Contra la segregaci贸n: notas para un Estado laico com煤n.
Filosof铆as invertidas: Hegel, Kant y el espejo roto.
Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar
El tambor f煤nebre de Nueva York
En el instante en que estas l铆neas van camino a la edici贸n, la Asamblea General de la ONU en Nueva York late bajo un tambor f煤nebre: el genocidio israel铆 contra el pueblo palestino resuena como eco que atraviesa muros diplom谩ticos y desnuda la sistematicidad del horror en Gaza, en los territorios ocupados y en cada rinc贸n que sus misiles deciden marcar como blanco. Una parte significativa de la comunidad internacional se refiere a la tragedia e insiste en la ficci贸n de los “dos Estados” como 煤nica salida posible: Francia, Reino Unido, Canad谩 y otros han reconocido recientemente al Estado palestino, sum谩ndose a declaraciones que reclaman pasos, al menos formales, hacia una dignidad estatal tantas veces postergada.
La gravedad de este tiempo es abismal: no se trata de un conflicto regional, sino de un desgarro diplom谩tico, humanitario y, sobre todo, moral. Si la comunidad global permite que el genocidio contin煤e -ese crimen que solo un pu帽ado de c贸mplices o de pusil谩nimes disfrazados de diplom谩ticos se niegan a nombrar-, corre el riesgo de naturalizar violaciones tan monstruosas que horadar谩n para siempre los fr谩giles cimientos de justicia, igualdad y derecho internacional. Y, dicho sea de paso, como frenteamplista independiente, no puedo dejar de avergonzarme ante el discurso de Yamand煤 Orsi: su elusi贸n del t茅rmino genocidio se vuelve un desprop贸sito incluso para el ritmo cansino de la diplomacia, que ya no logra ocultar lo inocultable.
Es encomiable que m谩s de un centenar de pa铆ses hayan reconocido en los 煤ltimos meses al Estado palestino frente al genocidio en curso. Pero ese reconocimiento resulta tan parad贸jico como si, en plena campa帽a genocida del desierto argentino encabezada por el Gral. Roca, se hubiera proclamado un Estado tehuelche o mapuche entre los escombros de su exterminio ya consumado. Reconocer en medio de la masacre no es justicia: es validar la segregaci贸n, dar forma jur铆dica a la injusticia y clausurar de antemano la posibilidad de un espacio pol铆tico com煤n.
El espejismo de dos Estados, reiterado incluso hoy por canciller铆as occidentales como remedio diplom谩tico, no ofrece salida sino cartograf铆a del encierro. Es la institucionalizaci贸n de la desigualdad bajo un maquillaje jur铆dico: una frontera reforzada para la discriminaci贸n, un mapa de guetos con sello de Naciones Unidas. Esa ilusi贸n, que alguna vez pudo alzarse como horizonte, hoy no solo resulta impracticable en t茅rminos geopol铆ticos, sino regresiva en el plano civilizatorio. Es aceptar la fragmentaci贸n como destino inexorable y el etnocidio como forma degradada de convivencia.
Filosof铆as invertidas: Hegel, Kant y el espejo roto de la modernidad
La 煤nica alternativa que creo tanto deseable como justa, posible y 茅tica es un Estado 煤nico, secular y laico, donde la ciudadan铆a no dependa de credos, etnias ni linajes, sino de la pertenencia formal y jur铆dicamente igualitaria a la vida en com煤n. Israel, en cambio, no puede reconocerse como Estado moderno en el sentido hegeliano: aquel en el que la raz贸n se encarna en la voluntad general y en la universalidad del derecho, superando las particularidades para integrarlas en un todo com煤n. Aqu铆 ocurre lo contrario: la particularidad 茅tnico-religiosa no es un residuo a ser superado, sino el n煤cleo mismo de su legitimidad. De ese modo, el proyecto hegeliano de Estado como universalidad racional se ve invertido: lo que deb铆a ser templo de la raz贸n se convierte en altar de la identidad, caricatura de modernidad y simulacro grotesco. Bajo el ropaje institucional de un parlamento y de tribunales, subsiste un orden teocr谩tico que legisla sobre cad谩veres y consagra el privilegio como norma.
