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Un largo camino por recorrer antes de descansar: Voces desde el cruce de la frontera Croacia-Serbia

elmercuriodigital ▫ Caoimhe Butterly. Gabriela Garcia Calder贸n Orbe.- A unos pocos kil贸metros de la peque帽a ciudad fronteriza serbia de Sid, un rastro de tierra a trav茅s de campos de ma铆z y nabos sirve de paso a decenas de mujeres, hombres y ni帽os que buscan refugio y una vida con mayores posibilidades. El cruce fronterizo no oficial entre Serbia y Croacia est谩 rodeado de campos verdes iluminados por el sol, con huertos de manzanos a la distancia y una calma que trae un respiro temporal a quienes han estado en ruta durante semanas y hasta meses. Por un momento, los viajeros logran dejar de lado la amenaza de fronteras militarizadas y recientes recuerdos de condiciones deshumanizantes a lo largo del camino cuando se detienen a beber jugo de manzana reci茅n exprimida que reciben de manos de un granjero del lugar, conversar y descansar antes de seguir.

PHOTO: Marcelo Baglia. Used with permission.
Marcelo Baglia. Global Voices





Los padres cargan ni帽itos en los brazos, a beb茅s m谩s grandes en la cadera y en la espalda llevan mochilas que contienen las posesiones rescatadas de vidas interrumpidas. Narin, maestra de Mosul, duda cuando ella y su grupo de sobrevivientes, yazid铆es y kurdos iraqu铆es, se acercan al solitario auto de la polic铆a de fronteras que est谩 estacionado en el punto donde un campo de ma铆z en Serbia se convierte, pocos metros m谩s adelante, en un campo de ma铆z en Croacia. “Cada paso que nos alejamos de Iraq, de las masacres de nuestro pueblo y de los que dejamos atr谩s, ha sido dif铆cil”, dice. “Esto parece demasiado f谩cil —ya hemos olvidado lo que es sentirse a salvo”.

Fatima, embarazada de su tercer hijo, llega exhausta, pero a pesar del calor, el polvo y la distancia recuerda excursiones familiares a la aldea de su padres en Siria. Mohammed Ali, su hijo de tres a帽os, corre por delante. Est谩 usando sandalias veraniegas, pantalones cortos y un chaleco que le queda grande, que lo esconde detr谩s de unicornio azul con demasiado relleno que le entregaron voluntarios en otro cruce fronterizo. “Nunca suelta ese unicornio”, dice Fatima. “Le da de comer, duerme a su lado y le cuenta historias de nuestro viaje”.

Mahmoud, estudiante palestino del campo de refugiados de Yarmouk en Damasco, sosteniendo la mano de su sobrinito, dice: “Este es nuestro destino. Estamos pasando por lo mismo que pasaron nuestros abuelos y nuestros padres. Pero con cada generaci贸n, con cada exilio, quedamos esparcidos m谩s lejos de  casa”.

Despu茅s, durante las siete horas que pasan en medio del calor esperando que sus nombres sean registrados por la comparativamente solidaria polic铆a fronteriza croata, Mahmoud canta canciones de p茅rdida, de lucha y de amor a quienes est谩n sentados a su alrededor.

Desde el amanecer, los buses llegan, llevando un continuo flujo de personas que buscan refugio de una multitud de situaciones que involucran guerra y conflicto, persecuci贸n y precariedad general. Sin embargo, una constante entre todos es la sensaci贸n de desplazamiento y a menudo vulnerabilidad, expresada en palabras y preguntas y pedidos de confirmaci贸n, en la tensi贸n de los hombros y apretadas inhalaciones de aire mientras regresan dolorosos recuerdos del pasado —distante y reciente.

A Kamaal y Sabiha, pareja kurda de mediana edad de Mosul los acompa帽a su primo, el circunspecto Jamaal, que lucha en el camino de tierra con muletas. Kamaal estaba en el hospital recuper谩ndose de un ataque al coraz贸n cuando Mosul fue tomado por ISIS hace m谩s de un a帽o. 脡l, Sabiha y su hijo mayor se apresuraron a ir a casa, y encontraron que la hab铆an saqueado y que sus cuatro hijos adolescentes no estaban, incluida su hija de trece a帽os. Se quedaron en Iraq busc谩ndolos casi un a帽o antes de partir, con la esperanza de que tal vez su b煤squeda ser谩 m谩s efectiva desde afuera. Cuando caminamos, Sabiha empieza a llorar. Su esposo pone los brazos a su alrededor, y sus propios hombros se sacuden. Despu茅s cruzan la frontera tomados del brazo, con Jamaal saltando a su lado.

