OPINIÓN Enrico Tomaselli Para Israel, la guerra es mucho más que un acto fundador, es un estatus, una condición inmanente. Las clases dirigentes sionistas, mucho antes de la creación de Israel, eran conscientes de representar un cuerpo extraño en Palestina, y solo en virtud de la creencia de que esa tierra les había sido prometida por Dios se consideraron con derecho a ocuparla. La conciencia de esta irremediable extranjería significó que, desde el principio, el Estado judío se concibió a sí mismo —y se equipó— como un organismo diseñado para la guerra. En la representación romántica de un socialismo supremacista (es decir, reservado solo para judíos, excluyendo a los árabes) que se materializó en los kibutzim, el prototipo del hombre nuevo se representaba —ideal e iconográficamente— con una azada y una ametralladora al hombro. Y, de hecho, los primeros veinticinco años de Israel están marcados por guerras con los países árabes vecinos: la guerra de 1948, la guerra de Suez de 1956...