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Postcapitalista, Postreal y Posthumano

Mientras las universidades logran robots que se parecen cada vez m谩s a los seres humanos, no s贸lo por su inteligencia probada sino ahora tambi茅n por sus habilidades de expresar y recibir emociones, los h谩bitos consumistas nos est谩n haciendo cada vez m谩s similares a los robots

Cyborgs, 2012

OPINI脫N de Jorge Majfud

En un tiempo no muy lejano, algunos libros como 茅ste vendr谩n precedidos por la advertencia “Escrito por un ser humano” y, aun as铆, nadie sabr谩 si no fue escrito por una m谩quina. Para confirmar la humanidad de su autor, se inventar谩n sistemas que puedan, al menos, probar la fecha de publicaci贸n. Mi generaci贸n presumir谩 (no sin vanidad, en el doble sentido de la palabra) de haber vivido en tres eras diferentes: la Era de los libros impresos, la Era de Internet y la Era de la Inteligencia Artificial. Tres mundos vertiginosamente diferentes.



En todo caso, un aumento de los medios de propaganda masiva habr谩 producido una disminuci贸n de la fe (y del inter茅s) en la realidad y en la verdad (sobre este fen贸meno, ver nuestro art铆culo “La pornograf铆a pol铆tica”, 2016). Nuestros hijos vivir谩n, si sobrevivimos como civilizaci贸n, en un mundo postcapitalista, posthumano y postreal. De hecho, los tres post ya se han instalado en nuestro mundo, al menos como realidades en su tierna infancia. Est谩 de m谩s decir que la impronta cultural y civilizatoria de la futura postrealidad posthumana ha sido dada por el capitalismo antes de morir.

Por el momento, los ensayos de nuestros estudiantes universitarios escritos con inteligencia artificial, aunque correctamente escritos y bien organizados, son muy mediocres desde el punto de vista cr铆tico y creativo, y bastante f谩ciles de identificar por sus estructuras cl谩sicas. Pero debemos suponer que todo eso ir谩 mejorando con el tiempo. No obstante, la frontera post humana ser谩 la creatividad m谩s radical de los humanos―o de lo humano que quede en ellos―y sus enemigos m谩s peligrosos ser谩n aquellos que hoy son etiquetados con alguna discapacidad, como autistas y otros, por las razones que expusimos en “Necesitamos m谩s gente rara”.

El reconocido bi贸logo Ernst Mayr hab铆a advertido en 1995 que la inteligencia humana es una “variaci贸n letal”, sin mucho sentido dentro de la l贸gica de la evoluci贸n. Tambi茅n observ贸 que el tiempo promedio de existencia de la mayor铆a de las especies mam铆feras son cien mil a帽os, m谩s o menos el tiempo que se estima la aparici贸n del Homo Sapiens y su migraci贸n fuera de 脕frica (ver Ilusionistas, 2012, o Sin Az煤car, 2022, libros que publicamos con Noam Chomsky).

 Actualmente, la cat谩strofe clim谩tica es la principal amenaza de la especie humana o, al menos, de la civilizaci贸n que ha creado. Esta cat谩strofe y esta aproximaci贸n hacia la extinci贸n humana no se debe a otra cosa que a su propia inteligencia. Como si la inteligencia humana, como si esa “variaci贸n letal” no fuese suficiente peligro, ahora se ha agregado otro de sus productos que pueden conducir a la especie a la misma direcci贸n pero de forma m谩s veloz: la inteligencia artificial. La palabra pueden no s贸lo es una referencia las probabilidades de que un hecho ocurra o no, sino a su potencialidad. Una potencialidad semejante a la extinci贸n por un conflicto nuclear. Aun si lo consideramos improbable en este momento, su mayor peligro radica en que es posible. La historia humana provee de ejemplos suficientes para entender que lo que ha sido posible tarde o temprano se convierte en probable, por absurdo que sea, como la Segunda Guerra mundial, por ejemplo.

La mayor novedad de la inteligencia humana que pr谩cticamente no ha evolucionado por muchos miles de a帽os es una variaci贸n artificial que pronto se convertir谩 en una nueva naturaleza. La inteligencia artificial no es solo una alarma de fil贸sofos y novelistas sino de los mismos involucrados en su negocio y desarrollo. Como ejemplo, basta considerar la advertencia colectiva de 350 investigadores, ingenieros y CEOs de OpenAI, Google Deepmind, Anthropic entre otros gigantes tecnol贸gicos que se encuentran en la avanzada del desarrollo de IAs, advirtiendo que los sistemas futuros podr铆an ser tan mortales como las pandemias y las armas nucleares, representando un “riesgo de extinci贸n” real de la especie humana. Raz贸n por la cual entienden que los gobiernos deben intervenir inmediatamente regulando las IAs como se regula el sistema de armas at贸micas. T铆pico recurso postcapitalista de los se帽ores neofeudales que los neoliberales de las colonias parecen no haber entendido todav铆a.

Las ventajas de las IA, como mejores diagn贸sticos m茅dicos, no son suficientes para ignorar sus peligros. El primero es que realice una amplificaci贸n de las patolog铆as humanas, como la b煤squeda del poder a trav茅s del conflicto o como la comercializaci贸n de la existencia (humana y natural) desarrollada por tres siglos de capitalismo. Como veremos en los cap铆tulos siguientes, si vemos lo que ocurri贸 en las 煤ltimas d茅cadas, no con IA sino con sus predecesores, los bots y los algoritmos de Internet y de redes sociales, la recurrencia y fijaci贸n del impulso de manipulaci贸n y control de la opini贸n p煤blica y de sus sensibilidades es el mayor capital de las elites econ贸micas y financieras en el poder. Como en el caso de las especulaciones en las bolsas de Wall Street o Londres, las IA mejorar铆an y acelerar铆an la toma de decisiones financieras y, consecuentemente, las decisiones pol铆ticas a favor de esas elites, sobre todo a trav茅s del cuestionamiento de la realidad, de la disoluci贸n de los par谩metros que deciden si algo es verdadero, falso o una mentira―es decir, una falsedad con prop贸sitos de manipulaci贸n. De ah铆 al caos hay un peque帽o paso y, m谩s all谩, est谩 la independencia de las IA que har谩n de la especie humana un detalle irrelevante, primero, inc贸modo e inconveniente despu茅s.

Suponer que las IAs y sus due帽os, las elites en el poder puedan tener alg煤n l铆mite 茅tico, como cre铆a Adam Smith tendr铆an los ricos ante los pobres, productos del sistema, es como creer que cuando invierten sus fortunas en las bolsas o en las colonias lo hacen para crear empleos o reducir la pobreza, la desigualdad y los conflictos b茅licos en el mundo. Si todav铆a creemos en esas ternuras, entonces, como dice el nuevo dicho popular, “nos merecemos la extinci贸n”.

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