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Polonia. El antisemitismo legalizado

OPINIÓN de Stefan Zgliczynski.- Bajo el primer gobierno del partido nacionalista polaco Ley y Justicia (PiS) -que no aguantó más que dos años- la Dieta (Cámara baja del Parlamento) adoptó, el 18 de octubre de 2006, una ley que estipulaba entre otras cosas que, “Cualquiera que incrimine públicamente a la Nación Polaca (¡en mayúsculas!) de participación, organización o responsabilidad por los crímenes comunistas o nazis, es sancionable con una pena de prisión de hasta 3 años”.

Si embargo el PiS no controlaba entonces el Tribunal Constitucional y esta ley no pudo entrar en vigor. Doce años más tarde el viceministro de Justicia la puso en el orden del día del Parlamento y bajo una forma modificada esta ley fue adoptada: por la Dieta el 26 de enero de 2018 (la víspera de la Jornada internacional de recuerdo de las víctimas del Holocausto) y por el Senado, el 1 de febrero (a las 2h de la madrugada, sin modificaciones). Algunos días más tarde, el presidente Andrzej Duda -del PiS- la ratificó.

La adopción de esta ley por el Parlamento polaco ha sido para la mayoría de los medios mundiales la noticia del día. Todo el mundo lo interpretaba de una sola forma: Polonia niega el Holocausto. Para comprender de donde viene esta emoción en Israel, en los Estados Unidos, en Rusia, Alemania y otros países, veamos más de cerca esta ley que ha suscitado tantas controversias así como un aumento de la tensión -desconocida desde hace años- entre Polonia y sus socios extranjeros.

El artículo 55a y b de la “Ley sobre el Instituto de la memoria nacional -comisión de persecución de los crímenes contra la Nación Polaca” estipula en su nueva versión: “Cualquiera que públicamente y contrariamente a los hechos atribuya a la Nación Polaca la responsabilidad o la corresponsabilidad por los crímenes nazis cometidos por el Tercer Reich (…) es sancionable con una pena de prisión que puede llegar hasta los 3 años”. Y también: “Independientemente de las disposiciones en vigor sobre el lugar en que la infracción es cometida, la presente ley se aplica a un ciudadano polaco y a un extranjero que la cometa”.

Monstruosidades legislativas, escritas en un rincón y adoptadas de noche por la mayoría de la Dieta y del Senado, son una especialidad del PiS. Su enormidad, absurdidad e imprecisión no son solo fruto de las prisas o de la ausencia de consultas y de debate. Estas leyes (a menudo retroactivas), contrarias a la Constitución y al sentido común, son impuestas con premeditación, de forma que puedan ser aplicadas en cada ocasión que el presidente del PiS Jaroslaw Kaczynski -que tiene los plenos poderes, aunque no sea sino un diputado de base- o sus acólitos lo estimen útil.

Esta ley permite ser indulgente con las y los racistas, homófobos y antisemitas, de una parte, y de la otra autoriza a perseguir a las y los “comunistas”, a los extranjeros, igual que a las y los historiadores, periodistas, editores y también a las y los testigos del Holocausto.

Repetición de la historia

Hay que buscar las raíces de esta ley adoptada por el parlamento polaco en 2000, cuando apareció en Polonia el libro de un historiador polaco que vive en los Estados Unidos desde hace años, Jan T. Gross: Les voisins : 10 juillet 1941 – un massacre de Juifs en Pologne (Fayard 2002)[en castellano Vecinos Editorial CRITICA, ISBN: 9788416771059. Ndt). Gross describe en él cómo en julio de 1941 en el pueblo polaco de Jedwabne, que acababa de ser ocupado por la Wehrmacht, personas polacas torturaron, asesinaron y finalmente quemaron en una granja a sus vecinos judíos.

