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Las mujeres en el Pacífico colombiano son un ejemplo de resistencia

Alianza por la Solidaridad 

Cada 25 de julio conmemoramos el Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, una fecha para reconocer la resistencia y lucha de las mujeres negras en todo el mundo.

Hoy, compartimos tres historias de vida que son el testimonio de cómo las mujeres resisten en sus territorios para defender la vida, construir paz y hacer procesos de transformación, desde sus saberes e identidad.

Ana Yency: una mujer que resiste desde la diversidad y la protección comunitaria

“Nos apoyamos, nos cuidamos, nos fortalecemos… y así mismo lo hacemos con el territorio.”

Con estas palabras, Ana Yency Mina resume la esencia del liderazgo colectivo de las mujeres afro del norte del Cauca.

En lo más alto de la vereda Mazamorrero, en Santander de Quilichao (Cauca), el territorio habla con voz de mujer. Allí, Ana Yency no solo cría con valentía a sus dos hijos —una niña de 9 y un niño de 7 años— sino que lidera, inspira y resiste como presidenta del Consejo Comunitario Zanjón de Garrapatero, una organización donde las mujeres han tomado las riendas del destino colectivo.

“Soy madre cabeza de familia —dice Ana Yency con la serenidad de quien ha aprendido a sostenerlo todo— y no me avergüenzo de ello, todo lo contrario, esto me hace sentir empoderada”.

Con estas palabras, define no solo su identidad, sino también la de cientos de mujeres del norte del Cauca, mujeres que han aprendido a liderar desde el amor, la protección y la resistencia.

“Trabajamos más desde la prevención que desde la atención, para que no tengamos la oportunidad de atender un caso de violencia, sino prevenirlo desde antes”, afirma.

Ana Yency hace parte de una generación de lideresas que ha desafiado estigmas de género y prejuicios históricos. En su Consejo Comunitario, de diecisiete integrantes solo dos son hombres. El resto son mujeres que, juntas, han demostrado que los procesos liderados por ellas no solo funcionan, sino que florecen.

Carmen Mosquera: una mujer que resiste desde la educación

“Yo no nací para huir, yo nací para sembrar futuro en esta tierra, para nosotros el territorio es todo.”

Con estás palabras, Carmen Mosquera describe su vida en Cabeceras, una comunidad ubicada en la zona rural de Buenaventura.

«Me llamo Carmen Mosquera y nací el 30 de octubre de 1990, en la comunidad de Cabeceras, ubicada en la parte baja del río San Juan. En mi infancia, el río era tranquilo, sus aguas ofrecían un escenario perfecto para el juego y la libertad. Las casas, aún hoy, se elevan sobre pilotes de madera y palma, bordeadas por verdes intensos.»

“Cabeceras es identidad y utopía, aquí están enterrados nuestros muertos y sembrados nuestros sueños. El colegio se convirtió en nuestro refugio en medio de las balas, del miedo, perdimos a familiares en medio de los enfrentamientos, cinco fueron los míos, el dolor de la pérdida todavía queda.”

Carmen no se imagina su vida fuera de Cabeceras. Allí, como otras mujeres, ha sostenido su comunidad. No solo cuidan desde el hogar sino desde la protección colectiva. «Nos hemos organizado, tenemos un grupo de mujeres que rescata la medicina tradicional, que se reúne a hablar de cultura, a mantenernos unidas. Protegemos a nuestros hijos, les hablamos, les advertimos, los cuidamos de las redes del conflicto, nos convertimos en vigías de noche y de día», cuenta.

Cabeceras es más que su geografía, se llama así porque se abren varios ramales. Es el primer territorio de muchas de las personas que aún permanecen en esta comunidad.

“Mientras sigamos aquí, resistiendo, enseñando, cuidando, este lugar seguirá siendo esperanza. 

María Emérita: una voz ancestral que resiste defendiendo el pueblo afrocolombiano

«Sin territorio, no hay identidad; y sin identidad, no hay futuro», afirma María, una mujer afrodescendiente que ha luchado por defender los derechos de las comunidades negras.

María Emérita Ibarbo es una lideresa incansable y defensora de los derechos humanos de las comunidades afrocolombianas del Pacífico. Nacida en la vereda El Carmen, kilómetro 36, su historia está profundamente enraizada en su territorio:

«Mi ombligo y mi placenta están sembrados allí», cuenta con orgullo, un símbolo de su conexión espiritual y ancestral con su tierra natal.

Desde 2006, María Emérita ha trabajado para fortalecer la relación entre el campo y la ciudad, promoviendo el reconocimiento de las prácticas, usos y costumbres de las comunidades afrocolombianas. Ha sido una pieza clave en la asociación ASMUL (Asociación de Mujeres Líderes), una organización creada en Cali para apoyar a las mujeres desplazadas por el conflicto, brindándoles refugio y cuidado.

Con ASMUL, ha acompañado a víctimas del desplazamiento forzado, enfocándose no solo en el sustento económico, sino en la restauración del ser: alma, cuerpo y espíritu.
Su compromiso con el fortalecimiento organizativo la llevó a participar en la conformación de varios Consejos Comunitarios, como los de Alto Mira, Bajo Mira y río Caunapí, brindando capacitación y orientación para la organización territorial.

«Sin territorio, no hay identidad; y sin identidad, no hay futuro», afirma con determinación.





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