OPINI脫N de Ilka Oliva Corado
Este texto pertenece a la serie Las Insurrectas
Salimos de la cantina Las Galaxias con los patojos alrededor de las 9 de la noche, los fines de semana ten铆a la libertad de un tiempo libre despu茅s de vender helados y dejar alimentados a los animalitos, entonces me iba a jugar pelota, a aplanar calles con los patojos o sola a virinbundear y en el camino me encontraba con algunas amigas y nos 铆bamos a darle la vuelta a la colonia. Eran los tiempos de mi adolescencia y Ciudad Peronia crec铆a cada d铆a, en el asentamiento comenzaban a verse peque帽as construcciones de casas, poco a poco iban desapareciendo las peque帽as chozas improvisadas con lepas y nailon. Y la gente que a帽os antes hab铆a invadido terrenos abandonados comenzaba a tener los papeles legales y pod铆a comenzar a pagar mensualmente en el famoso banco Banvi.
El sue帽o del parque con su 谩rea verde y las canchas deportivas segu铆a siendo una ilusi贸n, un dibujo en un papel que ayud贸 a enganchar a miles de personas que vieron en Ciudad Peronia la promesa de un hogar en una colonia residencial a las afueras de la ciudad. Al pie de la bomba de agua se hac铆an colas de gente que acarreaba en cuanto utensilio tuviera, en la noche la colonia quedaba en las oscuranas y solo se escuchaba el silbido del viento que barr铆a las polvaredas levantando hasta las l谩minas de las casas para el tiempo del vuelo de los barriletes y; en el oriente del pa铆s, de la tapisca y el atol shuco. Ciudad Peronia fortalec铆a sus ra铆ces suig茅neris, con migrantes de todas partes de dentro y fuera del pa铆s. Igual pod铆a tener uno un vecino ind铆gena, como negro, como salvadore帽o o nicarag眉ense.
Mi calle se fue llenando y todos los vecinos nos conoc铆amos, pasados los a帽os el se帽or de la talabarter铆a vendi贸 su casa y la compr贸 don Luis que lleg贸 con su esposa do帽a Janeth y sus dos hijos peque帽os, desde la colonia Bethania. Don Luis r谩pido hizo amistades y andaba con su moto para ac谩 y para all谩, en cambio do帽a Janeth era m谩s t铆mida y hablaba poco. Realmente eran j贸venes pero les encantaba que les dijeran as铆, don Luis y do帽a Janeth. Do帽a Janeth siempre me trat贸 de usted y por ende yo tambi茅n a ella. Me contaba de la colonia en donde creci贸 y ten铆amos en com煤n que nos encantaba jugar f煤tbol.
En la cuadra hasta ese momento pocos ten铆an sus casas repelladas, no digamos pintadas. Don Luis se mand贸 que contrat贸 a un patojo de la colonia que hac铆a sus primeros tanes en la pintura y le pint贸 la casa con un estilo nuevo que parec铆a untaz贸n de chicle, como que con panela a medio hervir se la hubieran pintado, pero s铆 era el estilo. No hombre, era la novedad y les daba cierto glamur en aquella colonia de casas de lepas y techos de pedazos de l谩minas oxidadas.
Por la tarde noche do帽a Janeth se sentaba en las gradas de su casa con sus ni帽os y como la mayor铆a en la colonia, con las puertas de la casa de par en par. Aquella noche de domingo yo sal铆 anegada de la cantina con los patojos, caminamos abrazados los 17 por el bulevar central y al llegar a la entrada a mi cuadra yo les ped铆 que me dejaran ah铆 que subir铆a sola a mi casa, no quisieron, pero insist铆. Apenas pod铆a sostenerme en pie, caminaba tambaleante, eran los d铆as m谩s dif铆ciles de mi vida y mi forma de escape era el alcohol. Nunca prob茅 drogas, no por salsa, ni por miedo, solo porque tuve suerte, la suerte con la que nac铆 que dijo Mamita.
Los 16 hombres de mi vida me dejaron en la entrada a la cuadra y comenc茅 a caminar la subidona, do帽a Janeth que estaba sentada en las gradas de su casa me vio, se par贸 inmediatamente y corri贸 a agarrarme, buenas noches, le dije, ella que era delgada y m谩s bajita que yo, me agarr贸 como pudo y me llev贸 a su casa, agarr贸 a sus ni帽os y me llev贸 a la cocina. Ah铆 me lav贸 la cara, me ech贸 agua en la cabeza y me dijo que me sentara en una silla, moj贸 papel peri贸dico y me lo dio a morder, parti贸 una papa y me dijo que la masticara, que no pod铆a asomarme as铆 a la casa porque entonces s铆 mi mam谩 me mataba.
Para esos a帽os yo no hablaba, toda mi forma de expresi贸n eran los pu帽os. ¿Qu茅 le pasa? Me pregunt贸 angustiada. Hable conmigo, me dijo. Por qu茅 se emborracha as铆 le puede pasar algo. Pero yo no hablaba ni con ella ni con nadie, no pod铆a hablar, todo el fuego que me quemaba por dentro lo trataba a apagar con el alcohol, jugando pelota y corriendo en la arada hasta que las piernas no me daban m谩s.
Me abraz贸, me abraz贸 fuerte y me refugi贸 y yo no pude hablar, todo se deshac铆a como granos de sal en mi garganta. Y do帽a Janeth que no pasaba de los 27 a帽os llor贸 frente a m铆 aquella noche de domingo, tratando de salvarme, salvarme de m铆 misma. Pero mi camino por recorrer apenas estaba iniciando.
Me mantuvo ah铆 en la sala de su casa hasta que me baj贸 un poco la borrachera y pude caminar m谩s o menos, sali贸 a dejarme a la puerta de su casa y se qued贸 ah铆 hasta que yo me perd铆 en la subidona, al llegar a mi casa me salt茅 el tapial de adobe, atraves茅 el patio y entr茅 al cuarto que colindaba con el gallinero. En la casa todos dorm铆an, ca铆 boca abajo en la cama de metal que ten铆a la pata coja.
A veces creemos que las haza帽as para que sean grandes, deben tener ruido, deben ser exorbitantes, y que deben tener todos los focos puestos. Pero no necesariamente debe ser as铆. Aquella noche, una mujer t铆mida, reci茅n llegada a la colonia, con pocos amigos, vio a una adolescente que necesitaba un abrazo y se lo dio, ¿c贸mo lo supo? Cosa de mujeres, tal vez. Cosa que no necesita expresarse de ninguna forma. Intuici贸n femenina. Y para m铆 ese gesto fue una insurrecci贸n total. Porque pudo verme pasar e ignorarme. Pudo cerrar la puerta, pero sali贸 a mi encuentro, a socorrerme y aquel abrazo de ese domingo por la noche me ha acompa帽ado todos estos a帽os y lo guardo como algo muy grato de mis a帽os m谩s dif铆ciles. Un peque帽o gesto, puede salvarle la vida a una persona, aunque jam谩s lo imaginemos.
Siempre que como papas me recuerdo de aquella papa partida por la mitad.
Para do帽a Janeth, con gratitud, donde quiere que est茅.
Blog de la autora: https:// cronicasdeunainquilina.com
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado
Estados Unidos.