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Juana

OPINI脫N de Marcelo Colussi

Cada tanto recordaba su origen: la imagen de la favela de San Pablo le retornaba insistente. Si bien eso hab铆a sido mucho tiempo atr谩s –con seis a帽os hab铆a marchado con su familia a vivir en un barrio otorgado por el gobierno, en casa de ladrillos– la historia de su infancia, y la de la violaci贸n, era algo que nunca desaparec铆a. Tampoco pod铆a olvidar la hist贸rica discriminaci贸n que sufr铆an los negros descendientes de esclavos africanos, tal era su caso.





Hab铆a pasado por m谩s de un tratamiento psicol贸gico, y en muy buena medida hab铆a logrado procesar todo el espanto de esa pesadilla ya tan lejana. No obstante, ante circunstancias dif铆ciles como la actual, reaparec铆an los viejos fantasmas.

Se encontraba en el despacho principal, y sus dos secretarias –una morena, de Sud谩n, otra rubia, noruega– esperaban ansiosas alguna respuesta. La reuni贸n con la m谩s alta jerarqu铆a hab铆a sido por la ma帽ana; hab铆an asistido representantes de todos los lugares donde la instituci贸n ten铆a presencia. Hab铆a, por tanto, enviados de los cinco continentes, de m谩s de cien pa铆ses.

El encuentro hab铆a sido tenso; lo cual era comprensible: era la primera vez que la organizaci贸n se hallaba en una disyuntiva tan apremiante. Las fuerzas chinas ten铆an ocupado pr谩cticamente toda Asia, y su poder铆o misil铆stico nuclear apuntaba tanto a los Estados Unidos como a Europa. El margen de maniobra era muy peque帽o, y el tiempo se agotaba. Pek铆n hab铆a sido categ贸rico en la demanda: la Secretar铆a General de las Naciones Unidas deb铆a aprobar la invasi贸n de los dos 煤ltimos pa铆ses –Arabia Saudita e Ir谩n– o comenzar铆a el bombardeo impiadoso sobre las cinco principales ciudades de la costa oeste del pa铆s americano, que a su vez hab铆a tomado, con apoyo europeo, todo el Africa, incluido el norte isl谩mico.

Los chinos eran terminantes. Si hab铆an dado un ultim谩tum, era de creerles. Y de temerles. Sus armas ya no eran como las de principios de siglo; ahora, en el 2045, gracias a una aceleraci贸n infernal de su econom铆a y de su desarrollo cient铆fico, hab铆an puesto casi de rodillas a Washington. No m谩s de diez misiles intergal谩cticos con ojiva nuclear m煤ltiple cargados con el nuevo material radioactivo tra铆do de Marte –disparados desde sat茅lites estacionarios– bastaban para terminar en pocos segundos con el pa铆s americano. Y dispon铆an de varios cientos. La Organizaci贸n de Naciones Unidas, tan manoseada por a帽os, hab铆a vuelto a tener cierto protagonismo en el panorama internacional; era por eso que se requer铆a su intervenci贸n bendiciendo la acci贸n militar. Dado lo complejo del entretejido de los hechos, se hab铆a pedido tambi茅n la participaci贸n de la Iglesia Cat贸lica, que a煤n detentaba algunas cuotas de poder. Pero no era f谩cil tomar una decisi贸n.

Justamente por eso, porque lo que se decidiera tendr铆a consecuencias planetarias en el largo plazo, la junta de la ma帽ana hab铆a sido larga y tensa. Nadie se atrev铆a a plantear abiertamente una posici贸n belicista; pero todos sab铆an que la instituci贸n apoyaba, no tan en secreto, la toma del continente negro. Por tanto, de no hacer lugar a la petici贸n china se corr铆a el riesgo –muy alto por cierto– de ser tambi茅n considerada aliada de los yanquis y de los europeos. La respuesta militar por parte de Pek铆n era, por ello mismo, muy posible. Y las fuerzas armadas de la instituci贸n eran muy modestas, absolutamente lejanas de poder dar una batalla con posibilidades de 茅xito, aunque dispusiera de armamento nuclear.

