Tragicomedia parlamentaria de fin de ciclo.
La libertad bajocontrato: el voto argentino en tiempos de vasallaje
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar
El pa铆s se prepara para una elecci贸n de medio t茅rmino que huele a fin de ciclo, m谩s por el clima de 茅poca que por los cargos en juego. Por primera vez, los argentinos votaremos con una Boleta 脷nica Papel. La boleta 煤nica, sin sobre y con birome, ser谩 el espejo de un tiempo que busca simplificar el acto electoral con la tinta indeleble de una marca solitaria. All铆 donde antes hab铆a cuartos oscuros saturados de colores partidarios, hoy habr谩 columnas sim茅tricas que invitan al votante a marcar con precisi贸n quir煤rgica la cabeza partidaria que le sobreviva a la duda. Es solo un cambio menor al interior del dispositivo electoral (que siquiera contempl贸 la situaci贸n de los ciudadanos con discapacidad visual).
Camino al desencanto
Pero esa duda -esa respiraci贸n entre la convicci贸n y el desencanto- ya no es un accidente: es el nuevo rostro del voto. En una democracia exang眉e como la Argentina, el votante contempor谩neo ya no duda s贸lo entre candidatos, sino entre creer o no creer en el sistema que los produce. La indecisi贸n es su modo de resistencia, su refugio frente al dogma de la polarizaci贸n. La democracia representativa ya no goza de la legitimidad incuestionable y complaciente que se forj贸 a la salida de la monstruosa dictadura, sumado al derrumbe del Este y al vac铆o te贸rico de la izquierda. Alfons铆n supo capitalizar aquel esp铆ritu de 茅poca. Su crisis no es de procedimientos, sino de fundamento: la distancia estructural entre representantes y representados permanece intacta, apenas recubierta por la ilusi贸n electoral. Dudar, en tiempos de certezas ruidosas, se vuelve un acto pol铆tico de prudencia: la forma m谩s silenciosa de protesta.
Mientras tanto, el oficialismo intenta recomponer una 茅pica que se le deshace entre cifras absurdas y sermones, la oposici贸n busca un enemigo que ya no la teme, ni siquiera la escucha. Como anticipa el pragm谩tico liberal Dur谩n Barba, ex asesor de Macri, “no es la econom铆a, est煤pido”: la raz贸n no es el motor del voto, sino el deseo. No habr谩 tanto una elecci贸n racional como un plebiscito emocional, una especie de psicoan谩lisis colectivo donde el votante marcar谩 -con su birome- la l铆nea entre el desencanto y la esperanza: una sesi贸n de terapia nacional donde el votante se recuesta en la urna para confesar su desenga帽o.
El cambio t茅cnico que introduce la Boleta 脷nica Papel encierra, sin embargo, una mutaci贸n m谩s aparente que real. Se celebra su adopci贸n como si fuera la l谩pida de la vieja lista s谩bana, pero su esp铆ritu -cerrado, partidario y jer谩rquico- sobrevive en la nueva superficie. La boleta 煤nica no disuelve el poder de las dirigencias para puentear a sus bases, sino que sigue vot谩ndose por listas cerradas, que las oligarqu铆as partidarias definen a dedo con los dos primeros candidatos exhibidos como retratos y el resto disuelto en el anonimato de la letra impresa. La s谩bana, en verdad, no desaparece: se pliega.
El Estado asume ahora la impresi贸n, la distribuci贸n y la presentaci贸n de las listas. All铆 donde antes se imprim铆an millones de boletas partidarias que se marchitaban en los sobres, hoy una 煤nica hoja ordena la pluralidad. El cambio promete ahorro, transparencia y practicidad, y sin duda reduce los costos y los incentivos al clientelismo. Pero tambi茅n simplifica la complejidad de la pol铆tica, reemplazando la profusi贸n ca贸tica de papeles por un formulario. El votante, entretanto, ya no se siente parte de ese engranaje que alguna vez llamamos representaci贸n. M谩s que elegir, administra su escepticismo. Entra al cuarto -o a lo que queda de 茅l- como quien firma un tr谩mite m谩s que un destino. Su decisi贸n ya no proviene del fervor partidario, sino de la oscilaci贸n emocional: el hartazgo, la iron铆a, la sospecha o el miedo. Es el ciudadano posideol贸gico que describen varios estudios recientes: pragm谩tico, cambiante, m谩s atento al humor social que a las ideas. El viejo votante militante se ha vuelto un usuario del sistema pol铆tico. La boleta 煤nica, con su orden pulcro y su est茅tica de formulario, parece hecha a su medida: un espejo administrativo para una ciudadan铆a emocionalmente tercerizada, que ya no espera de la pol铆tica un relato, sino apenas una se帽al de que todav铆a vale la pena dudar.
