EL MERCURIO DIGITAL - Silvina Friera* (Página 12) .- ¿Se dobla, pero no se rompe? El interrogante siempre flamea como una bandera en el largo camino de la evolución de la ortografía. Un nihilista ―un apocalíptico, en rigor― podría afirmar que la flexibilidad de las reglas, a través del uso y la costumbre, o el desinterés por la corrección implican el imperio de la barbarie y la destrucción del idioma. Más allá de las buenas intenciones, el drama que destila esa sensación de que se va todo al diablo, con perdón de la hipérbole, impone un binarismo de “todo o nada” que mella la tentativa de una reflexión de largo alcance. No se trata de volver sobre el eslogan de “jubilar la ortografía” y enterrar “las haches rupestres”, lanzado por Gabriel García Márquez a fines de los años ’90. Tal vez sea más productivo pensar hasta qué punto la voluntad de reglamentar una simplificación en el aprendizaje ―una cuestión práctica difícil de rebatir― choca con el horizonte cultural y político que