OPINIÓN de Julio Ortega ¿Se imaginan a un grupo de activistas frente al Congreso sosteniendo una pancarta con este lema: “El sexo a la fuerza no es un acto de libertad. Condena para los violadores”?, o a unos manifestantes coreando por las calles: “La quema de montes al Código Penal”? No, ¿verdad? Esa aberración sería del género esperpéntico, pero literaria al fin, porque ninguno podemos concebir que un sistema que se dice basado en los derechos y las libertades, sin que las que segundas puedan vulnerar los primeros, entendiese que abusar sexualmente de una chica en un descampado o prender fuego a un bosque, constituya una diversión, un negocio o, simplemente, el deseo cumplido de un individuo bajo la mirada benevolente e incluso cómplice de la sociedad. Nadie admitiría que violadores o pirómanos nos dijesen: “si no te gusta forzar a una mujer o ver como arden los árboles no lo hagas, pero respétanos”. ¿Cómo es posible entonces que a estas alturas, quienes denuncian la tortura