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Un día de un reportero confinado

Por Teodoro Rentería Arróyave

Desde luego que debemos de ser los primeros en atender las indicaciones de las autoridades de salud y el llamado del presidente Andrés Manuel López Obrador,  en el sentido de que ante la emergencia de la pandemia por el COVID19, primero los niños, las mujeres y los hombres de la tercera edad, los abuelitos, porque todos los somos, porque aunque no tengamos nietos o bisnietos en línea directa, somos tíos abuelos. Y desde luego los que padecen enfermedades críticas.



Este reportero, octogenario, el 30 junio llegará, espero que gracias al encierro, a los primeros 83 años. Algunos colegas, entre ellos amigos muy queridos a los que considero mis hermanos; los señalo porque siempre he manifestado que un pariente consanguíneo es un accidente de la naturaleza, en cambio a los amigos se les escoge y se les hace hermanos, me han dicho que ya es tiempo de separarnos, de descansar de la brega diaria y de las luchas que nos son afines.



No ahora, desde siempre he expresado y mi posición es firme: hasta el último aliento de mi vida soy y seguiré siendo reportero comprometido con mis ideales. Con unos 8 años menos estaría en la reporteada, con todos los cuidados, porque insisto, el periodista tiene que cuidarse, nada de hacerle al “niño héroe”.



Para las y los jóvenes que se inician en estas apasionantes tareas periodísticas por críticas y peligrosas, también para los que ya están inmersos en ellas y para mis contemporáneos, les relato cómo sucede un día de un periodista enclaustrado.



Primero debo decirles, que acostumbro desvelarme porque me place leer y trabajar de noche y de madrugada. Nada especial, porque en cualquier momento lo aprovecho para dormir en forma profunda.



Me despierto alrededor de las 7:00, preparo el café, porque me gusta el toque personal que le doy. Desayuno con la pareja de vida y amor, Silvia.



Ejercicios recomendados por los amigos médicos queridos desde hace años, Cardiólogo, Ricardo Escandón Martínez y quiroprácticos Konrad y Guebhard Sproll, padre e hijo.



El aseo personal es muy importante, lo peor es dejarse, hasta por respeto con quien convives y contigo mismo, rasurada diaria y acicalarse como si tuvieras una importante reunión. Que miseria permanecer en pijama.



De ahí, subo a mi palomar, mi oficina en un tercer nivel; ya preparado en mente sobre los temas de actualidad, pergeñar el Comentario a Tiempo de todos los días y mandarlo a todos los colegas que lo difunden o lo publican.



Luego me doy tiempo para organizar archivos que jamás se terminan, aunque en verdad no sé de qué sirve este esfuerzo. Me pregunto: ¿si dentro algunos años serán basura? Por lo pronto hemos decidido donar la filmo-videoteca y la biblioteca a instituciones que las aprecien.



Llega la hora de la comida, Silvia la prepara la mayoría de las veces, cuando se trata de baguettes o de sándwiches, el autor es el encargado, desde siempre me se salen exquisitos, Obvio, bautizada espirituosamente.



Antes de que me entre la modorra, a caminar alrededor de la cancha de tenis, es decir, de la contracancha y sus laterales para completar 2 kilómetros diarios, luego ver en televisión el reporte diario del coronavirus en México y en el mundo.



Me doy tiempo para comunicarme, por vía telefónica o cibernética, con los familiares y amigos. A veces a distancia los lazos sentimentales son más fuertes e indisolubles.



Algo de divertimento, grabar el “Comentario a Tiempo” para su transmisión tempranera en radio, lectura, incluyendo las noticias de última hora, si no lo haces no concilias el sueño, y volver a empezar con amor a la vida, a los tuyos y a los amigos. Así transcurren estos días de un reportero enjaulado.





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