OPINIÓN de Herbert Mujica Rojas, Perú.- El país no es en definitiva lo que Luis Alberto Sánchez definiera para título de uno de sus libros más amenos cuanto que imprecisos: Perú, retrato de un país adolescente. Una nación no puede ser cuerpo púber cuando exhibe, sin pena ni gloria, las taras centenarias que se remontan al mismo momento en que el porquerizo de Trujillo de Extremadura, Francisco Pizarro; el cura ¡cuando no! Hernando de Luque; y el aventurero por antonomasia, Diego de Almagro, afincaran pie en Perú para inaugurar la conquista y posterior expoliación del Imperio Incaico. Sintiendo y practicando el racismo como blasón de gobierno, la Nación siempre ha constituido el símbolo de minorías descendientes de los españoles americanos o de los que inventaron alcurnia, apellidos, formas y retoques de una nobleza feudal cuasi retrógada, conservadora a ultranza y pusilánime para adentrarse en el reto contemporáneo de desarrollar un progreso integral para todos los peruanos. Hasta hoy
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