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Democracias deshabitadas

Abstenci贸n, desencanto y lo com煤n en retirada

Urnas abiertas, sue帽os en pausa

Emilio Cafassi (Profesor Titular e Investigador de la Universidad de Buenos Aires). cafassi@uba.ar


Actividad de campa帽a del Frente Amplio en la Rambla de Montevideo (Uruguay), destacando el apoyo a la candidatura de Yamand煤 Orsi y Carolina Cosse. Foto: BiblioJu (Wikimedia Commons/CC BY-SA 4.0)





Cerraron los comicios, pero no se alzaron los sue帽os: solo se bajaron las persianas de las urnas. El entusiasmo qued贸 clausurado, salvo para los contables del cinismo: calculadora en mano y pasaporte directo a los sillones mullidos del privilegio. Las urnas, otrora escenario de pactos colectivos y sue帽os en disputa, se poblaron esta vez de m谩s ausencias, votos en blanco, anulaciones silentes o ruidosas. Aunque en muy diversa proporci贸n, tanto en Montevideo como en Caracas o Buenos Aires, la compulsa electoral de este mes fue menos una elecci贸n que un espejo empa帽ado. ¿Hay algo en com煤n que pueda sospecharse de estos tres escenarios tan dis铆miles y heterog茅neos? ¿Qu茅 reflejan esas cifras que ordenamos en columnas y porcentajes? Reflejan, quiz谩, un hartazgo que ya no grita, se expresa con el lenguaje de la retirada. De desafecci贸n 铆ntima. De ruptura con el rito. De un v铆nculo que se apaga no con furia, sino con un suspiro. En Uruguay, la escarcha del desencanto cubri贸 los viejos bastiones del progresismo: el voto blanco o anulado trep贸 al 11,2% en Canelones y al 7,8% en la capital, Montevideo, donde la participaci贸n sigue siendo alta por obligaci贸n, pero se debilita tendencialmente por convicci贸n. En casi todos los departamentos hubo ca铆da de votos para el Frente Amplio respecto a 2024. Sin embargo, el dato m谩s inquietante no es cu谩nto se perdi贸, sino cu谩nto y qu茅 se desvaneci贸. Como si el compromiso c铆vico se hubiera vuelto bruma: presente en forma, ausente en sustancia. En la ciudad de Buenos Aires, la abstenci贸n se filtr贸 por las grietas de una ciudadan铆a desenga帽ada, donde el ausentismo es mayor en los sectores populares. Ya no impugnan: directamente sustraen asistencia. Entre la falta de militancia, la resignaci贸n ante el poder econ贸mico externo y el debilitamiento del peronismo, la Capital Federal volvi贸 a dejar expuesta su orfandad representativa, como un solar sin casa, ni abrigo pol铆tico. Y Venezuela, con su teatro electoral vac铆o, empuj贸 la met谩fora al extremo. El chavismo se adjudic贸 23 de 24 gobernaciones con una participaci贸n oficial del 42,6%, aunque la oposici贸n estima que la abstenci贸n real super贸 el 85%. All铆, el acto electoral ya no se ejerce: se simula. Las im谩genes de urnas desatendidas y centros de votaci贸n desiertos son elocuentes. En un pa铆s con voto voluntario en cuyo apogeo chavista logr贸 superar inclusive el 90% de participaci贸n, hoy la mayor铆a ya no acude a las urnas. No porque no le importe, sino porque ya no cree. Y en ese no creer, la ausencia se vuelve, parad贸jicamente, su 煤ltimo gesto de fe.