El tiempo presente no tolera ambig眉edades: si la comunidad internacional legitima la soluci贸n taxidermizada de dos Estados mientras deja prolongar la masacre, no solo traiciona el principio de justicia, sino que abre la puerta a una barbarie con sello diplom谩tico. Naturalizar el genocidio palestino equivale a instaurar un precedente sin retorno: que los cr铆menes masivos convivan con resoluciones solemnes y que el exterminio se traduzca en ret贸rica diplom谩tica. La herida as铆 infligida no se limita a Gaza: atraviesa a la humanidad entera y resquebraja los fundamentos mismos del derecho, la igualdad y la libertad.
Desde Westfalia, el Estado moderno fue concebido como garante de soberan铆a, derechos y universalidad. Hegel lo elev贸 a expresi贸n de la raz贸n hist贸rica, y Arendt advirti贸 sobre su perversi贸n cuando se priva a los seres humanos del “derecho a tener derechos”. Israel desmiente esa genealog铆a: lejos de realizar la universalidad hegeliana, erige un Estado 茅tnico-teocr谩tico que condena al pueblo palestino a la intemperie pol铆tica. All铆 la modernidad no se cumple: se degrada en un grotesco simulacro, en la inversi贸n m谩s cruel de su promesa.
Si atendemos ahora al dise帽o kantiano de Hacia la paz perpetua, Israel tampoco puede reclamar legitimidad como Estado moderno. Kant exig铆a -en t茅rminos inequ铆vocos- que ning煤n pueblo fuera tratado como bot铆n, que los ej茅rcitos permanentes fueran abolidos y que los tratados no sirvieran de subterfugio para preparar nuevas guerras. Aqu铆 ocurre lo opuesto: la expropiaci贸n territorial funciona como bot铆n sistem谩tico; la maquinaria militar permanece activa y normalizada; y cada tregua se convierte en el umbral de la siguiente ofensiva. All铆 donde Kant imagin贸 garant铆as para la paz, hoy se erigen justificaciones para la hostilidad.
Tampoco cumple los art铆culos definitivos kantianos. No hay rep煤blica donde la igualdad civil se niega por motivos 茅tnico-religiosos. No hay derecho de gentes en un sistema que hace de la guerra preventiva su norma diplom谩tica. No hay derecho cosmopolita cuando el palestino es reducido a enemigo ontol贸gico. Israel no invoca el Estado moderno kantiano: lo invierte, fractura la universalidad de la ley, degrada la ciudadan铆a a privilegio y convierte la promesa ilustrada de paz en un eco hueco.
No sorprende que el legado kantiano sea invocado hoy con oportunismo por canciller铆as que han hecho de la guerra un negocio. ¿Qu茅 mayor prueba que escuchar a un ministro israel铆 describir Gaza como “mina de oro inmobiliaria” y anunciar, en plena carnicer铆a, que ya negocian con Estados Unidos c贸mo repartirse su territorio arrasado? Bajo ese prisma, la ofensiva deja de ser un desastre humanitario para transformarse en inversi贸n: se demuele primero, se coloniza despu茅s y se vende como progreso. El propio Olaf Scholz, en el tricentenario de Kant, lleg贸 a citarlo para justificar el rearme alem谩n y el env铆o masivo de armas a Ucrania.
No es solo Israel ni Alemania: el legado kantiano ha pasado a ser moneda corriente en la ret贸rica b茅lica de Occidente. Lo que alguna vez fue un proyecto de paz perpetua se ha degradado en comod铆n de canciller铆as y discursos parlamentarios, donde se cita al fil贸sofo con la misma frialdad con que se firma un contrato de armas. Kant, reducido a eslogan solemne, adorna discursos que justifican bloqueos, invasiones y presupuestos militares. As铆, el pensador de la hospitalidad universal es hoy invocado como patrono de la industria b茅lica: un busto acad茅mico colocado en la antesala de la barbarie.