Ambas secretarias, en provocativas minifaldas, volvieron a entrar al despacho. El nerviosismo reinaba en el ambiente. Mar铆a, la pr贸digamente dotada n贸rdica de lechosa piel, intent贸 ser simp谩tica con alg煤n chiste, a modo de distender un tanto la situaci贸n. Aunque era su preferida, y en otros momentos hab铆a recibido muestras del m谩s enternecedor cari帽o, ahora obtuvo por toda respuesta un pellizco en la nalga, por debajo de la falda roja. Por cierto el pellizco no pretend铆a ser tierno; hab铆a sido, en todo caso, una descarada agresi贸n f铆sica. Mar铆a no respondi贸.

En general no se comportaba as铆; su actitud dominante era la serenidad. Con sus cuarenta y ocho a帽os bien llevados y una muy buena condici贸n f铆sica –hac铆a dos horas diarias de gimnasia–, aunque era persona p煤blica, internacionalmente p煤blica, lo cual abr铆a la posibilidad de tener m谩s de un detractor, no contaba con enemigos a nivel personal. Afable, siempre con una sonrisa sincera, espont谩nea, su carisma era proverbialmente conocido. Nadie pod铆a decir que alguna vez se hubiera sentido mal en su presencia. Pese a su condici贸n de persona negra, o justamente o por eso, era un palad铆n de la lucha antiracial.

Una vez m谩s, como suced铆a en momentos dif铆ciles, se refugiaba en la lectura de Bartolomeo Sacchi –en lat铆n–; su compleja obra "Historia de la vida de los papas" la conoc铆a a la perfecci贸n, luego de innumerables recorridos. A partir de ella se hab铆a inspirado para pintar La muerte de Juana, pat茅tica y bien lograda obra donde se plasmaba el linchamiento y consecuente muerte a que hab铆an sido sometidos en Roma, hacia fines del siglo IX, la papisa Juana y su reci茅n nacido hijo. Ese hecho le parec铆a impresionante, tanto como su infantil violaci贸n; eran de las pocas cosas, quiz谩 las 煤nicas, que retornaban c铆clicamente en su discurso. Su pintura –hecha m谩s a t铆tulo de pasatiempo que con pretensiones est茅ticas serias– reflejaba un abanico de temas, y ni lo religioso ni lo truculento ocupaban un lugar de privilegio. Le interesaban por igual el amor, la ni帽ez, el sexo o la ecolog铆a.

Desde hac铆a ya un par de d茅cadas en la Santa Sede se ven铆a dando una serie de cambios para estar acorde a los tiempos; el aumento incontenible de las sectas evang茅licas en Latinoam茅rica y de los grupos fundamentalistas musulmanes en Asia, Africa, Am茅rica del Norte y Ocean铆a, as铆 como un agnosticismo creciente en Europa y la fascinaci贸n por la rob贸tica, hab铆an llevado a la religi贸n cat贸lica a una casi virtual desaparici贸n. De ah铆 que la alta jerarqu铆a vaticana introdujera osadas transformaciones en su estructura institucional, a fin de mantener con vida una tradici贸n m谩s que doblemente milenaria. No sin resistencias internas, en a帽os reci茅n pasados se hab铆a eliminado el celibato, se hab铆a aceptado la presencia femenina en el curato –las sacerdotisas, sin embargo, no pod铆an quedar embarazadas–, hab铆a terminado por aceptarse la planificaci贸n familiar y el aborto como pr谩cticas normales, y se hab铆a delineado una estrategia medi谩tica que empalidec铆a el mercadeo de pel铆culas realizado por los hind煤es, apelando a las m谩s sutiles –y espantosas– t茅cnicas de penetraci贸n psicol贸gica. En esa l贸gica se hab铆a aliado a la Coca-Cola International Company, siendo el joint venture de provecho para ambas instancias: los fabricantes de refrescos eran bendecidos por dios, y ten铆an asegurada publicidad gratuita en miles de iglesias en toda la faz del planeta. Y el Vaticano, a trav茅s de un simp谩tico y sonriente Jes煤s –en tres versiones: rubio, moreno y oriental– aparec铆a en millones y millones de envases. Dios toma Coca-Cola dec铆an las etiquetas.