Yamand煤 Orsi. Foto: EFE


No se trata de un hecho aislado ni reciente. El desencanto se multiplica en todo occidente, amplificado por el avance de la ultraderecha. Sus ra铆ces son al menos dos: una persistente, estructural; otra m谩s coyuntural, pero de eficacia inmediata. La apat铆a pol铆tica de vastos sectores no nace del desinter茅s, sino de un r茅gimen que institucionalmente los aleja: la democracia representativa no induce participaci贸n sino que la desalienta. Las reiteradas tentativas de participaci贸n y su resultado pol铆tico-institucional est茅ril producen frustraci贸n y pasividad en la sociedad civil. Las movilizaciones sociales no consiguen nunca traspasar la protesta o la presi贸n, pues el r茅gimen pol铆tico les veda toda intervenci贸n decisional institucionalizada, las condena a la mera “queja”, a gritar desde la intemperie, sin voz en el recinto. A la vez, en la particular coyuntura, las pol铆ticas monetaristas, de ajuste y recesi贸n, no hacen m谩s que deteriorar las condiciones de vida de amplios estratos sociales. Arrasan como heladas tard铆as: marchitan las condiciones de vida all铆 donde m谩s fr谩giles eran. La erosi贸n c铆vica no siempre ruge: a veces apenas susurra, como un desgaste que se escurre entre gestos indiferentes. El debilitamiento de la democracia representativa en nuestra regi贸n ya no necesita golpes de Estado ni proscripciones abiertas. Le basta el bostezo, la renuncia, el desplazamiento silencioso del ciudadano al margen del cuarto secreto en Uruguay, llamado cuarto oscuro en la orilla opuesta del r铆o. Esa renuncia no es simple apat铆a; es signo, s铆ntoma, advertencia. Tampoco es desinter茅s: es un gesto que arde en silencio. Cuando la pol铆tica ya no convoca ni indigna, ¿qu茅 queda? Solo el vac铆o disfrazado de normalidad. 

El voto en blanco -tan desatendido por los oficialismos como temido por los estrategas- ha dejado de ser un gesto exc茅ntrico o un lujo reservado a conciencias exquisitas. Se ha convertido en fen贸meno masivo. En Uruguay, como en Argentina, crece donde m谩s arde la tensi贸n social, all铆 donde las promesas de cambio encallan una y otra vez en la piedra fosilizada de la desigualdad. Y cuando ni siquiera queda el gesto simb贸lico del voto sin contenido, entonces emerge el hueco absoluto de la abstenci贸n: una suerte de secesi贸n silenciosa, de exilio dom茅stico, sin partida alguna.

Votar ya no basta y en verdad, nunca fue suficiente. Lo que est谩 en crisis no es solamente el acto electoral, sino su sentido. En Venezuela, el ritual se convierte en simulacro: un teatro de cifras que se recitan como dogmas, sin posibilidad de verificaci贸n, en un escenario donde el enemigo principal es la anomia, ese deshilachamiento invisible del pacto ciudadano. La ciudadan铆a calla, no porque no sepa, sino porque ya no espera. El silencio en los centros de votaci贸n no es miedo: es descreimiento. Es la pol铆tica reducida a protocolo: una coreograf铆a hueca, sin alma, sin consentimiento ni legitimidad.

En Argentina, el ausentismo no grita: se filtra. Se disfraza de hartazgo sereno. No hay fraude ni proscripci贸n, pero s铆 una fisura cada vez m谩s honda entre la representaci贸n pol铆tica y las decisiones determinantes de la vida cotidiana. La idea de que “nada cambiar谩” se vuelve principio que no se grita: corroe en silencio. El efecto es doblemente devastador: primero se retira el compromiso, luego se resiente la salud c铆vica colectiva. Como advirti贸 Mark Fisher en su libro “Realismo capitalista; ¿no hay alternativa?”, cuando el sistema falla el da帽o no se ve: se aloja en lo m谩s hondo, como una culpa implantada de apariencia natural e ineludible. Y as铆, el ausente no es solo quien no vota: es quien ya no se reconoce en lo com煤n. Frente a este paisaje, los oficialismos y oposiciones reaccionan con la misma miop铆a: promesas recicladas, campa帽as desangeladas, candidaturas sin alma. Pero el problema no es t谩ctico. Es existencial. No es un problema de estrategia: es una crisis de sentido. Lo que se desvanece no es el electorado, sino la ilusi贸n de que hay un futuro por conquistar. La democracia de este modo, deviene gerenciamiento, y la pol铆tica espect谩culo. Donde antes hubo conflicto, queda deserci贸n. Y esa deserci贸n no es neutra: favorece a quienes mejor controlan el escenario, a quienes pueden gobernar incluso sin testigos ni controles, en soledad.

Donde retrocede la participaci贸n, se impone el orden del silencio. No un orden fundado en el consenso, sino en la disciplina: policial, fiscal, cultural. En Argentina, el vaciamiento simb贸lico del voto abre el camino a un experimento que se proclama libertario, pero exige sumisi贸n. Mientras decrecen los votos populares, se regulan las preguntas, se criminaliza la protesta y se multiplican las operaciones de inteligencia y se promueve un clima de hostilidad donde quien disiente, resulta execrado, incluyendo los m谩s fieles aliados. La libertad es all铆 un significante desbalanceado: se libera el mercado mientras se encarcela la palabra, se expulsa la ciudadan铆a de las calles y se reprime cualquier forma expresiva de disenso o pluralidad.

