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Irak: Otra vez la primavera

OPINIÓN de Guadi Calvo.- El pueblo iraquí ha vivido desde la llegada al poder de Sadam Hussein décadas de represión política, Husein Sadam gobernó el país con puño de hierro durante casi 25 años, (1979-2003), tiempo de guerras, como la que llevó contra Irán, o la que sufrió tras invadir Kuwait; violencia sectaria, intentos de limpieza étnica contra los kurdos, bloqueos y sanciones económicas. Después, la ocupación militar norteamericana, con el reguero de sangre que abrió, a lo que siguió el terrorismo religioso, que también se confunde en una guerra civil y ahora una especie de estabilidad política en la que los gobierno más o menos de manera natural, más o menos de manera artificial, se suceden con una democracia al estilo occidental, obligada a funcionar en un sistema tribal, que viene funcionando desde mucho antes que los primeros europeos alcanzarán el Éufrates.

Más allá de cualquier periodo histórico del Irak moderno, nunca ha dejado de asolar la corrupción, un mal endémico de todos los gobiernos desde que se separó del Imperio Otomano en 1919. Este mismo reclamo ahora también jaquea al primer ministro Adil Abdul-Mahdi, tras dos meses de intensas protestas: el último sábado 30 presentó su renuncia ante el Parlamento, al además le pidió la rápida formación de un nuevo gobierno que lo reemplazase.

La dimisión se precipitó después de que el principal líder religioso chiita del país el Ayatollah Ali al-Husseini al-Sistani, de 89 años, quien jamás se ha presentado en público, le retirara su apoyo, en el sermón del viernes, que fue leído por uno de sus asistentes en la sureña ciudad de Najaf, uno de los epicentros más importantes de las protestas. Al-Sistani advirtió acerca de una posible guerra civil si no se toman medidas para evitar las protestas, además de pedir al gobierno consiga disminuir los disturbios. Mientras que otro de los grandes y más influyen clérigos chiitas, el ayatollah Muqtada al-Sadr, el jueves anterior había declaró que si Abdul-Mahdi no renunciaba “podría ser el principio del fin de Irak”.

El Parlamento, que se reunió el domingo, ha aceptado la renuncia del Primer Ministro y comunicó la resolución al presidente quien deberá llamar a un sucesor de Abdul-Mahdi. Con su retirada, el primer ministro pretende aplacar el clima de agitación en la que entró el país a principios de octubre, y que ya ha dejado más de 400 muertos y poco más de 8 mil heridos. Todo el sur de Irak ha sido blanco de las protestas, particularmente en las ciudades de Najaf y Nasiriyah; en esta última ciudad, el pasado miércoles 27, las fuerzas de reacción rápida del Ministerio del Interior abrieron fuego contra un grupo de manifestantes que hacían una “sentada”, matando cerca de 30 civiles e hiriendo a 160.

Las protestas masivas se iniciaron por la represión contra el campamento que unas 3 mil personas habían levantado en la plaza Tahrir, de Bagdad, tres meses antes para manifestarse contra la corrupción, la desocupación y los pésimos servicios públicos. Las protestas en la capital no tardaron en replicarse en las principales ciudades del país. Según el Banco Mundial, uno de cada cinco iraquíes vive en la pobreza, mientras que el desempleo juvenil alcanza al 25 por ciento; 20 por ciento de la población vive bajo el umbral de la pobreza y más del cincuenta está en situación de inseguridad alimentaria. A pesar de estar cerca al Éufrates y el Tigris, la mitad de las viviendas rurales carece de agua potable, a pesar de que Irak es el segundo mayor productor de crudo de la OPEP, detrás de Arabia Saudita.

Existe también una importante crisis habitacional debido a las destrucción de millones de viviendas a causa de la guerra, civil y contra el terrorismo. En Mosul, la segunda ciudad del país, con casi un millón de habitantes, por ejemplo, ha sido prácticamente reducida a escombros y cientos de miles de personas debieron escapar de sus casas inicialmente por la presencia del Daesh, y después por los bombardeos sistemáticos de los Estados Unidos, para desalojar a las tropas de Abu Bakr al-Baghdadi.

