OPINIÓN de Ilka Oliva Corado El balompié es del pueblo, del arrabal. Como lo son las flores silvestres, la hiedra, los zacatales y las calles enlodadas. Las casitas de adobe, de champas de lámina, el hambre, los sueños inalcanzables, el lomo macizo y curtido, la frente en alto, la mano amiga, el hombro que apoya, la mirada que lleva el alma en las pupilas. Los turnos de trabajo a deshoras, el sol y el frío pegados en la piel. Y los pueblos no tienen fronteras, ni idiomas, religión, ni nacionalidad, se compactan en uno solo, todos los pueblos son uno solo cuando se trata del fútbol. Porque el fútbol es como el oxígeno, como el agua de lluvia que embellece las plantas y los campos baldíos donde juegan chamuscas los cipotes, en el arrabal es el sustento, porque el fútbol nutre el alma. El balompié es el catalizador por excelencia de la periferia, el que provoca la mayor de las alegrías y el mayor de los dolores compartidos cuando pierde o gana un equipo. Y no es por lo que han hecho