Traigo a colaci贸n a los dos mayores exponentes de la filosof铆a cl谩sica alemana, arquitectos conceptuales del Estado moderno burgu茅s, no por indulgencia hacia esa forma hist贸rica que el tiempo habr谩 de superar, sino para mostrar la radical incompatibilidad de sus principios con teocracias, colonialismos y genocidios. Ni Hegel ni Kant pueden ofrecer hoy una salida a la crisis civilizatoria, pero s铆 sirven como espejo invertido: en su nombre, las canciller铆as legitiman la barbarie, y frente a sus ense帽anzas, Israel exhibe el fracaso de un proyecto que sustituye la universalidad por la pertenencia tribal, la ciudadan铆a por el privilegio y el derecho por la metralla.
Demonizaci贸n, expansionismo y boicot
Israel ha perfeccionado el arte de la demonizaci贸n: todo adversario es presentado como un “nuevo Hitler”, ya se trate de Nasser, Jomeini, Arafat o Saddam Hussein. O m谩s recientemente Jamenei, Lula o Petro. Esa ret贸rica no solo legitima la agresi贸n preventiva, sino que clausura cualquier debate en Occidente, donde la palabra “Hitler” opera como conjuro paralizante. As铆 se encubre lo esencial: el genocidio palestino, relegado a un pie de p谩gina mientras los ca帽ones resuenan en otros escenarios.
El verdadero sue帽o de los sucesivos gobiernos israel铆es no es la paz. Es el redise帽o del mapa regional: un Medio Oriente donde los pa铆ses 谩rabes abandonen para siempre la exigencia de un Estado palestino y donde la limpieza 茅tnica se naturalice como rutina burocr谩tica del poder. Lejos de cualquier universalidad ilustrada, se impone un proyecto expansionista y teocr谩tico, donde la legitimidad se mide en ca帽ones y cad谩veres.
Frente a esa maquinaria de exterminio y manipulaci贸n surge la respuesta no violenta del boicot. El movimiento BDS, inspirado en la lucha contra el apartheid sudafricano, busca aislar diplom谩tica, econ贸mica y culturalmente a Israel. No se trata solo de sancionar productos o empresas: es quebrar el blindaje simb贸lico y medi谩tico que lo presenta como democracia moderna. En Occidente, la reacci贸n inmediata es la acusaci贸n de antisemitismo, usada como mordaza. En otras regiones, libres de esa culpa hist贸rica, el boicot aparece como un gesto de dignidad civilizatoria: una forma de detener, aunque sea parcialmente, el genocidio y de recordar que no todo est谩 condenado a la impotencia.
El fil贸sofo Michel Onfray recuerda que la Tor谩, matriz del juda铆smo, instala desde sus or铆genes un dispositivo de obediencia y exclusi贸n. Es -en sus palabras- una m谩quina teol贸gica de producir culpabilidad y subordinaci贸n, donde la ley no surge de la voluntad ilustrada de los hombres, sino del mandato sagrado de un dios que todo lo prescribe. Pero mi cr铆tica -como la de Onfray- no se dirige a las formas de conciencia religiosa, sino a su conversi贸n en orden social teocr谩tico. Cuando ese armaz贸n se convierte en fundamento estatal -ya sea en Israel, en Ir谩n o en el Vaticano- la modernidad se disuelve: el ciudadano deja de ser sujeto de derechos para devenir s煤bdito de una identidad sacralizada.
