OPINI脫N de Carlos Taibo
Vivo inmerso, desde el inicio de la intervenci贸n militar rusa en Ucrania, en una permanente zozobra. Si as铆 se quiere, tiene su origen en dos hechos. Si el primero lo aporta mi dificultad para encontrar soluciones a problemas perentorios, el segundo lo configuran mis conocimientos, muy limitados, en lo que hace a lo que ocurre en estas horas. Suplo lo uno y lo otro con ideas generales que, aunque respetables, me sirven de poco o, en su caso, reclaman una aplicaci贸n que es cualquier cosa menos sencilla. Pienso en declaraciones como la que invita a rechazar las guerras, los ej茅rcitos, las alianzas militares y los imperios, o en ese lema que reza “no a la guerra entre los pueblos, no a la paz entre las clases”.
En la trastienda no es dif铆cil barruntar lo que hay: un conflicto sucio, o varios, en el que el curr铆culo de los agentes intervinientes est谩 lleno de manchas, arrogancia y podredumbre. Pareciera como si hubiesen quedado muy atr谩s conflictos que, como los de Palestina o el S谩hara occidental, permiten identificar con facilidad agresores y v铆ctimas. Aunque v铆ctimas las hay, claro, y muchas, en la Ucrania de estas horas, lo que despunta no es una colisi贸n entre modelos econ贸micos, sistemas pol铆ticos o cosmovisiones ideol贸gicas, sino una s贸rdida y descarnada confrontaci贸n entre imperios.
En semejante escenario la opci贸n dominante, y el 煤nico placebo que contrarresta la zozobra, parece ser la adhesi贸n a lo que representa alguno de los bandos enfrentados. Esa adhesi贸n tiene que ser inquebrantable, de tal suerte que, por definici贸n, excluye las dudas y los matices. Hay que estar con Ucrania y con la OTAN, o hay que cerrar filas con la Rusia putiniana. Mientras la primera posici贸n no ve sino dem贸cratas ucranianos enfrentados a hordas asi谩ticas, la segunda solo aprecia a los nazis encabezados por Zelenski en lucha con los aguerridos antifascistas rusos.
Los requisitos, onerosos, para sacar adelante esas dos posiciones, y para salir de la zozobra, son varios y, en mi caso, inalcanzables. Uno de ellos estriba en no escarbar en los antecedentes del conflicto actual: solo interesa lo que se supone ocurre en el presente, de tal suerte que no se puede hablar de la OTAN y sus miserias –del acoso al que ha sometido a Rusia en las tres 煤ltimas d茅cadas y de su apoyo a un activo proceso de tercermundizaci贸n de buena parte de la Europa central y oriental- y tampoco puede contestarse ese para铆so de militarismo imperial, oligarcas, conservadurismo y desigualdad que es la Rusia de Putin. De resultas, y al amparo de un juego maniqueo, se sobreentiende que quien critica a la OTAN defiende a la Rusia putiniana, y quien cuestiona la condici贸n de esta 煤ltima no hace sino alentar la agresividad occidental. Por detr谩s se revelan las preceptivas dosis de rusofobia o de ucraniofobia, se eligen con descaro los argumentos rumorol贸gicos que apuntalan la posici贸n propia -y se descartan los que la ponen en entredicho, siempre sin fisuras- y se cancela cualquier consideraci贸n cr铆tica de la doble moral que aplican con pundonor tirios y troyanos.
Quienes, con mayor o menor fortuna, procuramos romper ese ejercicio cargado de simplezas, olvidos y manique铆smos lo llevamos mal. Recibimos golpes de todos los lados y precisamos aportar explicaciones prolijas –rara vez hay, sin embargo, hueco para ellas- que den cuenta de nuestra posici贸n. Claro que nuestros problemas, infelizmente, no acaban ah铆. Algunos nacen de la certificaci贸n de que el lugar desde el que hablamos es razonablemente c贸modo, y nuestra empat铆a con quienes se ven obligados a vivir entre las bombas resulta limitada, con una secuela delicada: a menudo se desequilibra la balanza entre las exigencias de la coherencia propia y la certificaci贸n del sufrimiento de la gente com煤n.
Para que nada falte, nuestra zozobra se multiplica al calor de las manipulaciones a las que se entregan los medios de incomunicaci贸n, aqu铆 como all谩. Generan una obligaci贸n de respuesta –y hablo ahora de lo que tenemos m谩s cerca- ante la censura que pesa sobre las opiniones que ponen el dedo en la llaga del papel de las potencias occidentales, ante el respaldo que esa censura ha merecido del lado de tantos expertos, supuestos o reales, y ante la dictadura de los tod贸logos que se impone por doquier. Hace unos d铆as alguien me reproch贸, no sin raz贸n, que las gentes de izquierda dedicamos el 80% de nuestro tiempo a cuestionar lo que supone la OTAN. No me qued贸 m谩s remedio que replicar que entre las muchas obligaciones de quienes estamos en la zozobra se halla la de denunciar los silencios, culpables y ocultatorios, que dominan sin contestaci贸n en los medios del sistema. Aun a costa de otorgar menos peso a realidades que merecen, cierto es, una consideraci贸n cumplida. Y entre ellas una agresi贸n militar, la rusa, manifiestamente indefendible.
Pero al cabo la fuente principal de esa zozobra de la que hablo no es otra que la debilidad que arrastramos o, lo que es casi lo mismo, nuestra dificultad para tejer lazos con las gentes que resisten frente a la l贸gica de los imperios –que es, por cierto, la l贸gica del capital en sus diversas formas- y frente a un militarismo omnipresente. Qu茅 poco estamos haciendo, sin ir m谩s lejos, por los desertores de ambos lados, por las personas que practican la resistencia civil y por quienes han decidido no doblegarse ante las imposiciones de los poderes m谩s dispares.
No reduce nuestra zozobra, antes al contrario, la certeza de que tenemos que ponernos las p矛las, aqu铆 y all谩, con urgencia. En nuestro caso porque lo que se anuncia, con tonos sombr铆os, es un inquietante fortalecimiento de la OTAN adobado de lo de casi siempre: militarismo -una vez m谩s-, autoritarismo, represi贸n, injerencias e intervenciones. Y en el de quienes pelean frente a todos los poderes en Ucrania y en Rusia porque har铆an mal en contentarse con formular su deseo de lamer las mieles de la democracia liberal y el Estado de derecho. D铆as atr谩s, en Barcelona, un joven ruso me pregunt贸 qu茅 entend铆a yo que deb铆a hacer la oposici贸n en su pa铆s. Medio en broma, medio en serio, le respond铆 que deb铆an ocupar las f谩bricas, autogestionarlas y crear soviets por todas partes... Como en 1905 y en 1917. Si mi declaraci贸n algo ten铆a de brindis al sol, tambi茅n era una expresi贸n honesta de lo que creo que debemos hacer aqu铆 –poner los frenos de emergencia, distribuir radicalmente la riqueza, procurar respuestas colectivas, esto es, salir del capitalismo- en un escenario que no es sino el de dos fen贸menos, el ecofascismo y el colapso, que han llegado para quedarse.
Esos dos conceptos, por cierto, no hacen otra cosa que multiplicar mi dificultad para entender lo que ocurre. Se preguntar谩n ustedes c贸mo consigo ordenar todo esto. La respuesta es sencilla: no lo consigo. Pero, al cabo, prefiero la zozobra a las gratificadoras certezas ajenas. Mientras tanto, y pese a todo, “no a la guerra entre los pueblos, no a la paz entre las clases”.
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