OPINIÓN de Rafael Fernando Navarro.- Los españoles sabemos mucho de esto. Fueron tiros en la nuca. De gracia, les llamaban. Cuarenta años con las pistolas en las sienes, siempre dispuesta la recámara a crujir un cerebro. Años de cunetas, de tapias de cementerios blancos, de amaneceres chorreados de orfandad, de viudedad, de soledad para siempre encerrada en pañuelos negros, en delantales negros, en almas para siempre negras. Después vinieron el plomo oscuro para matar a un concejal que llevaba el pan caliente, recién comprado. Los Ordoñez, Los Miguel Angel, Las Irenes. Los sin nombre. Y otra vez las aceras chorreadas de dolor, de ausencias, de distancias infinitas. El se murió en su cama una mañana que ya es una mañana cualquiera. No la registra la historia porque la historia se desentiende de quien la fusila por la espalda. Otros se subieron a una máscara infame y dijeron que nos perdonaban la vida, que nadie les ganaba a chulería, que podían emplear el tiempo en sacarle brillo