El Ballet Nacional de España estrena este jueves en Corea del Sur la función 'Afanador' que sale por primera vez fuera del territorio nacional. La compañía presentará dos funciones de la producción en Yeosu, ciudad costera coreana, y posteriormente irán a Seúl para su estreno el 30 de abril.
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© Ruven Afanador |
"Nos ilusiona poder ofrecer esta producción en el extranjero y mostrar la capacidad de la danza española para adaptarse a lenguajes del siglo XXI. Afanador es un ejemplo de que el diálogo entre diferentes disciplinas artísticas enriquece cuando se hace sin prejuicios" y de que "la danza española puede beneficiarse de este intercambio, manteniendo su carácter y su esencia", ha comentado el director del Ballet Nacional de España, Rubén Olmo.
La producción se estrenó en el mes de diciembre de 2023 en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, y desde entonces ha girado con por los escenarios del Teatro Real (Madrid), Teatro Mira (Pozuelo de Alarcón), Teatros del Canal (Madrid), Les Arts (Valencia) y el Gran Teatre del Liceu (Barcelona).
En 'Afanador', la danza española y contemporánea se encuentran para reflejar la mirada del fotógrafo Ruven Afanador sobre el flamenco, según explica la compañía. Según el director artístico, Marcos Morau, el fotógrafo observa el mundo del flamenco a través de una lente deformante. "Es una lente que parte del sueño, del deseo, de la memoria", agrega.
Cada escena parte de una imagen del fotógrafo colombiano y, a través de la música electrónica, minera, seguiriya, cantar de trilla o ecos de Semana Santa, provocan el baile y despiertan la memoria de las instantáneas en blanco y negro.
La coreografía ha sido realizada por el propio Marcos Morau, Lorena Nogal, Shay Partush, Jon López y Miguel Ángel Corbacho, asistente de dirección del Ballet Nacional de España. Grandes lazos, horcas y batas de cola acompañan la composición musical creada por Juan Cristóbal Saavedra, con la colaboración especial de la cantante y compositora Maria Arnal.
Un espectáculo inspirado a partir del imaginario de Ruven Afanador
Inspirado y fascinado por los libros Ángel Gitano y Mil Besos no podía yo limitarme a copiar tanta belleza. Las magistrales sesiones fotográficas de Ruven Afanador en Andalucía son irrepetibles: es irrepetible la alquimia que allí se dio entre el fotógrafo y figuras del carisma de Israel Galván, Matilde Coral, Eva Yerbabuena, José Antonio o el mismísimo Rubén Olmo.
Mi viaje empieza donde terminan aquellas sesiones, y cuando termino de soñar con ellas, incapaz de recordar los detalles completos o de someterlos a una lógica que se ha perdido por el camino, aparece el afán del despertar.
Afanador eclosiona en la tensión entre la fascinación que se emana de las fotos de Ruven Afanador, y mi propia fascinación por todo el misterio, tan diurno y a la vez tan nocturno, que en su día fascinó a Ruven.
Estudié fotografía y soy nieto de fotógrafo. Aunque nunca me dediqué profesionalmente a la fotografía siempre la tuve muy presente en mi trabajo como creador de mundos y director de escena. Con su impresionante labor de escenificación y evocación de la imagen, Ruven Afanador me ha impulsado a reflexionar sobre el parentesco vital entre composición fotográfica y coreográfica: el desafío carnal que es, en ambas, capturar la vida – eso, que, por definición, no se deja capturar.
Ruven Afanador observa el flamenco a través de una lente deformante, hecha de sueño, deseo y memoria. Si los elementos de la tradición son tranquilizadores por definición, ¿qué ocurre cuando estos se vuelven extraños e irreconocibles? La mirada surrealista de Afanador sobre el flamenco es muy parecida a la mirada sobre el mundo que ha nutrido en estos años mi trabajo al mando de La Veronal: no representar el mundo que existe sino inventar uno nuevo.
Hablando de cine, Estrella de Diego, que cito libremente, dijo: “Habría que entrar sin premeditación en el ámbito oscuro, con la película empezada, sin conocer de antemano el programa, arrastrados por el azar. Habría que sentarse, abandonarse a los sentidos sin prepararlos, sin dirigirlos por opiniones ni sinopsis. Habría que ir al cine en busca de algo que no fuera la historia que se cuenta. Saber que en el cine, como en la vida, uno siempre acaba por identificarse consigo mismo, nunca con el personaje ni con la trama”.
Me gustaría que la gente entrara así a vernos, como en ciertos sueños, donde reconocemos los lugares, las personas, los paisajes y, sin terminar de comprender qué les sucede, sabemos que hablan de nosotros.
Marcos Morau
Europa Press