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Tiananmen, 30 años después

OPINIÓN de Dennis Kosuth.- Hace 30 años, el gobierno chino ordenó la masacre de cientos de activistas estudiantiles y obreros en la plaza de Tiananmen. El gobierno quiere borrar esta historia de la memoria colectiva, porque teme que los estudiantes y obreros vuelvan a salir a las calles de China.

El 4 de junio de 1989 es el aniversario que el gobierno chino quiere que el pueblo olvide.

A raíz de la muerte, a mediados de abril de aquel año, de Hu Yaobang, exsecretario general del Partido Comunista Chino (PCC), en la plaza de Tiananmen empezaron a reunirse estudiantes durante los días subsiguientes. Los estudiantes veían en Hu a un reformador, mientras que los líderes del partido lo consideraban un político blando con el liberalismo burgués, pues se sentían amenazados por su posicionamiento a favor de limitar la duración de los mandatos.

Las protestas estudiantiles pusieron en movimiento a otra fuerza que el régimen verdaderamente temía, la clase obrera, lo que explica que Deng Xiaoping, el líder supremo tras la muerte de Mao en 1976, quiso utilizar la fuerza extrema para detener la lucha que se avecinaba. El temor sigue percibiéndose hoy, ya que el Estado chino no ha escatimado esfuerzos, ni sigue escatimándolos, para borrar esta historia de la memoria colectiva.

La expansión de la enseñanza superior en la década de 1980 fue un componente necesario del plan de China de impulsar su economía. Un efecto secundario no deseado de los mayores niveles educativos fue que mucha gente empezó a actuar independientemente sobre la base de sus ideas propias. Las primeras manifestaciones de estudiantes en Tiananmen a mediados de abril de 1989 solo reunieron a varios centenares. Las reivindicaciones se ampliaron rápidamente de la rehabilitación del nombre de Hu a consignas contra la corrupción gubernamental, la libertad de expresión y el derecho a manifestarse públicamente. Estudiantes de todos los campus organizaron comités de cinco a siete personas para que representaran a sus facultades, que se coordinaron entre sí para formar una estructura de toda la ciudad. En la capital aparecieron carteles en que se afirmaba que había muerto la persona que no debía, en clara alusión al octogenario Deng.

George Katsiaficas, el autor de Asia’s Unknown Uprisings, nos da una idea de lo que organizaron los estudiantes:

Puesto que el funeral por Hu Yaobang estaba programado para el 22 de abril, los máximos dirigentes del gobierno querían que la plaza de Tiananmen se mantuviera despejada, y pensaron que sería muy fácil conseguirlo. Estaba previsto acordonar la plaza antes de que comenzara el funeral, pero grupos de estudiantes organizados autónomamente se les adelantaron: en la noche del 21 de abril se concentraron alrededor de 60.000 estudiantes… y entraron [en la plaza Tiananmen] al son de la Internacional y al grito de “¡Viva la libertad!” y “¡Abajo la dictadura!”

El número de manifestantes aumentó a varios cientos de miles hacia finales de abril, estimulados por arrogantes condenas y amenazas públicas por parte de representantes del gobierno. Los estudiantes organizaron una manifestación para conmemorar el 70º aniversario del movimiento del 4 de mayo. El 13 de mayo se convocó una huelga de hambre estudiantil. El 17 de mayo, un millón de personas se manifestaron en Pekín durante la visita del líder soviético Mijaíl Gorbachov, nada menos, lo que sin duda resultaría embarazoso para este, ya que su visita marcaría el comienzo del fin de un cisma sino-soviético que había durado 30 años.

Michael Fathers y Andrew Higgins describen la escena en Tiananmen: The Rape of Peking:

Monjes budistas con el cráneo afeitado marchaban con sus túnicas de color amarillo. Jóvenes escolares alzaban sus pequeños puños al aire, encabezados por sus maestros gritando “larga vida a la democracia, abajo la corrupción”. Llegaron trabajadores de la Fábrica de Cerveza de Pekín, la Siderurgia de la capital y la empresa Jeep… De todas las consignas, carteles y pancartas que se veían dentro de la plaza y sus alrededores, la que más preocupó al gobierno fue sin duda una larga pancarta roja que llevaban hombres de cabello rapado en uniforme. “Ejército de Liberación Popular”, rezaba en letras doradas.

Los esfuerzos del Sindicato Autónomo de Trabajadores de Pekín prefiguraron las luchas obreras de las décadas posteriores, estimuladas por la acelerados cambios económicos que se produjeron en la China posterior a 1989. Las reivindicaciones relativas a las condiciones de trabajo y los salarios, contra la corrupción de los cargos políticos, y sobre todo la voluntad de emprender acciones colectivas, caracterizan las luchas obreras actuales en China. Puesto que sus quejas se contemplaban a través de la lente de una sociedad ostensiblemente socialista, sus palabras eran sumamente incisivas, reflejo de la distancia entre las experiencias vividas y sus supuestos derechos como trabajadores.

