OPINIÓN de Niko Schvarz .- La del martes 29 de julio fue la jornada más sangrienta en el curso de la masacre que está perpetrando Israel en la Franja de Gaza desde el 8 de julio, definida por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU como una sucesión de “crímenes de guerra”. Fue “un diluvio de bombas, misiles y metralla sobre la población de Gaza”. Como consecuencia, sumó otros 100 palestinos muertos y 500 heridos, bombardeos a los campos de refugiados, a los hospitales, a las mezquitas, y la única central de energía eléctrica quedó reducida a cenizas, agravando aún más la emergencia humanitaria. A esa altura, sobrepasan el número de 1.300 los palestinos muertos, entre ellos al menos 239 niños (157 varones y 82 niñas), y 6.500 el de los heridos, aproximándose a la catástrofe que significó la operación “Plomo Fundido” en diciembre 2008-enero 2009, que arrojó 1.400 muertos palestinos. Por eso la ONU señala “una tragedia humanitaria sin parangón”, al tiempo que las fuentes palestina