OPINIÓN Por Raúl Allain (*) Llamar a Perú Libre un partido político es un acto de ingenuidad, casi de complicidad. Lo que vimos no fue una organización con vocación democrática, sino una maquinaria criminal con carnet electoral. Se vistió de movimiento político, pero funcionó como red mafiosa que utilizó la política no para transformar al país, sino para blindar a sus dirigentes, tomar el control del Estado y desviar recursos públicos en beneficio de una élite reducida. En democracia, un partido político auténtico debería ser un espacio de deliberación y de representación plural, donde distintas voces construyen un proyecto de nación. Perú Libre, en cambio, se configuró como una franquicia oligárquica en torno a las órdenes de un solo hombre: Vladimir Cerrón. No existía debate interno real ni autonomía en sus cuadros; lo que había era obediencia vertical, disciplina férrea y culto al liderazgo. Se hablaba de justicia social y emancipación, pero lo que se practicaba era control cerrado,...