Y lo mismo podr铆a decirse de cualquier teocracia que sustituya la ciudadan铆a por la obediencia religiosa: Israel no es excepci贸n, sino confirmaci贸n de esa deriva. Se presenta como democracia parlamentaria, pero en realidad funciona como una teocracia de hecho. Onfray advierte que la memoria del Holocausto se instrumentaliza como legitimaci贸n de un proyecto expansionista que, lejos de encarnar la racionalidad republicana, se asienta en la sacralizaci贸n de la tierra y la etnicidad. La apelaci贸n a la “Tierra Prometida” sustituye el contrato social por un pacto divino, y la ciudadan铆a universal por la pertenencia 茅tnico-religiosa. El resultado: un Estado que legisla desde lo sagrado, disfrazado de legalidad moderna.
En este sentido, Israel se inscribe en la misma deriva oscurantista que Onfray identifica en todas las teocracias: Ir谩n, el Vaticano, ciertas teocracias isl谩micas, las monarqu铆as que se justifican en la fe. Todas comparten el mismo gesto: desactivar el legado ilustrado, sustituir la autonom铆a por dogma y la universalidad de derechos por privilegios de credo. Bajo esta luz, la existencia de un Estado definido por la Tor谩 no es un accidente hist贸rico, sino la confirmaci贸n de que a煤n persiste la tentaci贸n de someter la pol铆tica a lo sagrado. Y esa tentaci贸n convierte a Israel en una paradoja civilizatoria: democracia teol贸gica, modernismo arcaico, simulacro de Estado racional en el que el derecho se supedita a la fe.
Lo que Kant vislumbr贸 como rep煤blica universal de ciudadanos libres, y Onfray denuncia como amenaza persistente del oscurantismo teol贸gico, confluyen en una paradoja tr谩gica: un Estado que se proclama moderno mientras se aferra a dogmas fosilizados. Esa doble negaci贸n -de la raz贸n ilustrada y de la emancipaci贸n laica- no es un problema local ni una anomal铆a distante, sino un desaf铆o civilizatorio de escala mundial. Porque cada d铆a que Israel perpet煤a el genocidio palestino sin sanci贸n efectiva, el proyecto ilustrado de libertad, igualdad y fraternidad se convierte en ruina sem谩ntica, en palabra vaciada que el poder manipula a su antojo.
De la Nakba al presente: enclave armado y futuro posible
Si bien el sionismo naci贸 como proyecto pol铆tico en el seno del juda铆smo, pronto se transform贸 en una causa de poder antes que de fe, confirmando la sospecha de Marx sobre las verdaderas motivaciones de los conflictos ideol贸gicos y religiosos. Gobiernos, 茅lites pol铆ticas, empresarios y lobbies internacionales lo abrazaron no por convicci贸n espiritual, sino por c谩lculo oportunista: ven en Israel un enclave estrat茅gico en Medio Oriente, un socio militar y econ贸mico privilegiado, una avanzada de intereses occidentales en tierras 谩rabes.
A diferencia de los Estados-naci贸n, que surgieron de la disoluci贸n de imperios y feudos en el tr谩nsito a la modernidad, el sionismo es a煤n m谩s reciente: ideolog铆a y movimiento pol铆tico nacionalista gestado a fines del siglo XIX, con la mira puesta en crear un Estado jud铆o en Palestina, bajo el amparo m铆tico de la “tierra consagrada” a Abraham. Jerusal茅n, coraz贸n simb贸lico del juda铆smo, se erige tambi茅n como ciudad sagrada para el cristianismo y el islam, religiones que a su vez han legitimado teocracias y exclusiones -de la Inquisici贸n al Talib谩n-, multiplicando fracturas en nombre de dioses enfrentados. El antisemitismo europeo, forjado en siglos de persecuciones y exterminios, aliment贸 la urgencia de hallar una patria segura. As铆, en 1948, con apoyo internacional, el proyecto se concreta y nace el Estado de Israel. Pero nace tambi茅n la cat谩strofe: m谩s de setecientas mil vidas palestinas desplazadas, condenadas al exilio en la tragedia que la memoria 谩rabe nombra con una sola palabra: Nakba.
