Mauricio Herrera Kahn* Europa entró definitivamente en una zona de fragilidad energética que ya no es coyuntural sino estructural. El relato de potencia ordenadora del mundo se derrumba frente a un hecho brutal: depende de decisiones externas para encender su propia luz. Décadas apostando a energía ajena (gas ruso barato, nuclear francés envejecido, petróleo árabe condicionado, renovables aún insuficientes) han derivado en la tormenta perfecta. No es solo un problema de precios o inflación. Es una pérdida estratégica de soberanía. Por primera vez desde la posguerra, Europa no lidera su propio destino energético. Está reaccionando, no decidiendo. Y el riesgo no es un apagón técnico sino un apagón geopolítico. Europa consumía antes de la guerra más de 155.000 millones de m³ de gas ruso al año, el 45% de todo su suministro gasífero. En 2024 esa cifra cayó a menos de 25.000 millones, pero no porque dejó de necesitarlo, sino porque se vio obligada a reemplazarlo pagando tres veces más por ...