La historia iraquí post Sadam, muestra que el acuerdo para confirmar un nuevo primer ministro es proceso largo y alambicado dadas las profundas rivalidades de los partidos políticos, en los que las religiones y la cuestión tribal juegan un papel primordial, con las consiguiente oleadas de protestas que se saldan con un significativo números de muertos y heridos.

Mientras no se establezca un nuevo gobierno, Abdul-Mahdi y sus ministros seguirían a cargo del ejecutivo, hasta que protocolarmente el presidente Barham Salih designe a un nuevo primer ministro.

Algunos observadores pretenden ver en la renuncia de Abdul-Mahdi un retroceso para la “creciente” influencia de Irán en la política interna de Irak. Recordemos que Irak es mayoritariamente chiita con más de un 60 por ciento de los casi 40 millones de habitantes ubicados fundamentalmente en el sur del país, frente a un 30 por ciento sunita, que se ubicada en el centro y norte de Irak. Medios occidentales insisten en demostrar que los partidos con mayor representación parlamentaria simpatizan con Teherán y que fueron funcionarios iraníes quienes colaboraron con Abdul-Mahdi, para que pudiera formar gobierno en octubre de 2018, tras conseguir acordar con Abdul-Mahdi y el actual presidente Barham Salih.

La predica anti iraní consiguió que durante la semana pasada una turba aparentemente dirigida por agentes pro occidentales infiltrados en las manifestaciones incendiaran el consulado iraní de la sureña ciudad de Najaf, lo que provocó una fuerte represión policial que dejó decenas de muertos. En Najaf, las tensiones se incrementaron en los alrededores de la tumba del ayatolá Mohammed Baqir al-Hakim, considerado un mártir por la pacificación y la unidad del país, quien muriera junto a otras 75 personas tras un atentado con un coche bomba, frente a su mezquita en agosto de 2003. Ahora la tumba del venerado al-Hakim se ha convertido en blanco de manifestantes.

¿Quién dará primero una respuesta?

El miedo y la lucha contra el terrorismo, durante los últimos cinco años han funcionado como el gran factor de aglutinamiento de la sociedad civil y la clase política que funcionó muy bien, de manera especial con la comunidad chiita, ha señalado que “había que mantenerse unidos frente al terrorismo wahabita” que tiene a esa rama del Islam como su blanco propiciatorio.

Ahora, tras la aparente derrota del Daesh y de los grupos tributarios de al-Qaeda, y su trabajosa expulsión de Mosul, su capital de facto, en 2017, no se han producido atentados significativos en Bagdad, incluido el barrio de Sadr, donde se concentra la comunidad chiíta con casi tres de los siete millones de habitantes que tiene la capital, por lo que el argumento del “enemigo común” dejó de funcionar y el iraquí promedio tiene otras exigencias que necesita cubrir, más allá de la seguridad. De ahí que las protestas podrían no ser más que una salida natural a tantos años de amordazamiento por temor o por auto conservación.

Tras el abandono de Irak por parte de los Estados Unidos y el crecimiento político del chiismo, naturalmente conectado con Irán, la potencia occidental ha puesto otra vez en los radares en Irak, y si bien las manifestaciones están ampliamente justificadas, sería más que inocente creer que la virulencia de las protestas no tiene una intencionalidad de desgatar el vínculo Irak-Irán.

En estos momentos de alta conflictividad es cuando los servicios de inteligencia norteamericanos y judíos saben jugar sus cartas como pocos, y no es casual que lo mismo esté sucediendo en Irán, (Ver: Irán: Las protestas del odio), incluso queda abierta la posibilidad para un “inesperado” surgimiento del Daesh, Al-Qaeda, o el nombre que quieran ponerle ahora. Habrá que esperar, ya que los amargos frutos de la Primavera Árabe, seguirán estallando tanto en tanto en Irak como en Irán.



-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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