Jorge Majfud
Este video me lo envía Gustavo Rodríguez, uruguayo obrero y activista social en Madrid. Lo conocí el mes pasado en Madrid, en una charla con varios latinoamericanos. La anécdota que cuenta Silvio Rodríguez se la contó Lezama Lima, sobre su abuelo, de paso por Tampa. Me recuerda a los tiempos en que Martí iba a las fábricas de Tampa a leerle a los obreros mientras trabajaban. Les leía los diarios, sus propios escritos que luego publicaba en Buenos Aires y Nueva York, y los obreros siempre le pedían más. Da nostalgia ajena. Abajo pego unas páginas de "La frontera salvaje" sobre algo de esos José Martí durante esos años:
1891. Curso acelerado de racismo
Tampa, Florida. 26 de noviembre de 1891—Llegado de Nueva York por una invitación de un amigo, José Martí visita por primera vez la fábrica de cigarros Ybor de Tampa y descubre el oficio de lector. Poco antes, el 10 de enero, había publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York algo que por entonces no era tan obvio sino más bien subversivo: “No hay odio de razas, porque no hay razas… El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color”.
La generación anterior de cubanos de Nueva York y Florida había soñado con la anexión de Cuba a Estados Unidos. Poco a poco, como consecuencia de las leyes Jim Crow que siguieron a la Guerra civil, los cubanos del exilio fueron cambiando sus primeros sueños por el sueño de la independencia. El 7 de diciembre de 1875, el presidente Ulysses Grant los despertó de un porrazo: los cubanos no podían gobernarse por sí solos. Esta idea se consolidará en la prensa por las décadas por venir, en el Congreso y en la Casa Blanca, no por la fuerza de la evidencia sino por su conveniencia. Los conservadores no quieren un nuevo estado lleno de negros en la Unión, pero tampoco quieren una nueva Haití, una república de negros libres a 90 millas de sus costas. “Cualquier idea de independencia es insostenible”, dijo Grant. En consecuencia, el presidente le había hecho una oferta a España por la isla, sin mucho éxito, lo que exacerbó a los patriotas en Estados Unidos.
El lunes 9 de marzo de 1896, The Journal de New York publicará un editorial bajo el título “Un verdadero americano” elogiando el americanismo del senador John T. Morgan de Alabama, el cual “no solo es atractivo sino cautivante”porque “tiene la virtud de atrapar la atención mientras convence la mente de sus espectadores con el uso de la lógica y la didáctica… El senador Morgan sabe de los horrores de la guerra, pero es un patriota, no un cobarde. Sabe que la guerra se podría evitar, pero aún sería dejar que una potencia europea meta sus narices en el hemisferio. El vigor, la sensatez, la justicia y el patriotismo que el senador Morgan ha puesto en favor del americanismo, es decir, en la anexión, es admirable porque es el americanismo del Destino manifiesto. Es el americanismo la gloria de todo patriota. Es el americanismo de Estados Unidos contra el resto del mundo. Este americanismo gracias al cual, con o sin guerra, nos traerá la paz. Es un aviso a las naciones del mundo para el resto de los tiempos de que la influencia de Estados Unidos en el hemisferio no tiene competencia, porque es justa, desinteresada y noble. Porque es una promesa de civilización y libertad”.
Pero los sueños que mueren siguen viviendo. El exilio cubano se traslada de Nueva York a las fábricas de habanos en Tampa, Florida. Antes que Tampa se llame Tampa se llamaba Pino City. Los hermanos Pino, Manuel y Fernando, habían abierto su fábrica de cigarros en esa bahía un año atrás. En la fábrica, los cubanos arman habanos mientras escuchan al joven que lee para ellos las noticias del mundo. Viene de Nueva York y dicen que es poeta y muy leído. Dicen que se llama José Martí y que no encaja ni aquí ni allá. Odia las armas, pero lee muy bien, desde novelas hasta ensayos filosóficos y noticias políticas. Vale la pena pagarle unas monedas por el servicio mientras los demás se dedican a algo más productivo. La tradición del lector de fábricas en Florida continuará hasta décadas después de la muerte de Martí en un campo de batalla de Cuba. En 1921, el editor de El Internacional asegurará que los trabajadores de Tampa son “culpables del imperdonable crimen de ser trabajadores con conciencia de sus derechos”. Un miembro del directorio del Tampa Cigar Manufacturers no estará de acuerdo: no es ninguna conciencia de sus derechos; “los trabajadores del cigarro son agitadores, partidarios de la lucha de clases”.
