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Reinventar el espacio público

Por Emilio Cafassi    

Brasil ha desarrollado con éxito una plataforma de voto electrónico que sólo ha aplicado a la reproducción de la estructura político-electoral tradicional. Pero su know how es reutilizable en cualquier otra configuración política y social, es decir, en cualquier país de cualquier dimensión. A la vez, el Frente Amplio se plantea cómo reestructurarse apelando inclusive -según el diputado Mahía en un reportaje en este diario- al plebiscito interno. Si bien es poco feliz plantear como último recurso algo tan deseable como el hecho de que la reestructuración la decida la totalidad de los frenteamplistas, no deja de ser estimulante que al menos se introduzca esta posibilidad en el debate actual.

Las fronteras y -mucho más decisivamente- la configuración intrínseca de un espacio público en el que la sociedad interactúe, delibere y adopte decisiones es, en mi opinión, la principal variable a considerar en materia de desarrollo político-social en la actualidad. Esta noción moderna y por lo tanto originalmente burguesa, exige una reapropiación conceptual y práctica por las izquierdas, superadora de la estrechez dominante y generalizada, tanto si se la concibe sobre el conjunto de la sociedad, como en las múltiples escalas institucionales posibles (partidos, sindicatos, organismos estatales autónomos o no, movimientos sociales, etc.). La experiencia histórica no será pródiga en ejemplos de amplificación de este espacio público, lo que justifica el tratamiento reflexivo del problema.

Si bien este concepto fue introducido originalmente por Kant, es recién en Habermas donde encontramos resituada su relevancia asociándolo directamente con el de opinión pública, quedando de este modo (el de espacio) reducido a una suerte de metáfora y por lo tanto parcialmente desvalorizado como simple receptáculo respecto al contenido. Creo no obstante indispensable distinguir para ello entre el público (que motivó una abundante producción de reflexiones críticas en torno a la degradación ciudadana, que genéricamente comparto, como en los italianos Sartori, Bobbio, Eco, etc.) y lo público, que es precisamente lo que intentaré presentar como pasible de ser materialmente mensurado, estructurado y construido, normativa y tecnológicamente.

Un componente decisivo para Habermas de tal espacio, es el de publicidad, en el sentido de distribución informativa y hasta de transparencia, a diferencia –agrego- de la práctica publicitaria que, inversamente, constituye un discurso ontológicamente falaz, autoelogioso e ideológico (ya sea de naturaleza comercial o política). El sujeto social en Habermas no es una masa receptora pasiva y consumista sino individuos que hacen uso de la razón, o al menos lo intentan.

El espacio público, restringido ahora a lo físico, debe su carácter moderno-burgués al proceso de urbanización que lo desarrolla simultáneamente con el prevaleciente espacio privado. Es también una resultante tecnológica, además de político-cultural. Habermas subraya que las tertulias de salón y los cafés han contribuido a la multiplicación de los debates y discusiones políticas, cosa sólo concebible en ámbitos urbanos, aún precarios. El “boliche” uruguayo, aún el del interior, es un claro ejemplo. Pero esta noción habermasiana de “publicidad”, en el sentido de la amplia difusión de la información y los temas de debates, constitutiva de la opinión pública (y del espacio público) que es a la vez palanca de control del poder político, resulta inconcebible sin los grandes medios de comunicación, que no son únicos ni estáticos, sino que han sufrido grandes diversificaciones y modificaciones a lo largo de la historia.

Hay grandes etapas desde Gutemberg hasta hoy en la construcción de medios de comunicación y por lo tanto de configuración de la opinión pública. A vuelo de pájaro, o más groseramente aún, de manera secular, es distinguible la edición de libros y la prensa de opinión en el siglo XVIII, luego la prensa comercial en el XIX, los medios de comunicación audiovisuales de masa en el siglo XX y las tecnologías digitales interactivas a comienzos del XXI.

Este concepto de espacio público reconoce una diversidad de medios y formas de propiedad, mayoritariamente privadas (y no sólo físicas, sino además del mensaje), que en cualquier caso encuentran como común denominador al verticalismo privatista y monopólico del broadcasting (aún forzando esta noción hasta la industria gráfica), lo que es prácticamente la negación del espacio en primer lugar, y luego también de lo público.

Si nos remitimos al ámbito físico-espacial moderno, el espacio público es el lugar donde las personas tienen derecho a circular, por oposición a los espacios privados, donde el acceso está restringido o depende de la voluntad de su propietario. Por lo tanto, la propiedad es necesariamente pública tanto como su uso y los derechos que erige. No necesariamente deberá estar exento de regulaciones, pero sí garantizar dentro de ellas la plena accesibilidad de toda la ciudadanía. Tiene consecuentmente materialidad y tangibilidad, además de ser fuente de derechos y posibilidad de acción política e interacción social. Resultarían imposibles las protestas colectivas y las manifestaciones populares sin esta base material. Por supuesto que hay excepciones de ámbitos privados con apariencia pública, pero se restringen casi con exclusividad a lo comercial, como los shopings.

No todas las ciudades son iguales. Además de sus características arquitectónicas y su entorno natural, la cantidad y calidad del espacio público es mensurable por la magnitud y cualidad de las relaciones sociales que facilita o, inversamente, restringe y coarta. En consecuencia, el espacio público presupone el derecho al uso social colectivo y la diversidad.

No sucede lo mismo en la esfera comunicacional ya que el mensaje está oligopólicamente segmentado, y es absolutamente débil y esporádico el ejercicio real de la deliberación y la toma política de decisiones por parte de la ciudadanía. El escenario tecnológico actual no es aquel del dominio excluyente de los mass-media en el que Habermas desarrolló su teoría de la acción comunicativa, sino que es el de la masificación de Internet y de la mayor aún masificación de los celulares (que también pueden crecientemente conectarse a Internet). Por eso no debe llamar la atención que la gran mayoría de las expresiones político-sociales alternativas (desde la manifestación frenteamplista en campaña por la rambla, hasta lo actuales indignados españoles) recurran a esta tecnología a la hora de organizarse. Tampoco que el Frente Amplio se interrogue, entre sorprendido y desconfiado, por las redes sociales y su capacidad de movilización autónoma.

Concibo el espacio público en la esfera comunicacional y política como un lugar potencialmente tan físico y tangible como el urbano, es decir, absolutamente material, como el urbano, a la vez que generador y sustento de derechos. En consecuencia planificable y construible. Entre las muchas causas de la inexistencia de esta infraestructura político-material, encuentro dos de significativo peso:

1) El desinterés (y en ocasiones hasta el desprecio) de las izquierdas por la reducción de la brecha dirigentes-dirigidos, por la distribución del poder decisional y la burocratización de las oligarquías partidarias, aunque el del FA sea el caso que se encuentre en mejores condiciones para rectificar este rumbo.

2) La ausencia de reapropiación política de las actuales herramientas tecnológicas y el desarrollo de plataformas físicas, de hardware, conectividad y software que satisfagan al menos parcial y hasta experimentalmente, la participación ciudadana directa en la toma de decisiones. Más lejos aún que la mera implementación del voto electrónico en reemplazo de la urna que, sin embargo, brasileños y venezolanos, por caso, aplican con éxito.

Es indudable que esto abre además un debate epistemológico respecto a la neutralidad valorativa y el positivismo en la ciencia y la tecnología, que dejaremos para otra oportunidad, pero en cualquier caso éste debe estar precedido de la enumeración de los valores que deben orientar el desarrollo tecnológico y no a la inversa.

Lo que hoy llamamos espacio público es casi inexistente o al menos es muy lábil. Será ocasión entonces de intentar su reinvención.




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