OPINIÓN de Rafael Fernando Navarro .- Gallardón no tiene pinta de Adán. Cambió la hoja imprescindible de parra por unos slips punto blanco que sujetan mejor eso que llaman paquete aunque nadie me haya explicado nunca por qué eso de paquete. Traje Emidio Tucci, gafas con cristal al aire y unas cejas que le sirven de tejadillo para días de lluvia. Se compró una sonrisa profidén entre tímida e hipócrita y unos andares de seminarista incapaz de masturbarse por aquello de la ceguera. Jamás cena queso ni duerme boca arriba porque le decían de pequeño que ese postre y esa postura inducían erecciones nocturnas y uno soñaba con muslos de amapolas y pubis maduros como cerezas y fresas dulces. Gallardón dice que sus hijos son un regalo de Dios (no se atreve a decir que son obra del Espíritu Santo porque recuerda los gemidos de la hija de Utrera Molina y aquel ruego de ella gritando “no te salgas, no te vayas”) Pero en sus ratos de oración y meditación olvida aquellos jadeos pecaminosos y ll