Ante el pellizco, las dos secretarias optaron por retirarse sin abrir la boca. Sab铆an que cuando se pon铆a as铆 era mejor no dirigirle la palabra; si bien su actitud era dulce, a veces pod铆a adoptar un aire terriblemente agresivo. Tal era el caso ahora; y en esas circunstancias era mejor alejarse.





Pas贸 hacia la sala contigua al despacho principal; all铆 ten铆a instalado su taller de pintura. Trabajar ah铆, pintar un poco, cuando la tensi贸n sub铆a tanto como ahora, le hac铆a sentir bien. Pens贸 en una nueva versi贸n del suplicio de Juana la papisa; desde mucho tiempo le interesaba hacer algo remedando la pintura primitivista que hab铆a visto en Guatemala, en Centroam茅rica. El cuadro que hab铆a producido ahora, dos a帽os atr谩s, cuando comenzaba su mandato, ten铆a un aire renacentista con alg煤n destello surrealista. Combinaci贸n rara, por cierto; pero que no le incomodaba estil铆sticamente, y cuya utilizaci贸n no dejaba de tener cierta aura atractiva.

Pintar una violaci贸n le parec铆a demasiado funesto; suficiente con haberla padecido. La lapidaci贸n de este m铆tico personaje de la Iglesia Cat贸lica le fascinaba. Le parec铆a arquet铆pico, s铆mbolo absoluto de la hipocres铆a del mundo: una instituci贸n que por milenios prohibi贸 entre sus filas la presencia de mujeres y cuyos miembros masculinos hac铆an votos de castidad, mientras que se cansaban de tener hijos ileg铆timos o relaciones homosexuales. Una instituci贸n patriarcal y verticalista como ninguna otra, donde una mujer pudo llegar a ser su primer dignatario a costa de la transgresi贸n, pero el d铆a que dio a luz fue ajusticiada por una plebe manipulada, asustadiza y profundamente conservadora, producto todo ello de una jerarqu铆a mis贸gina y enfermiza. La figura de esta Juana le parec铆a un s铆mbolo, si bien no tan evidentemente v谩lido en a帽os anteriores, m谩s que actual hacia mediados del siglo XXI. Juana y la transgresi贸n: nuestro camino hab铆a pensado que cabr铆a mejor como t铆tulo del cuadro. Opt贸, finalmente, por el otro m谩s convencional.

Hoy d铆a ya no era prohibida la presencia de la mujer en la estructura del poder eclesial. Hab铆a dejado de ser diab贸lica; aunque ello era producto de un reacomodo forzado. Hondamente sab铆a que la odiaban.

La odiaban profundamente por ser mujer, por ser negra, y por su origen de pobre y marginal. A veces, pese a lo traum谩tico de sus primeros tiempos de vida, la enorgullec铆a venir de una favela. Sin tener muy arraigada una preocupaci贸n por lo social, en t茅rminos viscerales no se sent铆a a gusto con los funcionarios que ella llamaba aristocr谩ticos. Es decir, aquellos que no ven铆an de historias de exclusi贸n tan notorias, que estaban acostumbrados desde siempre a pertenecer al c铆rculo de los afortunados, de los integrados al sistema mundial. El solo hecho que se hablara de inviablesle parec铆a una falta de respeto en t茅rminos humanos. Un favelado no es viable, rezaba el catecismo econ贸mico de la econom铆a de libre mercado; lo cual le parec铆a horrendo, inadmisible. Ella representaba a los eternamente hechos a un lado, a los inexistentes, a los que no cuentan. Se sent铆a igual que Juana I: de campesina a papisa, tit谩nico esfuerzo personal mediante. Igual que ella, era una marginal. S贸lo con un denodado arrojo hab铆a podido llegar a estudiar, venciendo la marginaci贸n cr贸nica que la postergaba; su impresionante talento hab铆a hecho el resto.