El libro de Gross provocó una conmoción en Polonia así como una de las más largas y violentas discusiones desde la caída del “socialismo real” en 1989. Los hechos estaban establecidos: en Jedwabne, sin participación del ejército alemán, solo con su incitación y aprobación, las y los polacos asesinaron a centenares de personas judías desarmadas, entre ellas mujeres, niños y ancianos torturándoles de una forma inimaginable. Sus motivos -mencionados tanto por los autores como por los testigos- eran: la venganza por una pretendida colaboración con la URSS (Jedwabne estuvo bajo la ocupación soviética desde el 27 de septiembre de 1939 al 22 de junio de 1941), la voluntad de robar y de librarse de quienes les hacían la competencia.

En el curso del debate provocado por el libro de Gross, hechos nuevos -recuerdos, informes, documentos (antes callados, ocultados u olvidados)- aparecían sin cesar, poniendo en cuestión toda la historia admitida precedentemente de Polonia y las y los polacos durante la Segunda Guerra Mundial.

Se ha comprobado que las y los polacos, presentados hasta entonces -tanto por las y los “comunistas” en el poder entre 1945 y 1989 como por las y los liberales de derecha, nacionalistas y neoliberales postcomunistas que gobiernan Polonia tras 1990 -solo como víctimas del terror alemán y soviético eran también responsables del Holocausto nazi. En su libro, publicado en 2004, El crimen y el silencio (Denoël, 2011), Anna Bikont reconstituyó los acontecimientos de julio de 1941 en la región de Jedwabne, ocupada por los alemanes y demostró que había numerosos pueblos en los que las personas polacas asesinaron a sus vecinos judíos (sin la participación de los alemanes, solo con su autorización). La descripción de esos pogromos -con torturas “refinadas”, violaciones, mutilaciones, que terminaban quemando vivas a las víctimas- hizo que una parte importante de la opinión pública, junto con los historiadores y periodistas de derechas que negaban la participación de la población ñolaca en el exterminio, simplemente se negara a aceptar esos hechos, juzgándolos imposibles e increíbles.

Además, se ha demostrado que recordar esos crímenes sigue siendo peligroso 70 años después: una de las familias que habían escondido a personas judías en Jedwabne, se vió forzada a emigrar tras la aparición del libro de Gross, y el alcalde del pueblo, que había tomado parte -al lado de Alexandre Kwasniewski, entonces presidente de la República- en la inauguración del cementerio de las víctimas, ha sido apartado de su puesto. Las y los testigos y los autores de los informes sobre el crimen han sido amenazados de muerte en varias ocasiones y en algunos casos ha habido incluso tentativas de atentados.

Las decenas de recuerdos y de diarios de las víctimas judías y de quienes han sobrevivido, así como los trabajos científicos aparecidos en Polonia durante los dos decenios pasados, indican que las personas judías que se escondían temían más a la gente polaca que a los alemanes, pues estos últimos no eran capaces de distinguir a las personas judías, al contrario que la gente polaca. Por supuesto, había personas polacas que ayudaban o intentaban ayudar a las personas judías que se escondían, pero lo hacían oponiéndose a la mayoría. Esa mayoría había sido alcanzada por el virus del antisemitismo, extendido en toda Europa antes de la guerra, y consideraba que la gente judía era su mortal enemiga.

Las y los investigadores del Centro de Investigación sobre el Exterminio del pueblo judío, en Varsovia, estiman que al menos varias decenas de miles de personas judías fueron asesinadas o denunciadas por polacos. Ciertas estimaciones alcanzan incluso las 100.000. Las y los autores de los asesinatos y de las denuncias se reclutaban entre la policía polaca, personal empleado polaco del servicio alemán de construcción, bomberos voluntarios, gente del campo y de las ciudades. Las personas judías eran también asesinadas por numerosos destacamentos partisanos de todas las orientaciones políticas: las Fuerzas Armadas Nacionales (NSZ) de extrema derecha, el Ejército del Interior (AK) mayoritario, los Batallones Campesinos (BCh) e incluso por ciertos destacamentos de la Guardia (luego Ejército) Popular (GL luego AL), comunista, aunque en las filas y bajo la protección de esta última la mayor parte de la gente judía sobrevivió.

