Ochenta años, desde... Adriana Davidova Ochenta años, desde que aquellos hombres, que ya andaban con la sombra de la muerte en sus hombros, abrieron la puerta del averno y supieron que el infierno podía ser aún más ardiente, que el terror no tenía límites, que el horror siempre podía ser peor que todo lo imaginado, que el dolor podía ser aún más agrio y más punzante. Y que el asombro ante la bestia humana, podía no tener fin ni fondo. Pequeños, frágiles, quebradizos esqueletos, que apenas daban pasos deambulantes hacia ellos, arrastraban a su vez, los cuerpos ya inertes de algún ser que alguna vez fue humano... Ojos, bocas, tórax... todo cuencos vacíos y oscuros, olor a algo jamás olido, gritos incrustados en los restos de paredes, pero gritos en el silencio abismal del terror más absoluto. Pieles quemadas, restos, despojos de cuerpecitos que un día fueron niñas y niños, ahora apenas un pequeño bulto de huesos y un trozo de tela a rayas. Y eso era antes de adentr...