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Clonación de tarjetas

Jorge Zavaleta Alegre.- Las ciudades virreinales, donde sus habitantes paseaban por sus calles son imágenes para los libros de historia. Hoy, las urbes de América Latina son espacios repletos de transeúntes y comerciantes que comparten relaciones económicas más informales que formales.



En Trujillo, por ejemplo, ciudad fundada por el conquistador Diego de Almagro, en 1532, no queda un vestigio de las murallas para protegerse de piratas de ultramar. Pueblos enteros provienen de alejadas provincias, porque ya es imposible vivir por la ausencia de mínimas condiciones materiales, que según la televisión, abundan en las ciudades cercanas a las playas del Pacífico.

La prensa local hoy es, virtualmente, vocero de la violencia: “Tres ciudadanos, dos hombres y una mujer, visitan las oficinas de un banco, portando una carta fianza para formalizar una operación de crédito. Al principio, ellos muestran serenidad de hierro. El documento comienza a ser revisado por una exigente funcionaria a quien no le convence la fidelidad de las rúbricas…”

Sigue el relato: “Los tres clientes pasan a un segundo filtro, y la fianza es aceptada, con rapidez asombrosa... Este segundo tamiz es identificado como parte de una mafia… Llega la policía y los involucrados son llevados a la comisaria e internados a un penal. Cuatro días después, la fiscal provincial dispone la libertad de los cuatro, ante la indignación de los policías que ven frustrada su acción ciudadana. Y la primera funcionaria del banco, ante el peligro de sufrir alguna venganza, se retira a su domicilio, casi convencida de su frustración laboral. La corrupción se extiende…”

La población de las provincias y regiones vecinas se han trasladado a la capital de La Libertad, porque en sus pueblos pequeños la posibilidad de vivir se agota día a día. La minería legal e ilegal, el narcotráfico, el contrabando, la coima, el soborno, universidades de dudoso origen, junto a la diabólica acción delictiva de algunos jueces, va configurando una urbe cada vez más difícil para la convivencia civilizada.

En este maremágnum, el ciudadano se expone a la vulnerabilidad de sus documentos personales, incluyendo tarjetas de débito y crédito. Tratados de economía advierten que si se logra identificar el "número único e imprevisible" que autentifica las operaciones, los millones de usuarios en todo el mundo podrían ser víctimas de fraude, según una investigación de la Universidad de Cambridge.

La actual vulnerabilidad del popular método de pago con tarjetas de débito y crédito —que poseen un chip y un número pin— ha sido expuesta por investigadores de múltiples casas de estudios.



Meses atrás, los hallazgos, presentados en una conferencia de criptografía en Leuven, Bélgica, muestran que las tarjetas aún pueden ser clonadas, a pesar de las promesas de los bancos que aseguran que los dispositivos están protegidos de cualquier amenaza.

Según los expertos, la razón es la escasa implementación de métodos de criptografía. Por ello, acusan a las instituciones bancarias de ocultar información acerca de las debilidades del sistema.

El trabajo de investigación asegura que aunque el método del chip y la clave secreta ha sido utilizado por más de una década, "solo recientemente ha comenzado a estar bajo el escrutinio de la industria, los académicos y los medios de comunicación".

Cuando alguien saca dinero del cajero automático, se genera "un número imprevisible" para darle autenticidad a la operación.

Se supone que ese código (UN, por sus siglas en inglés), generado por un software en los cajeros y otros equipos similares, se escoge al azar. Sin embargo, los investigadores descubrieron que los equipos menos modernos pueden generar números muy previsibles.

"Si se logra adivinar el UN, será posible grabar todos los datos necesarios para conseguir un acceso momentáneo a la tarjeta y volver a utilizarlos en el futuro", indica la investigación de Mike Bond, según la BBC de Londres. "Es como si se hubiese clonado el chip. Se trata de un ataque planeado".

Más de 1.000 millones de usuarios en todo el mundo realizan transacciones de débito y crédito. Pero el sistema bancario que tienen las ciudades en países como el Perú carecen de eficiencia, y una clonación se convierte en un martirio para el cliente. La demora en resolver una clonación no tiene la respuesta inmediata. Las alarmas no se dan. Algunos bancos recurren a sutiles encuestadoras de los clientes para amainar la indignación y la demora en resolver los errores del sistema.

Todo indica que dentro de un banco existen infiltrados en técnicas de clonación, porque no es casualidad que una tarjeta de crédito vuelve a ser clonada, irregularidad que tras meses de reclamo dan la razón al usuario y se evade toda responsabilidad sobre los gastos en defensa y otros.

Las instituciones públicas como la Superintendencia de Banca y Seguros o de defensa del consumidor, actúan con una desesperante parsimonia. Y todo reclamo va quedando en la impunidad. Y la sociedad va perdiendo confianza en la banca, en tanto crece la informalidad comercial y se impone una cultura de la improvisación, de la desconfianza, cuya reconstrucción es un tema de profunda reflexión para la presente generación.





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