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Argentina: Un huevo sigue sin ser pollo


¿Cuando usted se come un huevo, qué se come: un huevo o un pollo. Dirán que esto es facilismo. ¡Manual feminista!, gritará alguna cuica Opus. ¿Y qué? Todas las mujeres populares saben del aborto, del palo de perejil, del alambre y de los riesgos que corren con las aborteras clandestinas... ¿Quién habla de la vida y pone los ojos blancos mirando al Altísimo? El mismo prelado al que se le espumea la boca negando el condón, que es el único salvoconducto en la frontera del sida. ¿Acaso, señor eclesiástico, su celibato pedófilo es más recomendable?  Pedro Lemebel


Gala Abramovich



¿Acaso, señor eclesiástico, su celibato pedófilo es más recomendable?
Por Agustina Paz Frontera, LatFem.- “Pareciera que después de tanto andar en el difícil trayecto de la liberación, ciertos proyectos de identidad que creíamos ganados son remitidos a la mazmorra feudal del catolicismo inquisidor”, dice el escritor Pedro Lemebel en una columna publicada en 2008 en el diario La Nación de Chile. ¿Y ahora, cómo seguimos? El muro de contención que erigió la Iglesia Católica para que no se desbordara la marea puso en evidencia la desesperación de la jerarquía eclesiástica ante el avance del poder del feminismo y, por otro lado, la necesidad de esperar a que haya un recambio en el Congreso para volver a presentar el proyecto. Están ahí. No era fácil, ¿quién dijo que lo era? Tienen más de la mitad del Senado, tienen unidades en todos los pueblos, escuelas en todas las ciudades, representantes en cada gobierno, pósters en todos los hospitales ¿Y nosotras qué tenemos? ¿Cómo mantenemos alta la marea?

“Hemos marcado una época y cambiado con nuestro paso la política nacional. Logramos la despenalización social del aborto y más temprano que tarde alcanzaremos la Ley”, comunicó la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto el día después de que el Senado nacional decidiera no modificar una legislación que está a punto de cumplir 100 años. Lejos del espíritu modernizador que se proclama, los discursos antiderechos remiten a un escenario anterior al código de Rodolfo Moreno, y el Senado, como representante de un deschavado movimiento restaurador nos reenvía a las últimas décadas del siglo XIX. Dios como fundamento, el caudillismo como matriz política, la mujer infantilizada y tutelada y la voz del pueblo ninguneada, barbarizada. Entre la praxis conservadora y la construida en el reticulado popular, hay una fosa infranqueable que como en los cuentos medievales, separa el castillo del resto del mundo. No hay vasos comunicantes, no hay filtraciones. “Logramos la despenalización”, dice la Campaña, pero en el castillo refrendaron una ley que penaliza el aborto.

“¿Por qué estos rígidos señores condenan a la clase trabajadora a tener sexo sólo procreativo? ¿Y si el polvo era sólo por calentura casual? Si la cachita era sólo para pasar la neura, sólo por deseo. Ustedes, señoronas de misa dominical, ¿conocen la palabra deseo? ¿O sólo se abren de piernas para tener hijos?”, continúa el artículo de Lemebel. El riesgo detectado por los señores eclesiásticos prendió alarmas en todos lados. Movilizaron su gente, sus tropas, sus fieles. Y ahora, que han sido alertados del deseo de decidir cuándo maternar y de la organización de cuidados para asegurar ese derecho, ¿emprenderán una vigilancia aún más severa?

¿Debemos esperar un backlash? En 2012 cuando la CSJN resolvió el caso F.A.L, que reconoce que el aborto no es punible en casos de violencia sexual y manda a las provincias a elaborar protocolo de atención médica que no restrinjan el derecho al acceso a la práctica, entre otras cosas, la respuesta conservadora fue precisa. Se multiplicaron presentaciones judiciales de organizaciones antiderechos. El caso más resonante fue el del amparo judicial interpuesto en la provincia de Córdoba por Portal de Belén, contra la Guía práctica provincial para la ejecución del aborto no punible. Hoy en día el protocolo está suspendido en la provincia de Córdoba a la espera de una resolución definitiva. Ante un escenario de estas características, la Campaña post 8A exige que “cada provincia que no lo haya hecho adhiera a las prácticas médicas que establece el Protocolo para la Atención Integral de las personas con derecho a la Interrupción Legal del Embarazo del Ministerio de Salud de la Nación” y que “desde ahora, cada muerta y cada presa por abortar será responsabilidad del Poder Ejecutivo Nacional y de lxs 40 senadoras y senadores, integrantes del Poder Legislativo, que se abstuvieron o votaron en contra”.

