OPINIÓN de Carola Chávez , Venezuela.- “Llegué sin euforia, me voy sin nostalgia”. Así se despide de la presidencia de la Asamblea Nacional el hombre que hace un año, encaramado en una tarima, se deshacía en morisquetas: sacando la lengua, torciendo los ojos, pasándose el dedo por el pellejero de su pescuezo arrugado en señal de “están muertos, chavomaduristas”. El mismo que, unos días después, se dejó grabar mientras dirigía el retiro de los retratos de Bolívar y Chávez del la sede la de Asamblea. “Me sacan esa vaina de aquí” –decía con esa voz romulera, con esa finura que le sacó los colores a su esposa Diana, la llamada Primera Dama de la AN, la reina del glamour democrático y libertario. Y los colores de Diana, amoratados ya, volvieron a salir aquella tarde memorable, cuando el presidente de la AN, con su voz más nasal y más estridente que nunca, intentó dar un poco de vida a una escuálida marcha opositora -valga la redundancia- gritándole al mundo que él tenía un motor arrechísimo