Desde entonces, Israel ha funcionado menos como un hogar que como una trinchera: no un Estado arraigado en la universalidad de los derechos, sino un baluarte militar al servicio de intereses globales. Su legitimidad no se mide en la convivencia con los pueblos vecinos, sino en la capacidad de proyectar poder en una regi贸n codiciada por sus recursos y su posici贸n estrat茅gica. All铆 convergen la tutela armada de Estados Unidos, el financiamiento europeo y la complicidad de lobbies empresariales y medi谩ticos, que lo convierten en pieza clave de un ajedrez geopol铆tico. La memoria del Holocausto, en lugar de erigirse en faro de justicia, fue encadenada como coartada para el despojo: la expulsi贸n sistem谩tica del pueblo palestino, la expansi贸n territorial amparada en la fuerza, el cerco de la vida en nombre de la seguridad. As铆, lo que se present贸 como patria segura devino laboratorio de dominaci贸n, escenario donde el poder global ensaya y perfecciona sus dispositivos de control.
Hoy, bajo el mando de Netanyahu, esa fortaleza se exhibe sin disimulo: Gaza se convierte en campo de pruebas donde se ensayan armas y tecnolog铆as de control poblacional destinadas al mercado global. Cada bombardeo opera como vitrina comercial; cada muro, como cat谩logo exportable de segregaci贸n presentado como seguridad. Israel, sostenido por la complicidad de las potencias, se presenta como v铆ctima mientras act煤a de verdugo, transformando el genocidio palestino en mercanc铆a geopol铆tica. La cat谩strofe iniciada con la Nakba nunca se interrumpi贸: hoy se reactualiza con drones, bloqueos, algoritmos de vigilancia, hambre y asfixia sobre una poblaci贸n reducida a residuo humano. En ese espejo oscuro, el mundo ya no ve solo la aniquilaci贸n de un pueblo, sino el escaparate sangriento donde el poder global anticipa su porvenir autoritario.
Que un acad茅mico jud铆o, heredero cultural de la memoria del Holocausto y experto en descifrar sus l贸gicas de exterminio, nombre lo que ocurre en Gaza como genocidio tiene un valor que desborda la sem谩ntica. Omer Bartov advierte que ya no se trata de interpretaciones: la propia Comisi贸n de la ONU lo ha reconocido. La obscenidad mayor, sin embargo, es que Israel pretenda justificar este genocidio invocando el recuerdo de aquel otro. El cr茅dito moral acumulado en Auschwitz se consume cuando se lo convierte en salvoconducto para arrasar con Gaza. No se puede invocar el genocidio para perpetrar otro: ese espejo invertido desnuda la podredumbre 茅tica de un Estado que devora su propio mito fundante.
Lo singular de este genocidio, se帽ala Bartov, no es s贸lo su sistematicidad ni su crudeza televisada en tiempo real, sino la complicidad activa de quienes se proclaman guardianes del derecho internacional. Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido, las mismas potencias que erigen memoriales al Holocausto, financian y protegen hoy la maquinaria que fabrica nuevas v铆ctimas en Gaza. El sue帽o del Estado jud铆o como refugio se ha degradado en pesadilla colonial: una fortaleza segregacionista, autoritaria, condenada a la ignominia hist贸rica. Como Sud谩frica en su hora m谩s oscura, Israel se desliza hacia el estatus de paria, pero aqu铆 la sangre corre a borbotones y el mundo entero observa.
La palabra ya fue pronunciada, no s贸lo en las calles 谩rabes o en pancartas solidarias, sino en conciencias autorizadas: acad茅micos israel铆es herederos de la memoria del Holocausto, juristas que beben en Lemkin, figuras como Bartov o Goldberg. Todos coinciden en llamar genocidio a lo que ocurre en Gaza. Cuando incluso quienes cargan sobre sus hombros la memoria de Auschwitz lo reconocen, se derrumba el muro de eufemismos que Occidente erige para excusar la barbarie. El t茅rmino ya no es consigna: es diagn贸stico jur铆dico, hist贸rico y moral. Negarlo equivale a encubrirlo; aceptarlo, a dar el primer paso para detenerlo. La coartada de la seguridad se desploma incluso en Cisjordania, donde no gobierna Ham谩s ni existen t煤neles con rehenes, pero la colonizaci贸n avanza con demoliciones, expropiaciones e incendios de olivares. All铆 la verdad se desnuda: un enclave colonial en expansi贸n cuya destituci贸n es condici贸n indispensable para la paz.
