio Doméstico Activo), lo sabe bien: “Las extranjeras somos mayoría en el trabajo doméstico pero también es un trabajo invisible. En mi barrio, Usera, no hay ni una sola dada de alta en la Seguridad Social”. Elías fue muy clara: “La población da por hecho que queremos limpiar váteres desde niñas, pero nuestro trabajo, que es de cuidadoras, es muy valioso aunque esté infravalorado. Es más, si lo hicieran hombres ya habrían creado la Universidad del Planchado”, ironizó.

La realidad que retrató es la de trabajadoras que tienen jornadas de 16 horas al día por 1.000 euros, pero que no cotizan ni por 850, así que ni llegan a alcanzar unapensión contributiva. “Las empleadas extranjeras del hogar somos invisibles, para el Estado, el sistema patriarcal, las leyes y hasta para el feminismo, porque aunque nosotros salimos a la calle en apoyo de las demandas generales del movimiento, aún estamos esperando que se movilicen con nosotras”. “Ustedes necesitaban manos, pero no contaron con que llegábamos personas”, concluyó.

En la jornada también intervino la afro-diputada Rita Bosaho, que comentó la escasa representación de las mujeres migrantes en las instituciones políticas Europas y españolas, y la representante de SOS Racismo Dánae García, que hizo hincapié en la violencia policial e institucional a la que se tienen que enfrentar las mujeres extranjeras que viven en nuestros barrios.


Mujeres migrantes como sujetos políticos

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