La provincia de La Rioja fue declarada Provincia ProVida el mismo 9 de agosto. El aborto destapó una olla. En los meses que van de marzo a agosto asistimos a un curso acelerado sobre derechos reproductivos y educación ciudadana. Luego de la exposición pública de la fuerza del movimiento feminista y la vocación de secularizar la sociedad, emerge cierto temor dentro de algunas organizaciones de que la pasión antiderecho redunde también en mayor obstaculización y persecución a activistas. En especial se espera una avanzada contra Socorristas, activistas que informan y acompañan abortos seguros.

La potencia del feminismo en la calle se había traducido en imposición de agenda electoral ya en 2015, cuando tanto el candidato Daniel Scioli como Mauricio Macri debieron referirse a los femicidios y mencionaron la campaña Ni Una Menos en sus plataformas. Es de esperar que con el aborto ocurra lo mismo. La escritora e integrante de Ni Una menos, Marina Mariasch considera al respecto que “es hora de que los armados partidarios entiendan que sin la problemática de las mujeres, lesbianas, travestis y trans no hay política posible” y enfatiza que “el año que viene votamos. No nos olvidamos”. En el mismo sentido, el documento publicado por la Campaña también llama “a no votar candidatos/as que nos hayan negado o que se hayan posicionado contra nuestro derecho a decidir, a la vez que instamos a cada partido político a que incluya en su plataforma electoral, rumbo a las elecciones de 2019, la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo”.

Pero el escenario evidenciado por el debate por la legalización del aborto no sólo tiene correlato en la política nacional. El 14 de agosto al mediodía, en las dependencias del Congreso en Valparaíso, se presentará un proyecto para despenalizar la interrupción del embarazo hasta la semana 14. La presentación, como en la Argentina, se hace desde diversos partidos políticos. En España, la Conferencia episcopal aprovechó para solicitar que el Tribunal Constitucional responda sobre la inconstitucionalidad de la despenalización que rige desde 2010. Estos son solo dos ejemplos de lo que arrastra el mar verde cuando sube y baja. ¿Y ahora, cómo seguimos? La próxima estación del movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans es el Encuentro Nacional de Mujeres de octubre en Chubut.


El título de la nota y las citas pertenecen al artículo “Un huevo no es pollo”, publicado por Pedro Lemebel en el diario La Nación de Chile en 2008.




Alguna vez le pregunté a mi madre si se había hecho algún aborto. Me dijo que sí con aburrida indiferencia y después hablamos de otra cosa, mientras ella apagaba la tele donde el cura Hasbún vomitaba sentencias y amenazas con cola de lagarto
Algo hay que decir, al menos desatar la ira frente a la impudicia de cinco momias del Tribunal Constitucional que se arrogan el derecho de apoderarse del cuerpo de la mujer para decidir sobre sus proyectos fecundatorios.

Pareciera que después de tanto andar en el difícil trayecto de la liberación, ciertos proyectos de identidad que creíamos ganados son remitidos a la mazmorra feudal del catolicismo inquisidor. ¿Pero quiénes hablan de la vida y la familia con la boca llena de espermios vinagres? La misma derecha miliquera cómplice del crimen a mansalva.