De esa constataci贸n surge la 煤nica salida posible: la construcci贸n de una Palestina -o como se nombre a la regi贸n en un futuro- laica y soberana, capaz de acoger en igualdad, con plena libertad de culto, a las tres religiones monote铆stas, como ocurri贸 durante siglos antes de la avanzada sionista. Esa Palestina debe garantizar el derecho al retorno de quienes fueron expulsados en 1948 y despu茅s, porque no hay justicia posible si s贸lo los jud铆os nacidos en cualquier lugar del mundo pueden reclamar como patria lo que a otros les fue arrebatado. Lo contrario perpet煤a una segregaci贸n institucionalizada, la reviste de ropajes jur铆dicos y la naturaliza en la conciencia global. No se trata de alimentar venganzas ni so帽ar exterminios. As铆 como cuando reclamamos que los ingleses abandonen Malvinas no proponemos arrojar a los kelpers al mar, tampoco la exigencia de descolonizaci贸n palestina implica violencia sobre quienes hoy ocupan por la fuerza ese territorio. Se trata de restituir el principio universal de igualdad, de desmontar el residuo imperial y de devolver a cada pueblo la dignidad de habitar, cultivar y legar su propia tierra. S贸lo desde all铆 podr谩 nacer un horizonte de convivencia verdadera, y no la impostura sangrienta de un “proceso de paz” dise帽ado para perpetuar la dominaci贸n.
Sin embargo, el veredicto no proviene s贸lo de voces individuales, por m谩s autorizadas que sean, sino de la propia comunidad acad茅mica especializada en el estudio del horror. La Asociaci贸n Internacional de Acad茅micos sobre Genocidio (IAGS), con casi quinientos expertos, vot贸 de manera abrumadora que lo que Israel perpetra en Gaza cumple con la definici贸n legal de genocidio establecida en la Convenci贸n de 1948. No se trata ya de un juicio pol铆tico o moral, sino de una constataci贸n jur铆dica: asesinatos deliberados de civiles, hambruna inducida, privaci贸n de agua y medicinas, violencia sexual y desplazamientos forzados. Cada crimen encaja como pieza en el andamiaje del horror palestino. Que Israel lo niegue y lo descalifique como “verg眉enza acad茅mica” no hace sino confirmar la magnitud de su aislamiento 茅tico.
No habr谩 reconciliaci贸n mientras subsista esa fortaleza expansionista. No habr谩 justicia sin el reconocimiento pleno del derecho al retorno de los expulsados ni paz mientras se confunda seguridad con exterminio. El tiempo de los paliativos ha concluido: la 煤nica salida es una Palestina soberana, laica y secular, capaz de garantizar la igualdad de culto y la ciudadan铆a plena. El latiguillo sionista del derecho de Israel a existir, revela la monstruosidad de sus prioridades. El derecho a existir es de la humanidad y por tanto de los sujetos que pueblan un territorio. Nunca una f贸rmula jur铆dico-pol铆tica ef铆mera en la historia como un Estado-naci贸n puede reclamar derecho de existencia por sobre la vida humana.
La paz merecida no ser谩 una firma en un papel: ser谩 la restituci贸n de tierras, relatos y cuerpos al abrazo de una vida compartida. Toda la regi贸n necesita un cambio revolucionario que restituya el sentido a palabras nada novedosas en la historia reciente, hoy ominosamente vaciadas, que exhiben la dimensi贸n del inmenso atraso de los protagonistas involucrados: libertad, igualdad y fraternidad. Hasta las 煤ltimas consecuencias.