Elegir al borde del abismo
La econom铆a argentna contin煤a en terapia intensiva, aunque ahora el equipo m茅dico internista es extranjero. El auxilio que llega de Washington no es un gesto solidario, sino una tutela. Lo que se presenta como salvataje -ese swap de veinte mil millones de d贸lares que podr铆a duplicarse si el obediente paciente sobrevive al escrutinio electoral- es, en verdad, una sonda geopol铆tica que mide hasta d贸nde puede llegar la subordinaci贸n. Su frase, “si Milei no gana, no seremos generosos con la Argentina”, no fue un exabrupto, sino una confesi贸n imperial: la ayuda se ofrece a condici贸n de sumisi贸n. El Tesoro norteamericano act煤a como un Banco Central de ultramar, interviniendo en el mercado cambiario, dictando el precio del d贸lar y hasta sugiriendo -desde las p谩ginas del Wall Street Journal- que toda la terapia econ贸mica ser铆a in煤til sin una dosis final de dolarizaci贸n. La doctrina Monroe renace en versi贸n financiera: Am茅rica para los americanos… del Norte. Y mientras las reservas se inflan con aire prestado, la soberan铆a se disuelve en la tinta de los comunicados oficiales. No creo posible que haya pa铆s que pueda llamarse libre cuando su estabilidad depende del humor de Wall Street. Lo que en el discurso libertario se presenta como rescate, hasta el diario La Naci贸n recuerda que es en realidad una forma de intervenci贸n. Scott Bessent, secretario del Tesoro, lleg贸 a declararse responsable del gobierno argentino, desplazando al propio Milei del tim贸n.
Cada desembolso es una cuerda invisible que ata el destino argentino al ciclo electoral de Washington. Como advierte el propio Wall Street Journal, el rescate ser铆a in煤til sin una “reforma monetaria que dolarice la econom铆a”, es decir, sin convertir la sumisi贸n econ贸mica en ley. En ese espejo, Milei se contempla como el alumno m谩s aplicado del neoliberalismo tard铆o: privatiza, ajusta y agradece. Pero el precio del aplauso es la cesi贸n del tim贸n. El pa铆s se sostiene, as铆, a la deriva de los vientos de Trump.
El salvataje, as铆, no s贸lo financia la econom铆a: financia la ilusi贸n. El Gobierno traduce la ayuda extranjera como un gesto de confianza mundial, cuando en realidad es un voto de desconfianza que llega con sello diplom谩tico. El d贸lar prestado compra tiempo y relato, ambos perecederos. En esa transacci贸n, Milei act煤a como un m茅dium del mercado: canaliza los dictados del norte, los reviste de 茅pica libertaria y los vende como soberan铆a. Las elecciones de medio t茅rmino, en ese marco, no decidir谩n entre programas, sino entre tutores. “Si Milei pierde, Argentina perder谩 el apoyo de los Estados Unidos”, dijo Trump, borrando las fronteras entre campa帽a y tutela, entre soberan铆a y obediencia.
El Fondo Monetario Internacional, por su parte, se uni贸 al coro. Kristalina Georgieva, con la serenidad de los conversos, pidi贸 “votar por la normalidad” y celebrar el retorno al orden. La palabra “normal”, en su boca, es m谩s inquietante que cualquier amenaza: significa resignaci贸n, disciplina y aceptaci贸n del hambre como pol铆tica de Estado. Milei se convirti贸 as铆 en el mediador perfecto de una cruzada neoliberal que no necesita tanques, s贸lo tecn贸cratas obedientes. Como recuerda el premio nobel Paul Krugman, el rescate no busca salvar a la Argentina, sino a los fondos de cobertura amigos de Bessent que apostaron por ella. “America First”, escribe con iron铆a, “significa en verdad Billionaire Buddies First”. La historia se repite, pero cada vez con menos disimulo.
La sombra que proyecta ese auxilio tiene contornos a煤n m谩s turbios. La prensa internacional ya lo llama narco-dependencia imperial: la “ayuda financiera” convive con la expansi贸n del narcotr谩fico y la flexibilizaci贸n de los controles que lo regulaban. El nuevo orden hemisf茅rico se parece a un casino administrado desde el norte, donde el dinero sucio se lava en nombre de la libertad. En ese tablero, Milei cumple el papel del croupier: sonr铆e, gira la ruleta y agradece las propinas. Argentina, mientras tanto, se juega entera por una ficha prestada.