Andrew G. Walder y Gong Xioxia han citado uno de sus panfletos, que decía: “hemos calculado con precisión, sobre la base del Capital de Marx, la tasa de explotación de los trabajadores. Hemos descubierto que los ‘servidores del pueblo’ se quedan con toda la plusvalía producida por la gente con su sudor y su sangre”. Una octavilla posterior decía: “compañeros trabajadores, la tiranía no es espantosa, lo que es espantoso [para los tiranos] es una rebelión general bajo la tiranía”. En una sociedad que ensalzaba retóricamente los derechos de los trabajadores, la tarea de señalar esta contradicción resultaba fácil.

Con trabajadores y algunos soldados manifestándose abiertamente en las calles junto con los estudiantes, el gobierno estaba preocupado, con razón, por su supervivencia. En la tarde del 19 de mayo declaró la ley marcial y acuarteló a los soldados. Uno de estos soldados era Chen Guang. Oriundo de la provincia de Henan, se había enrolado en el ejército el año anterior, a los 16 años de edad. Simuló tener más años, porque así podía ver cumplido su sueño de estudiar arte en la universidad. Chen fue destinado a la capital junto con otros 250.000 soldados, muchos de los cuales eran hijos de campesinos que nunca habían estado antes en la capital. Entrevistado por Louisa Lim para su libro The People’s Republic of Amnesia, Chen recordó que “no estábamos asustados, pensamos que sería divertido, pensamos que ir a Pekín sería más divertido que haciendo instrucción en el campamento”.

Los estudiantes y habitantes de Pekín ofrecieron resistencia al avance de los soldados, utilizando métodos como recordarles que formaban parte de lo que se llamaba Ejército de Liberación Popular, de modo que no deberían ser utilizados para reprimir al pueblo ni para acordonar las calles para que nadie pudiera pasar. Chen recuerda que “los estudiantes eran muy amables, nos recibían con sonrisas de oreja a oreja. Si actitud era cordial… De pronto sentías que no habías entendido a esta sociedad. ¿Es cierto que China tiene tanta gente corrupta? ¿Hay tanta injusticia? De repente empezabas a reflexionar sobre estos problemas. Hasta entonces no tenías esta clase de conciencia. Pese a que no podías hablar con los estudiantes, lo que decían influía en tu mente”.

Pero llegaron órdenes de despejar la plaza por la fuerza, y desde la tarde del 3 de junio hasta la mañana del día 4, soldados armados desalojaron a los manifestantes de la plaza. Chen tenía tal ansiedad que era incapaz de sostener el rifle con firmeza, de manera que le dieron una cámara para documentar los hechos. Recordaba que al principio vio las actuaciones desde demasiado lejos y no comprendió plenamente qué estaba ocurriendo hasta ya entrado el día.

El libro de Lim describe gráficamente cómo la unidad a la que pertenecía Chen recibió la misión de devolver “la plaza a la normalidad, eliminando cualquier traza de lo que había sucedido. Todo lo que habían dejado los estudiantes en su huida fue amontonado en grandes pilas y quemado: bicicletas destartaladas, bolsas con pertenencias, tiendas, pancartas y los papeles arrugados en que estaban escritos sus discursos. Entonces empezó a llover, y pequeños riachuelos de agua negra fluían a través de la plaza, oscureciendo el pavimento. Estas eran las escenas que capturó Chen Guang con su cámara. Se quedó con algunos de los negativos, otros los escondió, movido por cierto instinto que no supo explicar”.

No se sabe cuántos murieron a causa de la represión; las estimaciones van desde los 300 hasta el millar. Pasaron 15 años hasta que Chen afrontó los hechos en que había participado; ha tratado de digerirlo pintando sobre el tema a escondidas. Días antes del 25º aniversario, organizó una performance en su estudio, en mayo de 2014. El gobierno se enteró del acto y castigó a Chen confiscando todos sus cuadros y manteniéndolo detenido durante 38 días.

Las manifestaciones de 1989 no estaban circunscritas a Pekín, sino que también proliferaron en docenas de ciudades más. Fuera de la capital, hubo cientos de muertos en Chengdu cuando la policía reprimió violentamente los actos de protesta. El miedo del régimen de Deng a un levantamiento de estudiantes y obreros estaba justificado, pero no podemos saber hasta dónde podría haber llegado su lucha colectiva.