En este clima, la abstenci贸n no es apenas un efecto: es tambi茅n la antesala. Cuando la democracia se reduce a elecci贸n sin opciones reales, a un ritual donde el men煤 siempre repite los mismos platos fr铆os, cuando toda disidencia es tildada de casta o conspiraci贸n, ¿qu茅 espacio queda para la representaci贸n? No queda espacio para representar lo diverso: solo para ratificar lo impuesto. Los oficialismos autoritarios no temen al voto: temen a la ciudadan铆a activa. Por eso festejan cada punto de participaci贸n que se esfuma, cada joven que no llega, cada barrio que se encierra como un animal herido. En esa desmovilizaci贸n ven su oportunidad de permanencia. En ese vac铆o, hacen pie.

Lo inquietante es que esta deriva no es un privilegio de reg铆menes autoritarios donde en ocasiones la abstenci贸n puede desembocar en insurrecciones como en el 2001 argentino o como la deshilachada oposici贸n venezolana so帽贸 infructuosamente. Ni tampoco por democracias liberales intervenidas, donde el FMI dicta y la soberan铆a firma al pie, como la argentina, donde votar parece cada vez m谩s un gesto de resignaci贸n. Tambi茅n en Uruguay -donde la participaci贸n sigue siendo alta por mandato legal- comienza a insinuarse una fractura m谩s sutil pero no menos grave: el acto de votar persiste, s铆, pero vaciado de contenido. El voto que cumple pero no cree. El voto sin fervor. El voto sin decisi贸n.

La retracci贸n no solo desarma estructuras: va horadando sentidos, costumbres, lenguajes. Sus efectos no se miden solo en cargos o reglamentos: tambi茅n se filtran en los imaginarios, en la lengua p煤blica, en el 谩nimo colectivo. En Venezuela, el desgano electoral refuerza la narrativa del r茅gimen, que transforma la apat铆a en obediencia t谩cita, en consentimiento aparente. En Argentina, el desgano se transforma en votos rotos, en cuerpos ausentes, que desgarran a煤n m谩s el hilo que ingresa al telar social. Y en Uruguay, la despolitizaci贸n que comienza embrionariamente a crecer en los m谩rgenes amenaza con erosionar incluso los cimientos simb贸licos m谩s arraigados del progresismo, que ve sus bastiones enfriarse sin estridencias, al ritmo de una ciudadan铆a que ya no se siente tan interpelada. 

¿Qu茅 hacer frente a esta marea baja que arrastra certezas y deja promesas varadas? ¿C贸mo volver a encender el fuego de lo pol铆tico en tiempos de desencanto? No alcanza con invocar la 茅pica del voto ni con se帽alar los dientes del autoritarismo: se requiere algo m谩s hondo, m谩s vital. Se necesita una regeneraci贸n afectiva del lazo social. Una reconstituci贸n del horizonte com煤n. Reconstituir un horizonte com煤n desde el deseo, desde la eficiencia, desde la certeza de que nadie se salvar谩 solo, que la lucha es colectiva, porque la democracia no se reduce a las urnas, sino a la construcci贸n colectiva del propio destino. Hoy no escasean las urnas: escasea la convicci贸n de que pueda parirse otro mundo. 

La paradoja es cruel: votar nunca fue tan f谩cil, elegir nunca tan dif铆cil. Pantallas y listas llenas de candidatos, con calles anor茅xicas de convicciones. Y en ese intersticio crece el cinismo, se aferran los poderosos, se desvanece el porvenir. Por eso, la mayor amenaza a la democracia es que esta forma fiduciaria de representaci贸n, basada en la autonom铆a del representante, en la desconexi贸n entre dirigentes y dirigidos, se presente como 煤nica, generando esta lenta evaporaci贸n del deseo colectivo. No es el fraude. Ni siquiera la dictadura expl铆cita. Es la lenta agon铆a de una llama que titila, ya casi sin ox铆geno, en la atm贸sfera ideol贸gica enrarecida por el individualismo.





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