Escenarios y espejismos electorales
La pol铆tica argentina se parece cada vez m谩s a una tragicomedia sin cambio de elenco. Las elecciones de medio t茅rmino se anuncian con esc谩ndalos nuevos, pero con actores viejos. El caso de Jos茅 Luis Espert que tratamos hace un par de semanas-ca铆do por sus v铆nculos con el narcotraficante Fred Machado- resume la farsa moral del oficialismo. No se trata de una manzana podrida, sino del 谩rbol entero: los que predican la pureza del mercado terminan hundidos en sus lodos m谩s opacos. Y cuando el candidato liberal se desploma, otra candidata libertaria queda envuelta en un esc谩ndalo que desnuda la frontera difusa entre la pol铆tica y el narco-delito. Lorena Villaverde, principal postulante al Senado por La Libertad Avanza en R铆o Negro, admiti贸 haber estado detenida en Estados Unidos. Su v铆nculo con Claudio Ciccarelli, primo del citado Machado, complet贸 el cuadro. El eco de ese apellido, el mismo que financi贸 la campa帽a de Espert, volvi贸 a resonar como una par谩bola del poder libertario.
La escena no es nueva, s贸lo m谩s expl铆cita. La moral ultraliberal florece, pero en las fronteras porosas del crimen y la far谩ndula. En la misma semana en que Milei denunciaba a “la casta corrupta”, sus propios candidatos quedaban atrapados en un entramado de financistas pr贸fugos, amistades dudosas y espect谩culos judiciales. Lo que antes se insinuaba como met谩fora hoy es cr贸nica: la 茅tica del mercado se ha vuelto indistinguible de su contracara, el delito organizado. Carlos Pagni sintetiz贸 esa paradoja en una escena: el caso Espert, envuelto en financiamiento narco, revela que la bandera anticasta se hunde en la misma ci茅naga que denunciaba. La corrupci贸n dej贸 de ser monopolio del Estado para devenir mercado.
En este paisaje de esc谩ndalos y ruinas, nada esencial cambia. El oficialismo, sostenido por la alianza de Washington y los fondos de cobertura, conserva su n煤cleo duro; la oposici贸n, fragmentada entre moderados y nost谩lgicos del Estado, no consigue articular una alternativa. Ni siquiera el malestar econ贸mico -una recesi贸n que hunde industria, comercio y empleo- logra redistribuir la correlaci贸n de fuerzas. La sociedad, fatigada y polarizada, parece anestesiada por la continuidad del desastre: votar谩 como quien renueva un contrato que no entiende, pero teme romper.
Milei, que alguna vez prometi贸 encarnar la furia del cambio, se volvi贸 el protagonista de una 贸pera bufa que dirige y protagoniza al mismo tiempo. Su micr贸fono reemplaz贸 al atril y su falsete a la consigna. Cada acto de gobierno se transforma en n煤mero musical, y cada conferencia en un unplugged del poder. El presidente-cantante, convertido en 铆dolo de s铆 mismo, sube al escenario con la bandera como capa y el d茅ficit como partitura. Lo acompa帽an ministros devenidos coristas que entonan la melod铆a del milagro econ贸mico mientras el pa铆s desafina en la realidad. La paradoja es que, bajo el ruido ensordecedor del show, nada se mueve. La estructura del poder permanece intacta: las provincias dependientes de la coparticipaci贸n, los sindicatos divididos, los movimientos sociales contenidos por el miedo y el hambre, el Congreso reducido a coro protocolar. La promesa de disrupci贸n termin贸 siendo una restauraci贸n travestida: el neoliberalismo con peluca libertaria. El gobierno, en su cruzada contra la “casta”, se volvi贸 su versi贸n caricaturesca. Lo que el Milei incendiario gritaba contra los pol铆ticos, el Milei presidente lo susurra para conservarlos. En el fondo, las elecciones de medio t茅rmino no decidir谩n entre continuidad y cambio, sino entre dos modos de continuidad. El pa铆s se mueve, s铆, pero en c铆rculo: gira como un carrusel donde cada vuelta promete v茅rtigo y entrega, una y otra vez, la misma vista.
As铆 se llega a estas elecciones: entre el v茅rtigo y el bostezo. La escena pol铆tica se agita, pero la trama no cambia. Los esc谩ndalos se suceden como fogonazos en una pantalla sin profundidad, y las encuestas fluct煤an dentro de los mismos m谩rgenes que hace un a帽o. Las instituciones parecen resistir, aunque m谩s por inercia que por convicci贸n, y la sociedad observa el proceso como quien ve repetirse una pel铆cula con distintos subt铆tulos. La fatiga democr谩tica se ha vuelto paisaje. En este pa铆s donde todo parece estar por estallar y nada termina de suceder, el voto vuelve a ser un gesto de resignaci贸n m谩s que de esperanza. Las elecciones de medio t茅rmino no prometen un giro, sino una pausa prolongada: el punto y coma de una historia que se niega a concluir.
