Despu茅s de que el feminismo lleve m谩s de 40 a帽os debatiendo, a veces agriamente, sobre la prostituci贸n, creo que es el momento de hacer una revisi贸n de las posiciones que mantenemos las feministas y del debate en s铆 mismo. Para empezar, porque la prostituci贸n que cuestionaron las feministas de la Segunda Ola tiene hoy unos rasgos muy diferentes de aquella que era objeto de su cr铆tica; en segundo lugar, porque la sociedad en la que la prostituci贸n se inserta ha cambiado tambi茅n radicalmente en estas cuatro d茅cadas, especialmente en la consideraci贸n que hace de la sexualidad, que ha pasado de ser un tab煤 o un estigma a ser una permanente celebraci贸n de la que resulta dif铆cil entresacar ning煤n rasgo negativo o siquiera pol铆tico. Y, por 煤ltimo, porque las feministas que pensamos que regular la prostituci贸n ser铆a un paso atr谩s en la igualdad y en la situaci贸n de todas las mujeres deber铆amos preocuparnos porque estamos perdiendo el debate social, especialmente entre sectores del feminismo m谩s joven, el que deber铆a ser la punta de lanza de una generaci贸n que considerara intolerable la actual normalizaci贸n de la prostituci贸n.
La prostituci贸n ha experimentado en las 煤ltimas dos d茅cadas un crecimiento espectacular tanto en varones que la usan, como en mujeres que se dedican a ella, como en importancia econ贸mica; tambi茅n en el car谩cter mismo de la instituci贸n, que ha pasado de ser una salida individual para las mujeres m谩s pobres, a convertirse en una parte fundamental de uno de los negocios globales que m谩s dinero mueve, tanto legal como ilegal: el negocio del sexo. Dominado por mafias internacionales que se dedican lo mismo al sexo que a las drogas o a las armas, el negocio de la prostituci贸n es hoy uno de los pilares fundamentales del orden patriarcal, pero es tambi茅n un negocio de dimensiones globales tan importante que puede incluso determinar el PIB de algunos pa铆ses. Existe, de partida, un claro inter茅s por parte de estas mafias en estimular la demanda por todos los medios a su alcance.
El negocio del sexo (el capitalismo) estimula permanentemente una demanda que el patriarcado tambi茅n est谩 interesado en mantener. Si historizamos la prostituci贸n nos daremos cuenta de que su funci贸n ha ido cambiando seg煤n las necesidades del patriarcado. La funci贸n de la prostituci贸n hoy d铆a, adem谩s de ser una fuente de riqueza para algunos, no es otra que la de ser un espacio, uno de los pocos que quedan, para que los varones puedan seguir poniendo en pr谩ctica la masculinidad tradicional a trav茅s de una performance sexo-gen茅rica determinada; uno de los pocos espacios en los que a煤n puede actuar una masculinidad que se encuentra acosada -gracias al feminismo- en todos los dem谩s 谩mbitos de la vida: en los espacios sociales, pol铆ticos, familiares, sexuales, etc. En todos estos espacios los hombres han tenido que recolocarse, y lo est谩n haciendo con mucha dificultad. La prostituci贸n ayuda a mantener un espacio incontaminado de igualdad para que la masculinidad hegem贸nica, basada -no lo olvidemos- en una determinada ideolog铆a sexual, no se ahogue. Es en ese sentido en el que la prostituci贸n como instituci贸n es intolerable: se trata del lugar en el que se aprende, se perpet煤a y se refuerza la desigualdad a trav茅s de la puesta en pr谩ctica de una performance de g茅nero y sexual que dificulta la necesaria demolici贸n de las masculinidades y feminidades tradicionales.
Es aqu铆 donde creo que tenemos que incidir: en la prostituci贸n como instituci贸n, que ense帽a/perpet煤a y refuerza la desigualdad y los roles de sexo/g茅nero m谩s tradicionales y patriarcales; tenemos que preguntarnos por qu茅 se configura como una salida econ贸mica s贸lo para las mujeres y no para los varones; tenemos que explicar que la prostituci贸n es una pr谩ctica social y sexual que no tiene que ver s贸lo con las mujeres que se prostituyen, sino que nos afecta a todas las mujeres (y a todos los hombres). Y, sin embargo, a veces nos empe帽amos en cuestiones que, en mi opini贸n, no son las m谩s importantes ahora. Las mujeres (las que no son v铆ctimas de trata, se entiende) se dedican a la prostituci贸n por dinero; cualquier mujer podr铆a hacerlo. El asunto de si el consentimiento es v谩lido o no nos enreda vanamente. Tiene raz贸n Nancy Fraser cuando afirma que el problema de la prostituci贸n no es el consentimiento, ya que nos movemos en un marco de consentimiento liberal aceptado para todos los 谩mbitos de la vida, siendo as铆 que parece que s贸lo a las prostitutas se les exige un consentimiento especialmente cualificado. No todas las prostitutas son mujeres m谩s victimizadas que otras personas (hombres y mujeres), sometidas a condiciones de explotaci贸n capitalista y cuyo consentimiento no se pone permanentemente en duda. Fraser dice que es perfectamente entendible que muchas mujeres se dediquen a la prostituci贸n para ganar dinero; que eso no es lo que la hace intolerable. La mercantilizaci贸n y cosificaci贸n de los cuerpos de las mujeres no puede sino reforzar la desigualdad de g茅nero, pero esto ocurre no porque las mujeres se sit煤en en relaci贸n de dominaci贸n con un hombre en concreto en el momento de la transacci贸n prostitucional, sino porque la prostituci贸n codifica significados que son da帽inos para las mujeres como clase. Y es esto lo que tenemos que explicar mejor. Lo que resulta intolerable de la prostituci贸n es la desigualdad del marco basado en la divisi贸n sexual del trabajo y en una ideolog铆a que naturaliza la diferencia, especialmente la diferencia sexual. En ese sentido no podemos aceptar ninguna regulaci贸n: la desigualdad no puede regularse sino combatirse.
Pero, dicho esto, es fundamental dar voz a las propias prostitutas, dejar de victimizarlas, reconocer su agencia y respetar la manera que eligen para salir de la pobreza o para mejorar sus condiciones de vida; respetar sus elecciones. Hay que hablar con ellas, aunque lo que digan no nos guste. Ellas son prostitutas porque hay demanda, as铆 que es 茅sta la que hay que combatir y estigmatizar. Esto tenemos que hacerlo denunciando qu茅 tipo de sexualidad, qu茅 ideolog铆a, qu茅 construcci贸n del g茅nero y de la subjetividad masculina se ponen en funcionamiento cada vez que un hombre piensa que necesita, no tener un orgasmo, sino recrear una sexualidad masculina ideol贸gicamente determinada por un orden de g茅nero basado en la subordinaci贸n de las mujeres.
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