Resulta así que durante la Segunda Guerra mundial las y los polacos mataron a más conciudadanos judíos que ocupantes alemanes durante la guerra defensiva de 1939, la insurrección de Varsovia en 1944 y otras acciones clandestinas y partisanas. Para nacionalistas polacos que celebran la imagen de una Polonia inocente víctima, estos hechos son tan peligrosos que no han dudado en prohibir su propagación mediante una ley.

El 11 de febrero de 2018, en una reunión con los habitantes de Chelm, el Primer Ministro Mateusz Morawiecki decía que “las autoridades soberanas de Polonia no expulsaron jamás a los judíos, no hacían lo que hacían en realidad los poderes soberanos en todos los demás países europeos” 1/.

Sería por tanto bueno recordar al Primer Ministro algunos hechos que rompen esta imagen sin tacha de Polonia:

- Durante la guerra polaco-soviética, a mediados del año 1920, las autoridades polacas internaron en Jablonna, cerca de Varsovia, a alrededor de 17.000 soldados y oficiales polacos de origen judío, pues eran automáticamente asimilados (como judíos) al comunismo y a los bolcheviques. Entre ellos numerosos voluntarios, como Alfred Tarski, que fue conocido más tarde como uno de los más célebres lógicos de todos los tiempos.

- Cuando a finales de octubre de 1938 Alemania deportó del Reich a Polonia a varios miles de judíos, ciudadanos polacos (entre otros Marcel Reich-Ranicki, crítico literario llamado más tarde “el Papa de la literatura alemana”), los guardias fronterizos polacos les negaron el acceso a Polonia y les forzaron a acampar varios meses en condiciones terribles, a cielo abierto, en la frontera. Una parte de ellos fueron admitidos más tarde en Alemania. La decisión de las autoridades polacas de excluir de la nacionalidad polaca a las personas que vivían en el extranjero (que atacaba particularmente a las personas judías), fue la causa directa de la deportación alemana.

- El 10 de enero de 1939, por tanto algunos meses antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno polaco declaró oficialmente el plan de expulsión de las personas judías de Polonia a África. Una comisión especial del gobierno polaco fue incluso a Madagascar, para analizar allí las posibilidades de deportación de las personas judías polacas. Respondiendo a la interpelación de 116 diputados polacos, el Primer Ministro, Felicjan Slawoj Skladkowski había declarado que el gobierno polaco buscaba desesperadamente territorios para la emigración de las personas judías polacas y examinaba otras cuestiones conexas, como “la financiación de la puesta en marcha del programa de emigración, el arreglo de las cuestiones del transfert, la liquidación de los bienes y de los capitales” 2/.

Por haber dicho la verdad

Según la ley polaca, por lo que acabo de escribir más arriba puedo jugarme ahora una pena de tres años de prisión. El presidente de la República, el Primer Ministro, el Ministro de Asuntos Exteriores y los demás funcionarios del PiS que gobierno aseguran hipócritamente que la ley no amenaza ni a la investigación científica ni a la actividad artística. Pretenden que esta ley no tiene en el punto de mira más que a quienes “contrariamente a los hechos atribuyen a la Nación Polaca la responsabilidad o la corresponsabilidad por los crímenes nazis cometidos por el Tercer Reich”. ¿Quién decidirá entonces lo que es un “hecho”? Los tribunales polacos están ahora sometidos al ministro de Justicia-Fiscal General (en una sola persona) y llenos de sus lacayos. Además, no se sabe lo que es la “Nación Polaca” (en mayúsculas).

La aprobación de esta ley ha tenido un efecto contrario al deseado: el mundo entero habla hoy del antisemitismo polaco. Las y los nacionalistas polacos (apoyado por al menos la mitad del electorado) no soportan el hecho de que sus abuelos y abuelas católicas denunciaran y asesinaran a personas judías y por esta razón han adoptado una ley que cierra la boca a las víctimas del Holocausto que acusan a las y los polacos de haber tomado parte en su martirio. Es una afrenta para las víctimas del genocidio nazi y una prueba de que Polonia vuelve a la siniestra tradición antisemita de los años 1930 del siglo XX y a lo que ocurrió en el país en 1968-1969. Tras una campaña antisemita desencadenada entonces por el partido en el poder, miles de personas judías tuvieron que huir de Polonia, la mayoría de ellas eran personas que milagrosamente habían sobrevivido al Holocausto.