Como sea, José Martí es un independentista, como lo son los humanistas y los románticos de estos tiempos. Desde el millonario Eduardo Hidalgo Gato hasta los socialistas Benjamín Guerra, Diego Vicente Tejera y Carlos Baliño apoyan la causa del célebre poeta. Mientras, 15.000 cubanos emigran a Tampa en busca de más trabajo en las florecientes fábricas de tabaco. Sueldos, excelentes. País que no es una isla. País continente. País potencia mundial. Como todo inmigrante a un país poderoso, los nuevos exageran sus virtudes e intentan convencerse, convertirse, justificarse en base a los hechos, más allá de los hechos y a pesar de los hechos.
Cuando el cubano Vicente Martinez-Ybor fundó Ybor City, el negocio del tabaco cubano había comenzado a prosperar y el nuevo barrio se había transformado de una villa de apenas mil habitantes a una ciudad próspera con nombre en los mapas. Ybor City, además, hasta ayer tenía una particularidad: era diversa. Cubanos negros y blancos, hombres, mujeres, españoles, italianos trabajaban, descansaban y se divertían hombro a hombro. Sin embargo, algunas cosas no funcionan tan bien como las oportunidades de trabajo. Como era de prever, Ybor City llamará la atención de las autoridades y los obligarán a terminar con la escandalosa práctica de la indiscriminación racial. Los negros, hablen inglés o español, deben formar sus propios distritos y son obligados a desvincularse del Club Nacional Cubano, que por entonces provee de asistencia médica. Uno de sus fundadores, el afrocubano José Ramón Sanféliz, reconoce: “Los negros en Cuba son como los blancos, por lo que muchos que llegan a Florida se molestan con su nuevo estatus social”. José Rivero Muñiz confirma: “todos los cubanos, sin distinción de color de piel, son igualmente admitidos en la causa revolucionaria”. Otro afrocubano, Juan Mallea, recordará los viejos tiempos: “en nuestro club de cubanos y en nuestro trabajo no había distinción entre negros y blancos. La única discriminación la encontrábamos cuando salíamos de Ybor City”. Las leyes Jim Crow obligan a los cubanos negros y mulatos a abandonar el Club Nacional Cubano de Tampa, por lo que fundan la Unión Martí-Maceo en la 1226 East Seventh Avenue, de Ybor City. El Ku Klux Klan intimida a los miembros del club Martí-Maceo por décadas y a los clubes de cubanos blancos que se solidarizan con los negros.
Como si fuese una tímida señal de progreso, en 1896 en Nueva Orleans, la Suprema Corte fallará en favor de Homer Plessy, un quarteron (individuo con un cuarto de sangre africana y el resto europea), acusado de no reconocer su lugar en la sociedad según la ley de Separación de 1890. En realidad, Plessy es, según crónicas de la época, un octavo negro, pero en Luisiana se había sentado en un tren para blancos, blancos puros como la leche y el merengue. Los cubanos, hasta los llegados de las clases altas y esclavistas, caen todos dentro de esta categoría y poco a poco se acostumbran a vivir en los barrios de negros. Los pocos que pasan el test de color son catalogados como extranjeros, como los italianos del norte o los franceses del sur.
Como una forma de progreso social, el juez determinará que Homer Plessy, por tener un veinte por ciento de sangre mulata, tiene los mismos derechos que un blanco… Pero en el próximo tren deberá sentarse, como todos los demás de su condición, en un lugar reservado para los no blancos. La consigna de “iguales pero separados” se hace ley no escrita por un siglo más. La enmienda 14 de la Constitución que pasó Lincoln años atrás establecía la igualdad de razas, pero no decía nada sobre la separación de unas y otras ni la importancia de cada una. Poco después, en 1899, en el Círculo Cubano los negros ya no serán admitidos, por lo que Juan Mallea y otros negros cubanos deben irse y fundar otro club. Es la ley del país que acaba de abolir la esclavitud.
José Martí lee para los trabajadores que no pueden leer y recoge estas indignaciones contra el racismo en sus artículos que publica en los diarios de Buenos Aires y Nueva York.