OPINI脫N de La extranjera de Mantinea
Todos los ni帽os mineros se parecen entre s铆. Por eso, al tropezarme por casualidad con una vieja foto de los “Breaker boys” norteamericanos de principios del XX, he recordado otros peque帽os rostros an贸nimos que miramos de vez en cuando desde los agujeros de La India, Bolivia, M茅xico o Per煤, por nombrar s贸lo algunos lugares donde todav铆a se fragua esta ignominia que nos averg眉enza. Y he recordado tambi茅n esas peque帽as sandalias de esparto que vi colgadas en la pared de una mina del sureste espa帽ol durante una visita a un parque minero convertido en museo. A la mina Agrupa Vicenta s贸lo se va para contemplar el eco ceniciento de una manera de vivir y de morir que ya solo reservamos en forma de memoria. Y cuando se sale de all铆, se te ha metido dentro no s贸lo el polvo feroz levantado por las barrenas, tambi茅n las peque帽as manos encallecidas, la mirada empa帽ada por la oscuridad, el golpe insistente y desacompasado de los picos que hace que tu coraz贸n tambi茅n extrav铆e su ritmo.
Cuando la mina era explotada, los peque帽os cuerpos serv铆an para alcanzar las rendijas inaccesibles para el brazo adulto. Con el capazo de esparto dejaban el agujero limpio de la tierra extra铆da, y con esas 谩speras sandalias reptaban por el suelo h煤medo e irrespirable de la cueva. A ochenta metros tierra adentro los ojos de un ni帽o no brillan por mucha pirita que pongas en sus manos.
Mi madre me cont贸 que su abuelo caminaba cuarenta kil贸metros con esas esparte帽as para ir a trabajar a la mina, y otros tantos para su regreso a casa una vez por semana. As铆 que, rememorando la sangre en esos grandes pies, contemplo los de un ni帽o: un ni帽o minero del levante espa帽ol cuya historia tenemos la obligaci贸n moral de escribir alg煤n d铆a, pero tambi茅n los pies de esparto que todav铆a deambulan por ese mundo sombr铆o que los adultos hemos dispuesto para ellos.
Todos los ni帽os mineros se parecen entre s铆. Por eso, al tropezarme por casualidad con una vieja foto de los “Breaker boys” norteamericanos de principios del XX, he recordado otros peque帽os rostros an贸nimos que miramos de vez en cuando desde los agujeros de La India, Bolivia, M茅xico o Per煤, por nombrar s贸lo algunos lugares donde todav铆a se fragua esta ignominia que nos averg眉enza. Y he recordado tambi茅n esas peque帽as sandalias de esparto que vi colgadas en la pared de una mina del sureste espa帽ol durante una visita a un parque minero convertido en museo. A la mina Agrupa Vicenta s贸lo se va para contemplar el eco ceniciento de una manera de vivir y de morir que ya solo reservamos en forma de memoria. Y cuando se sale de all铆, se te ha metido dentro no s贸lo el polvo feroz levantado por las barrenas, tambi茅n las peque帽as manos encallecidas, la mirada empa帽ada por la oscuridad, el golpe insistente y desacompasado de los picos que hace que tu coraz贸n tambi茅n extrav铆e su ritmo.
Cuando la mina era explotada, los peque帽os cuerpos serv铆an para alcanzar las rendijas inaccesibles para el brazo adulto. Con el capazo de esparto dejaban el agujero limpio de la tierra extra铆da, y con esas 谩speras sandalias reptaban por el suelo h煤medo e irrespirable de la cueva. A ochenta metros tierra adentro los ojos de un ni帽o no brillan por mucha pirita que pongas en sus manos.
Mi madre me cont贸 que su abuelo caminaba cuarenta kil贸metros con esas esparte帽as para ir a trabajar a la mina, y otros tantos para su regreso a casa una vez por semana. As铆 que, rememorando la sangre en esos grandes pies, contemplo los de un ni帽o: un ni帽o minero del levante espa帽ol cuya historia tenemos la obligaci贸n moral de escribir alg煤n d铆a, pero tambi茅n los pies de esparto que todav铆a deambulan por ese mundo sombr铆o que los adultos hemos dispuesto para ellos.
*Bel茅n Rosa de Gea. laextranjerademantinea.blogspot.com