Pero los tiempos han cambiado. La Europa actual no es ya la Europa antisemita que era en los años 1930 y 1940 (lo que permitió a Hitler exterminar a 6 millones de judíos europeos), y Polonia no es ya el país exótico, encerrado tras un telón de acero, sino un Estado que aspira a jugar un papel de primer orden en la Unión Europea.

La actitud de las y los políticos de derechas, que la gobiernan actualmente, está sin duda ligada a su certeza -estamos condenados por largos años a vivir en un país que han hecho a su medida (oscurantista clerical, chauvinista y ahogado en la mentira)- reforzada por la popularidad de la que gozan entre cerca de la mitad de la ciudadanía polaca. Esta Polonia recuerda mucho a la de finales de los años 1930 -oficialmente antisemita, en conflicto con sus vecinos, que llevaba una política de colonización de sus minorías e imperial frente a los países limítrofes (Lituania, el reparto de Checoeslovaquia de acuerdo con Hitler). En realidad un país débil, pobre, atrasado, disfuncional.

El ascenso de un clima antiinmigrantes y antisemita, del que incidentes racistas casi diarios en las calles de las ciudades polacas son el resultado, manifestaciones de varios miles de nacionalistas gritando “Europa blanca” y “Judíos a Israel” y terminando a veces, como el 18 de octubre de 2015 en la plaza del mercado de Wroclaw, quemando una figurita de un “judío”, o también la reciente concentración nacionalista ante el palacio presidencial con la consigna de “Quítate la kippa, firma la ley” (se trataba de la ley de la que habla este artículo), todo esto es el resultado de la política dirigida conscientemente por el gobierno actual.

La orientación política actual en Polonia está clara y es fácilmente previsible -igual que la de Turquía, Rusia, Israel 3/, Hungría y muchos otros países. Para introducir leyes que castigan con prisión la libertad de expresión, no hay ninguna necesidad de una dictadura abierta. En Turquía encarcelan a la gente por el uso de la lengua kurda en público o por haber mencionado el genocidio de las y los armenios. En Polonia, a partir de ahora, el hecho de mencionar la participación de las y los polacos en el Holocausto será reprimido. Lo que parecía imposible hace poco en el país de Auschwitz y Treblinka, una negación legislada del antisemitismo de una parte de la sociedad polaca, se ha hecho realidad.

Primavera 2018

Stefan Zgliczynski, periodista y editor, director de la edición polaca de Le Monde Diplomatique, es autor de Antysemityzm po polsku (Antisémitisme en polonais, Varsovie 2008), Hańba iracka – Zbrodnie Amerykanów i polska okupacja Iraku 2003-2008 (Honte irakienne – Crimes des Américains et occupation polonaise de l’Irak 2003-2008, Varsovie 2009), Jak Polacy Niemcom Żydów mordować pomagali (Comment les Polonais aidaient les Allemands à exterminer les Juifs, Varsovie 2013). Una primera versión de este artículo se publico en la página web estadounidense Jacobin : https://www.jacobinmag.com/2018/03/poland-antisemitism-holocaust

Inprecor nº 651-652 mayo-junio 2018

http://www.inprecor.fr/article-Pologne-L’antisémitisme%20légalisé?id=2147

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

Notas

1/ Citado por el diario Gazeta Wyborcza du 11 février 2018 : http://lublin.wyborcza.pl/lublin/7,48724,23011490,premier-o-stosunkach-polsko-zydowskich-nigdy-nie-byli-wypedzani.html

2/ Citado por el diario Kurier Warszawski du 21 janvier 1939

3/ El caso de Israel es particularmente sangrante sobre el tema del presente artículo. Ver el artículo de Michel Warschawski “Netanyahu blanquea la historia” en http://vientosur.info/spip.php?article14040. Ndt.




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