Jorge Riechmann Hay quien ha tenido, como niño reducido a soledad, un amigo imaginario. Bueno, podemos hacernos con un abuelo imaginario (esta evidencia se me dio en el sueño, pero ello no la hace menos pertinente): nos acompañará, estará siempre disponible y podremos consultarle en cada ocasión en que las tribulaciones donde nos vemos en vueltos pongan en juego nuestra relación con los antepasados. Y, ya puestos, convoquemos también a la tataranieta imaginaria, de manera que la relación con las generaciones futuras se vea también facilitada.