La fragilidad de las hegemon铆as y el voto del desencanto
Las encuestas exhiben un equilibrio que esconde una inestabilidad profunda. Lo que Hanna Pitkin llam贸 representaci贸n simb贸lica se manifiesta hoy como una legitimidad emocional: el votante responde a gestos y esl贸ganes, no a proyectos. La democracia plebiscitaria que describ铆a Leibholz encuentra en Milei su caricatura perfecta: un liderazgo que sustituye el ‘qu茅’ y el ‘c贸mo’ por el ‘qui茅n”. Ning煤n bloque logra construir un liderazgo s贸lido: los m谩rgenes entre oficialismo y oposici贸n son angostos y movedizos, y el voto indeciso se expande como una zona gris que define sin identificarse. Es la expresi贸n pol铆tica de un malestar que no encuentra traducci贸n partidaria. Lo que Gramsci llamar铆a una “crisis de hegemon铆a” se manifiesta aqu铆 como multiplicaci贸n de microautoridades y subjetividades dispersas.
El llamado voto bronca se ha convertido en el verdadero 谩rbitro del sistema. No es ya una anomal铆a: es el centro de gravedad electoral. Su l贸gica no es program谩tica sino reactiva. Se vota menos “por” que “contra”. El ciudadano, desplazado del rol de sujeto pol铆tico, se comporta como un consumidor que castiga o premia seg煤n la decepci贸n acumulada, tal como Schumpeter enfatiz贸 a mediados del siglo pasado. Esa emocionalidad negativa, que Varoufakis identifica como el combustible de los populismos contempor谩neos, no se traduce en ruptura sino en oscilaci贸n. El votante bronca no busca transformar el sistema, sino recordarle que a煤n existe. En ese gesto late una paradoja: protesta para conservar la capacidad de protestar.
El caso argentino exhibe la complejidad de este proceso. La coalici贸n oficialista intenta capitalizar el descontento, pero su propio ejercicio del poder la erosiona. La promesa de dinamitar la “casta” termin贸 convertida en una gesti贸n donde el ajuste convive con la autoprotecci贸n de los privilegios. Del otro lado, la oposici贸n progresista no logra elaborar un relato que seduzca al electorado desencantado. Su discurso racional se estrella contra un clima emocional que exige catarsis m谩s que argumentos. El votante indeciso -ese que los encuestadores tratan como misterio- no es ap谩tico: es un sujeto saturado, esc茅ptico, que ya no conf铆a en la intermediaci贸n. Prefiere el silencio antes que la militancia, la abstenci贸n antes que la pertenencia. El voto bronca, el voto indeciso y el voto ausente son, en rigor, las tres formas contempor谩neas del mismo fen贸meno: la desafecci贸n pol铆tica. Ninguna fuerza consigue transformarla en proyecto, apenas administrarla. La correlaci贸n de fuerzas, entonces, se mantiene congelada no por equilibrio, sino por fatiga. Las hegemon铆as d茅biles se retroalimentan en su impotencia rec铆proca. El poder no se disputa: se reanuda. Y as铆, la democracia argentina avanza sostenida en su propio escepticismo, convertida en un sistema que ya no representa, sino que gestiona la decepci贸n.
Las opciones pol铆ticas
Lo que est谩 en juego en estas elecciones no es una simple redistribuci贸n de bancas, sino la posibilidad de detener -o consagrar- la ofensiva libertaria. Detr谩s del decorado electoral se despliega un proyecto de poder que excede a Milei y a su s茅quito de aduladores: una movida ideol贸gica destinada a consolidar un nuevo bloque hist贸rico de dominaci贸n, donde el capital financiero, los lobbies extranjeros y los viejos aparatos partidarios se confunden en un mismo impulso restaurador.
El oficialismo libertario no camina solo. Lo acompa帽a el PRO, su hermano mayor en la genealog铆a neoliberal, que ha encontrado en esta alianza la oportunidad de reciclar su fracaso bajo el disfraz del purismo doctrinario. Pero tambi茅n lo sostienen, de manera m谩s silenciosa, sectores desprendidos de los partidos mayoritarios -peronistas y radicales- que, habiendo perdido el rumbo o la dignidad, se incorporan como sat茅lites en las listas de La Libertad Avanza (LLA) o como aliados externos en la cruzada contra los derechos conquistados. En nombre de la modernizaci贸n o la gobernabilidad, legitiman el avance sobre el trabajo, la educaci贸n, la seguridad social y el patrimonio p煤blico. Lo que se juega, entonces, es si esa maquinaria de desposesi贸n lograr谩 consolidar su hegemon铆a parlamentaria, sellando en el Congreso lo que ya ha impuesto en la calle y en los medios: una nueva moral del sometimiento.