Los j贸venes, los ancianos, los que est谩n en silla de ruedas cargados por amigos y familia, los heridos, familias, viajeros solos, parejas j贸venes que se toman de la mano desembarcan de los buses en un tranquilo pueblo de frontera en Serbia y viajan los siguientes kil贸metros a pie hacia otro pueblo fronterizo en Croacia. De ah铆, del degradante, exhaustivo caos de la estaci贸n de trenes de Tovarnik, expuesta a la intemperie, al bien organizado y acogedor campo de descanso manejado por voluntarios que est谩 al lado, o en un campo de procesamiento recientemente establecido administrado por el gobierno, esperar谩n largos d铆as al transporte que, ojal谩, los llevar谩 m谩s cerca de sus destino final —y a los parientes, amigos o redes de apoyo que esperan a algunos ah铆.

Luego, cuando empieza a caer la noche, los que llegan expresan inquietud y dudas. El camino no est谩 marcado, salvo por la presencia de un grupo de voluntarios, y los caminantes que buscan la confirmaci贸n de que el camino y sus alrededores realmente est谩n libres de minas terrestres, que no ser谩n detenidos, que no enfrentar谩n brutalidad policial, relatos que les han llegado de quienes estuvieron varados en Horgos y Roszke en la frontera h煤ngara.

Debajo de un sorprendente cielo estrellado nocturno, Khalid, bisabuelo circasiano de 77 a帽os de edad de Quneitra, acompa帽ado de sus parientes, camina con un bast贸n y rechaza educadamente nuestras ofertas de ayudarlo con la gran bolsa que carga en la espalda. “Sigan confiando en ustedes mismos y en los dem谩s”, aconseja a sus compa帽eros de viaje. “Somos fuertes y enfrentaremos cualquier dificultad que tengamos por delante pues ya hemos enfrentado de todo en este viaje”.

Un grupo de mujeres eritreas y un viajero solitario del Congo comparten una bolsa de naranjas entre todos. “Hemos viajado de m谩s lejos y estamos m谩s acostumbrados a las dificultades de viajar y caminar largas distancias”, dice Mariam, estudiante de enfermer铆a de 22 a帽os. “Somos j贸venes y fuertes pero es tan dif铆cil ver sufrir a todos esos ni帽os”.

Un muchacho iraqu铆 suplica a su padre, que ya est谩 cargando al hermano menor y el equipaje, que lo cargue. Sus pies, como los de muchos otros, est谩n con ampollas y en carne viva, cada paso es doloroso. Llora y ruega, y luego llora en silencio cuando su padre disculp谩ndose lo pone m谩s adelante, preocupado de que la frontera cierre y los deje varados. Llevamos al muchacho a la carpa m茅dica, que curan y vendan sus pies. Luego avanzan hacia la noche.

A Zaynab y Mustafa, dos ni帽os en silla de ruedas, los llevan a trav茅s de los campos con sus familias en una camioneta de voluntarios. La madre de Mustafa habla sobre las dificultades que han atravesado en las 煤ltimas semanas. El sobrecargado bote inflable con el que cruzaron el mar Egeo a Lesbos se empez贸 a hundir, y para mantenerlo a flote los 煤ltimos cientos de metros antes de la costa, se vieron obligados a librarse de todo exceso de peso posible, as铆 que arrojaron sus posesiones por la borda. Tuvo que convencer al resto de pasajeros de hacer una excepci贸n con la pesada silla de ruedas de Mustafa. Durmiendo en las calles y en campos temporales hace que tenerlo limpio sea imposible. “Siento que le estoy fallando”, dice. “No puedo cambiarlo ni ba帽arlo con frecuencia, y 茅l se averg眉enza cuando tengo que hacerlo sin privacidad”.

Rima, joven siria estudiante de derecho de Alepo, que hace poco ha tenido un hijo, Syrian, acompa帽a de Hiba de ocho a帽os, que acaba de quedar hu茅rfana. El resto de la familia de Hiba vive en Suecia y la est谩 esperando. Mira a su alrededor, con los ojos abiertos, a los centenares de personas que caminan a su lado por los campos. Las estrellas y la delgada luna en cuarto creciente no son suficientes para iluminar el camino, y los caminantes dependen de las luces de tel茅fono m贸viles para ayudarlos a mantenerse juntos cuando algunos parientes van m谩s despacio, exhaustos de sus viajes y por los miles de kil贸metros que muchos ya han cubierto a pie.

Para muchos de los que cruzan, el viaje est谩 lejos de terminar, y est谩n muy conscientes de las fronteras muy vigiladas que deben cruzar, de las humillantes condiciones que a煤n deben soportar. Pero la resiliencia, el coraje y la fuerza de los que buscan refugios es enorme, mientras caminan por estos campos, por los caminos y a trav茅s de fronteras que los llevar谩n hacia posibilidades ansiadas que les permitir谩n reconstruir vidas de dignidad.

Caoimhe Butterly es organizadora, activista de justicia migratoria y estudiante de posgrado irlandesa. Ha pasado 14 a帽os trabajando con movimientos sociales y proyectos de desarrollo comunitario en Am茅rica Latina, el mundo 谩rabe y en otros lugares.

Traducido por Gabriela Garcia Calderon Orbe

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