Era, sin propon茅rselo de manera consciente, un s铆mbolo de la irreverencia. Iconoclasta visceral, su vida misma era una invitaci贸n a la heterodoxia, a la herej铆a. Repitiendo la m铆tica historia de Juana la inglesa, tambi茅n ella hab铆a tenido sus benefactoras, gracias a las cuales hab铆a accedido al papado. No deb铆a favores, en sentido estricto, porque con ambas hab铆a sido amante en su momento, pero nada las un铆a ahora. Con una de ellas, aunque ya de forma muy tenue, a煤n se encontraba ocasionalmente; sin embargo eso no tra铆a deudas: eran algunos encuentros inocentes, s贸lo eso. Ahora su pasi贸n estaba depositada en Mar铆a, la sensual secretaria pol铆glota con la que manten铆a una relaci贸n fogosa –oculta, por supuesto.

Ya entraba la noche y Juana II –tal era el nombre que hab铆a adoptado para papisa, no sin discusiones, dado que muchos miembros del consejo cardenalicio no reconoc铆an la existencia de la primera, un milenio atr谩s– a煤n no daba una respuesta. Mar铆a desesperaba; cuando Su Santidad se pon铆a as铆 de caprichosa, de agresiva, era intratable. De amante ella lo sab铆a, y lo padec铆a m谩s de una vez. Las llamadas se suced铆an fren茅ticas, y era ella quien ten铆a que responder. A su vez, luego, el vocero papal se encargaba de presentar las cosas. Aunque no hab铆a mucho para informar en realidad.

De pronto Juana tuvo una repentina idea –una revelaci贸n se hubiera dicho en otros tiempos. Si era ella la elegida por el rey de reyes, el primer motor, el sumo dador de vida y dispensador de favores; si ella ocupaba la silla de San Pedro por designio divino, ¿por qu茅 no aprovechar todo ese poder para intentar alg煤n cambio de verdad?

A veces, muy en secreto –con Mar铆a, por lo com煤n luego de hacer el amor, le ven铆an ganas de sincerarse y abrir una cr铆tica feroz contra toda la instituci贸n– pensaba que era inadmisible que ellos, la Santa Madre Iglesia, siguieran pensando con criterios de m谩s de dos mil a帽os atr谩s; que al lado de los fenomenales problemas del mundo todav铆a fueran tan ciegos. Le parec铆a abominable que la disposici贸n del papa anterior prohibiera a las sacerdotisas tener hijos. Si no se hubiera hecho la operaci贸n de ligadura de trompas cuando andaba por los treinta a帽os, alg煤n tiempo atr谩s se hubiera atrevido a buscar un embarazo. Aunque entend铆a que era un riesgo a cierta edad, lo hubiera hecho m谩s con esp铆ritu contestatario, de pura irreverencia. So帽aba, incluso, con adoptar alg煤n ni帽o de su favela de origen. De papisa ¿qui茅n se lo impedir铆a? De todos modos tambi茅n se daba cuenta que no dispon铆a de todo el poder que hubiera deseado. Se hab铆a aceptado la entrada de la mujer en la carrera vaticana m谩s que nada porque los tiempos as铆 lo exig铆an, pero muy en el fondo sab铆a que el patriarcado no hab铆a terminado.

Pens贸 entonces en hacer una jugada pol铆tica bastante atrevida. Llam贸 de urgencia a algunos de sus pocos asesores en quienes confiaban. El m谩s cercano era tambi茅n un brasile帽o. Se le ocurr铆a que esta era una buena circunstancia para intentar realizar un viejo sue帽o. Se pod铆a negociar a dos puntas: reconocer la invasi贸n china sobre los dos pa铆ses del golfo p茅rsico y mirar para otro lado a cambio del apoyo de Pek铆n para el traslado del Vaticano a San Pablo, Brasil. Si los jerarcas chinos recib铆an un reconocimiento de la Santa Sede, lo cual era una virtual bendici贸n y t谩cita aceptaci贸n de su pol铆tica de expansi贸n, se establec铆a un equilibrio: ellos en el Asia y Ocean铆a, los rubios en Africa y Latinoam茅rica…. y Dios con todos. Este reconocimiento diplom谩tico bajaba las tensiones y daba ox铆geno; nadie ten铆a que buscar entonces demostraciones de fuerza –que, en este caso, pod铆an implicar la muerte de cientos de millones de personas y p茅rdidas econ贸micas inconmensurables. Occidente perd铆a terreno, pero evitaba una carnicer铆a, y una muy probable derrota. El Vaticano hac铆a un juego m煤ltiple, y con nadie quedaba mal; por lo cual, muy justificadamente entonces, pod铆a pedir su recompensa.

