OPINIÓN de Carlos Taibo Durante los dos últimos meses, los de la guerra ucraniana, he procurado mantenerme lejos del ruido de los medios. Si mis cálculos son correctos, he concedido un par de entrevistas, y he rehuido algo así como un centenar, he depositado en mi página web -nadie la lee- una decena de artículos y, en fin, corre por ahí un libro modesto del que soy -dicen- autor. No he conseguido esquivar, sin embargo, dos obstáculos. Si el primero es el de la manipulación, comúnmente bien intencionada, de mis textos, o de mis intervenciones orales, el segundo es el del encasillamiento que tanto gusta a quienes se entregan a los juegos maniqueos y al presentismo más hilarante. Quien no está conmigo, quien no le ríe las gracias a esa filantrópica organización que es la OTAN, está irremediablemente -sabido es- con Putin y sus tanques. La manifestación más reciente de esto último, de lo del maniqueísmo que me voy a permitir tildar de desinformado, es, en lo que a mí respecta, un artícu