Detener esa ofensiva no significa apenas votar en contra de Milei. Significa rescatar el sentido mismo de la representaci贸n democr谩tica frente a su caricatura simb贸lico–plebiscitaria: impedir que la democracia se reduzca a un ritual de delegaci贸n cada vez m谩s vaciado, donde la ciudadan铆a abdica de su poder y los representantes se emancipan de sus representados. El voto de octubre no es s贸lo un tr谩mite: es la 煤ltima frontera entre la sociedad y su conversi贸n definitiva en clientela pol铆tica del mercado.
Personalmente voto en la ciudad de Buenos Aires que elige tanto diputados como senadores. Para esta 煤ltima c谩mara no hay otra opci贸n que hacerlo por la peronista de Fuerza Patria (FP), esperando lograr una segunda minor铆a. Cualquier otra alternativa de pretensi贸n antilibertaria, arroja el voto a la alcantarilla. Lamento que el primer candidato sea el l谩nguido Recalde (el 煤nico con chances de ingresar, fiel representante de “la casta”) y no quien lo secunda, Ana Arias, decana de la facultad de ciencias sociales de la UBA que le dar铆a otra frescura, vitalidad e iniciativa a la representaci贸n.
Pero no es la 煤nica opci贸n en diputados. El Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) ha terminado convirti茅ndose en una versi贸n especular de aquello que dice combatir. Tras catorce a帽os de existencia, el FIT ya no es una alternativa, sino una marca registrada: un frente solo electoral, sostenido por aparatos desconfiados entre s铆, que conciben la unidad como un pacto de no agresi贸n y la militancia como la repetici贸n de consignas simplistas y regurgitadas. Su vitalidad no proviene de la lucha de clases, sino de la rutina de las PASO (internas abiertas obligatorias).
Ciertamente participan de todas las luchas y lograron construir un aparato. Pero la experiencia que alguna vez prometi贸 articular a la vanguardia obrera, estudiantil y feminista se redujo a una federaci贸n de siglas con reflejos sectarios, m谩s preocupada por el reparto de candidaturas que por construir un proyecto socialista vivo. En nombre de la pureza doctrinaria, la izquierda se volvi贸 su propio censor. Sus plenarios son liturgias cerradas donde se exorciza la heterodoxia; sus debates, tribunales de fe donde cada organizaci贸n mide la herej铆a del otro con la misma minuciosidad con que el poder mide la obediencia.
El FIT no organiza la rabia: la administra. Convoca a los trabajadores, a los docentes, a los jubilados y estudiantes a acompa帽ar sus listas, pero no a integrarlas ni a debatirlas. As铆, la lucha se convierte en argumento de campa帽a y la pol铆tica en ejercicio de autocontemplaci贸n. Lo que alguna vez fue el intento de edificar una alternativa de clase se ha fosilizado en un ritual identitario que confunde coherencia con aislamiento.
La paradoja final es cruel: mientras denuncia el parlamentarismo burgu茅s, se ha vuelto su reh茅n m谩s obediente. Su 煤nica victoria sostenida es la de permanecer igual a s铆 mismo. Sectario por supervivencia, electoral por inercia, el trotskismo argentino ha logrado lo que sus adversarios no pudieron: convertir a la izquierda en una minor铆a perpetua, tan pura como est茅ril.
Sin embargo en este contexto es una opci贸n, m谩s a煤n cuando la candidata que posiblemente logre ingresar es la ex candidata presidencial Miriam Bregman cuyo perfil, carisma y cierta heterodoxia, la separan a帽os luz del resto de los candidatos y actuales representantes que no pasan de ser simples gritones. Es la que votar茅 en diputados.
En el fondo, toda elecci贸n es una disputa entre la memoria y el olvido. Esta, m谩s que ninguna, decidir谩 si la sociedad argentina acepta su degradaci贸n como destino o si a煤n conserva el pulso para negarse. Tal vez el voto no alcance para derribar el edificio del cinismo, pero todav铆a puede abrir una grieta por donde entre algo de aire. Porque incluso entre ruinas hay quienes siguen creyendo que la pol铆tica no es un tr谩mite, sino un verbo en presente: el de resistir juntos para volver a merecer el futuro.