Juana II se sent铆a plet贸rica. En realidad no lo hab铆a pensado mucho, hab铆a sido una respuesta inmediata, casi una inspiraci贸n divina; en realidad lo que m谩s le preocupaba era la reacci贸n de la Coca-Cola International Company. Eran ellos, desde hac铆a alg煤n tiempo, los m谩s feroces defensores de la contenci贸n de China. Y no sin motivos: los refrescos producidos en el pa铆s oriental le hab铆an quitado ya m谩s de un tercio de mercado a nivel global. Sin embargo la morena papisa era de la opini贸n que si no puedes contra ellos, pues entonces 煤neteles. A帽os de ignominia, transgresi贸n e hipocres铆a la hab铆an curtido. Todo vale, era su lema. Con eso no hac铆a sino poner en palabras lo que era su cruda experiencia de vida.

Los funcionarios con que se reuni贸 eran, si bien no precisamente progresistas, al menos los menos mis贸ginos. No la respetaban tanto a ella –era mujer, y ni qu茅 decir si se hubiera sabido de sus tendencias homosexuales– sino a su investidura. Despu茅s de exponer detalladamente sus puntos de vista –lo hizo en italiano; hablaba perfectamente siete idiomas– todos quedaron callados por un buen rato. Nadie se atrev铆a a tomar la palabra, hasta que un viejo cardenal de origen espa帽ol lo hizo.

El plan estaba bien urdido, sin embargo la fuerza de la tradici贸n ten铆a un peso inimaginable. ¿C贸mo trasladar el Vaticano fuera de Roma? ¡Imposible! El polaco Juan Pablo II, a fines del pasado siglo, hab铆a inaugurado la tendencia de los pont铆fices a viajar fuera de la ciudad sagrada; pero trasladar la ciudad sagrada era otra cosa. Herej铆a, apostas铆a. Para algunos de los presentes era blasfemo, insoportablemente sacr铆lego el s贸lo hecho de pensarlo. Juana vio que, una vez m谩s, estaba sola. Sola y desamparada, como en la favela.





Incluso su consejero coterr谩neo no atin贸 a defender la propuesta. El era bastante conservador; y adem谩s, era rubio, de origen austr铆aco.

Una vez m谩s tambi茅n pens贸 Juana II que mejor ser var贸n. Con eso nada se arreglaba, pero la ratificaba en su desprecio por el patriarcado.

Pek铆n esper贸 dos d铆as m谩s, y en vista que no recib铆a se帽ales claras ni del Vaticano ni de las Naciones Unidas, atac贸. Nunca se supo con exactitud la cantidad de muertos, pero seg煤n c谩lculos bastante precisos se estim贸 en alrededor de noventa y tres millones de desintegrados por la fisi贸n termonuclear asistida de los tres misiles ca铆dos.

La papisa Juana II intent贸 dimitir, pero no se lo permitieron. Tuvo que soportar a pie firme el desarrollo de la nueva guerra. Finalmente la Santa Sede debi贸 instalarse en otra ciudad, no tanto por la intenci贸n de la pont铆fice, sino debido a la destrucci贸n sufrida en Roma. En la nueva morada –la austral Ushuaia, en Tierra del Fuego, una de las pocas regiones del planeta no contaminada con energ铆a at贸mica– vivi贸 menos de un a帽o. Nunca qued贸 claro el motivo de su muerte; algunos dicen que fue apu帽alada por su secretaria noruega (fue la versi贸n llam茅mosle… oficial). Otros, bien informados, dicen que se repitieron los hechos del 煤ltimo papa italiano de la historia, Albino Luciani. De todos modos ninguna autopsia revel贸 envenenamiento. Algo curioso fue el an贸nimo descubierto al pie de su lecho de muerte –nunca revelado–, grotescamente burdo, escrito sobre papel negro, con semen: in sempiterna saecula saeculorum. Amen.


Marcelo Colussi: JUANA

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