¿Quién habla de la vida y pone los ojos blancos mirando al Altísimo? El mismo prelado al que se le espumea la boca negando el condón, que es el único salvoconducto en la frontera del sida. ¿Acaso, señor eclesiástico, su celibato pedófilo es más recomendable? Tal complicidad retrógrada entre los magistrados y la curia violenta el derecho que tiene toda mujer a decidir sobre su cuerpo. Si no eres dueña de tu cuerpo, mujer, ¿de qué mierda eres dueña? Mujer pobre, mujer proleta, mujer obrera, cansada de trabajar, lavar, educar, amamantar a la prole que, según estos beatos, te manda Dios. Como si Dios te diera un bono de mantención para la crianza. Como si los críos vinieran con una beca divina. Mira tú, si los ricos Opus pueden darse el lujo de parir a destajo porque les sobran las lucas.

En el fondo, como dice una amiga, este pastel podrido es segregación clasista. Que tengan guaguas como conejas las cuicas UDI, que tienen servidumbre para que les críen a los nenes blanquitos. Porque también, si ellas no quieren, pueden hacerse el aborto de un millón, en el fundo o con el médico de la familia, y después llegar regias al cóctel en La Dehesa.

Pero esa realidad glamorosa no es la suya, señora pobla. Con cueva ha logrado tener tres niños, y aun así, usted y su marido se sacan la chucha para educarlos. Y esa monserga de la vida, del huevito, del feto de días que piensa, canta ópera y recita la Biblia, el feto filósofo que es más que un ser humano.

Quién sabe, quién tiene la seguridad del momento cuando empieza el mambo de la vida. Pura culpa y más culpa que le meten en la cabeza. Como dice mi amiga feminista Raquel Olea, ¿cuando usted se come un huevo, qué se come: un huevo o un pollo. Dirán que esto es facilismo. ¡Manual feminista!, gritará alguna cuica Opus. ¿Y qué? Todas las mujeres populares saben del aborto, del palo de perejil, del alambre y de los riesgos que corren con las aborteras clandestinas.

Además, todas conocen los malos tratos y crueldades a que las someten en las postas públicas cuando llegan con hemorragia. La culpa cultural es la construcción madre, virgen y mártir que ha hecho esta sociedad occidental de la mujer. ¿Qué sabe el hombre de un cuerpo agredido en su género desde que nace? Nació chancleta, decía antes la gente, y las perritas se ahogaban en el río.

Lo mismo pueden decir de mí; qué sé yo de esto, de un territorio corporal tan vasto y mortificado por un designio religioso y parturiento. Y quizá tendrían razón, pero me complicito con la libertad del cuerpo mujer y sus decisiones de supervivencia, de tener o no hijos, de tomar la píldora del día después, después de tener un rico sexo espumeante. ¿Por qué estos rígidos señores condenan a la clase trabajadora a tener sexo sólo procreativo? ¿Y si el polvo era sólo por calentura casual? Si la cachita era sólo para pasar la neura, sólo por deseo. Ustedes, señoronas de misa dominical, ¿conocen la palabra deseo? ¿O sólo se abren de piernas para tener hijos? Pero ese es problema de ustedes, y no tienen que imponer esa moralina al país entero.

Tampoco se crean las damas zorrijuntas que llegar al aborto es una gimnasia recreativa. Si fallaron las pastillas, si no resultó el tarro, si el condón se rompió, la colegiala, la pobladora, tiene que vender lo que no tiene para arriesgarse con un raspaje con gillete mohosa.

Alguna vez le pregunté a mi madre si se había hecho algún aborto. Me dijo que sí con aburrida indiferencia y después hablamos de otra cosa, mientras ella apagaba la tele donde el cura Hasbún vomitaba sentencias y amenazas con cola de lagarto.

Pedro Lemebel (Santiago, 21 de noviembre de 1952​ – 23 de enero de 2015) fue escritor y artista plástico, autor de Loco afán: crónicas de sidario(1996), De perlas y cicatrices (1998), Tengo miedo torero (2001) y Zanjón de la Aguada (2003), entre otras novelas y crónicas. Lemebel fue cronista de Página Abierta, La Nación, de las revistas de izquierda Punto Final (desde 1998) y The Clinic. También condujo programas radiales, dirigió talleres de crónicas y dio conferencias en diversas universidades, como la Universidad de Harvard y la Universidad Stanford.







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