Ilka Oliva-Corado Tanita siempre anhel贸 un licuado de frutas, un sue帽o inalcanzable en su infancia. Las licuadoras eran voladas de las que hablaban en los anuncios de radio cuando sintonizaban a Porfirio Cadena “El ojo de vidrio”. Qu茅 emoci贸n, recuerda Tanita, cuando llov铆a en la radio, escuchar los truenos que sacud铆an la l谩mina de la casa, el sonido de las manitas de los caballos caminando sobre el adoqu铆n: taca, taca, taca, ta… Se imaginaba que todo aquello acontec铆a entre los montes y se le perd铆a la mente entre los caminos reales, los palos de guayabos rojos y los zacatales. Se preguntaba si en las casas de ese lugar tambi茅n se alumbraban con candil como en la suya, o si las ni帽as tambi茅n ten铆an que acarrear agua de la quebrada como le tocaba a ella. Si ten铆an un radio Philips de bater铆a como el que ten铆a su abuelo, si tambi茅n remendaban la ropa y si hac铆an mamasos con sal cuando torteaban. Si los hombres dorm铆an en una cama y las mujeres en otra, como en su casa ...