En la izquierda, algunos todavía defienden los actos represivos como una exageración por parte de los medios occidentales y una respuesta necesaria a una amenaza contrarrevolucionaria. Liberation News ha vuelto a publicar recientemente un artículo de Brian Becker de hace cinco años titulado Tiananmen: The Massacre that Wasn’t. El artículo afirma que el “objetivo del gobierno de EE UU era provocar un cambio de régimen en China y derribar al PCC… Si triunfara la contrarrevolución en China, las consecuencias serían catastróficas para el pueblo chino y para China… En la confrontación entre el imperialismo mundial y la República Popular China, los progresistas deberían saber dónde situarse; no en las gradas”.

Este pensamiento binario, en el que las únicas opciones posibles eran apoyar a China o a EE UU, no sirve como análisis ni como orientación para los activistas. El apoyo político al Estado chino resulta particularmente ridículo por parte de personas de izquierdas, ya que una de las citas más conocidas de Deng es “enriquecerse es glorioso”. Este error tiene su origen en la idea de que la revolución de octubre de 1949 y todo lo que siguió supuso el establecimiento de una sociedad socialista en China. Mientras que la retirada forzosa de las potencias coloniales, seguida de la expulsión del bandido Chiang Kai-chek, fue algo que había que apoyar y aplaudir, ello no debía confundirse con el establecimiento de un nuevo orden económico en el que los campesinos y trabajadores administraran colectiva y democráticamente el Estado chino en su propio interés. Bajo Mao siguió existiendo y prosperando una minoría de la clase dominante que explotó económicamente a la vasta mayoría de la población y reprimió violentamente toda disensión política.

Podemos condenar la represión del 4 de junio y al mismo tiempo reconocer que el apoyo a las manifestaciones por parte de las potencias occidentales a través de sus medios de comunicación es todo un ejemplo de hipocresía. Justo 30 años antes, el gobierno de EE UU coordinaba la represión violenta de una parte de su propia población durante la lucha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, por no hablar ya de cómo sus propias fuerzas armadas han asesinado a gente en numerosos países, o de que pocas veces se ha encontrado con un régimen represivo al que no quisiera financiar en aras a sus propios objetivos de política exterior.

La incesante campaña represiva lanzada por el presidente Xi Jinping contra los uigures y la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, con un coste de varios billones de dólares, muestran las prioridades actuales de China: represión de las minorías en el interior y expansión del poder económico en el exterior. Un guion que resulta familiar en América. La clase dominante china no puede considerarse una fuerza progresista en el interior por impulsar supuestamente un modelo alternativo de desarrollo económico, ni por ser un contrapeso a la agresividad militar de EE UU en el plano internacional.

Muchos pensadores occidentales opinaban que el éxito económico de China no iría muy lejos sin adoptar un marco político más liberal y democrático. El régimen ha logrado alcanzar sus objetivos a este respecto sobre todo ofreciendo a la población un mayor nivel de vida en general a cambio de la renuncia al ejercicio de una mayor libertad política. Este modelo presupone la continuidad del crecimiento, cosa que es imposible de garantizar a largo plazo, y puede cuestionar su método en general e incluso dar pie a su posible fracaso.

Paralelamente a la reciente expansión del interés por la política socialista y el activismo aquí en EE UU, el resurgimiento del interés por el marxismo como filosofía activista entre los estudiantes chinos muestra el camino a seguir. Estudiantes integrados en la Asociación de Estudiantes Marxistas de la Universidad de Pekín se han implicado en la organización y el apoyo a luchas obreras, como la de Jasic Technology, una empresa que cuenta con fábricas cerca de Shenzhen. En las últimas semanas han sido detenidos 21 activistas estudiantiles, lo que demuestra la amenaza que supone esta solidaridad.

Sara Nelson, la dirigente de la Asociación de Tripulantes de Cabina que contribuyó a poner fin al cierre de la administración estadounidense decretada por Trump, explicó a la multitud que asistió a un acto reciente de los Socialistas Demócratas de América, celebrado en Chicago, que “nuestras vidas y nuestro bienestar están completamente vinculados a los trabajadores de México y Canadá, China y Alemania”. Este sentimiento constituye una alternativa bienvenida a los líderes sindicales y políticos supuestamente de izquierdas que han aceptado la lógica nacionalista de las guerras comerciales de Trump. Nacerá un futuro mejor, fruto de las alianzas de estudiantes y obreros, tanto dentro de China como más allá de sus fronteras.

https://jacobinmag.com/2019/06/tiananmen-square-anniversary-ccp-repression

Dennis Kosuth es militante socialista y miembro del Sindicato de Maestros de Chicago.

Traducción: viento sur




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