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Lucha de clases

Javier Ortiz 19.08.03 Cándido Méndez voló para llegar cuanto antes a Puertollano y anunciar a los cuatro vientos que Repsol YPF cumple todas las normas de seguridad. («Los estándares de seguridad del sector», dicen él y los suyos. Son así de finos los sindicalistas de ahora.) Fijada la línea correcta, los demás jefes de los sindicatos mayoritarios –que es como se hacen llamar los que cuentan con una burocracia más añeja y nutrida, por insignificante que sea su afiliación– insistieron en la idea: puesto que Repsol ya se había puesto de acuerdo con ellos para formar una comisión conjunta de investigación, todo estaba en las mejores manos posibles. Pero llegaron los trabajadores de las subcontratas y los pusieron de vuelta y media. Les dijeron de todo, de «vendidos» para arriba. Hasta hubo quien los llamó «traidores» (cosa que la verdad es que no entendí muy bien a cuento de qué venía, porque ellos siempre han sido así). Incluso los zarandearon. Vi imágenes de la refriega. Me llam

Elvis

Javier Ortiz 16.08.03 Recuerdo bien aquel 16 de agosto de 1977. Y recuerdo bien que la noticia me dejó bastante frío. «Ha muerto Elvis. Bueno, ¿y qué?». Me impresionó mucho más –más tarde– lo de Lennon. Elvis no representaba para mí ningún espejo en el que mirarme. Vestido como un perfecto hortera, con el pelo rezumando brillantina –y aquel espantoso tupé–, exhibiendo opiniones tópicas y reaccionarias... Hacía años que ni siquiera tenía ya el físico y los  modales del King Creole de su juventud. Estaba abotargado por la ingesta de todo lo ingerible, exhibía una sonrisa desmayada y se ponía unos trajes de lentejuelas que parecía un árbol de navidad venido a menos. Daba pena. Tampoco lo que cantaba tenía su viejo nervio: hacía –le hacían– canciones ramplonas y almibaradas para degustación de la buena sociedad que acudía a las rutilantes fiestas de Las Vegas. En mis funciones de director práctico de la revista Saida, me puse en contacto con el aragonés Agustín Sánchez Vidal, buen

El comportamiento de los gatos

Javier Ortiz 11.08.03. - Desde que llegamos a Aigües de vacaciones, una gata y un gato muy parecidos entre sí –salvo por el tamaño, claro está– se instalaron con nosotros. Adoptaron un orden del día inmutable: por la mañana, a primera hora, firmes en la puerta de casa, reclamándome su comida; después, juegos varios y carantoñas mutuas en el jardín; más tarde, siesta... Siempre el uno junto a la otra, a todas partes juntos. Anteayer por la mañana sólo apareció ella. Reclamó su comida, se la puse, comió algo –poco– y se fue de casa, camino abajo. Ayer repitió la operación, con una variante: después de comer se tumbó a descansar, pero no junto al porche de la casa, sino a buena distancia. Me pareció notarle una actitud recelosa. De su –hasta la víspera– inseparable compañero, ni noticia. Esta mañana, cuando he abierto la puerta de la casa, estaba allí, como todos los días, con sus preciosos ojos oscuros mirándome. Cuando he ido a ponerle la comida, he descubierto que tenía p

Tremendismo contagioso

Javier Ortiz 0 7.08.03. - Siento un progresivo desagrado por los boletines informativos de la radio y la televisión. Mi creciente rechazo no se debe a la ingente cantidad de mentiras o de medias verdades que incluyen: de ese espanto ya estoy más que curado, después de 35 años de profesión. Tampoco es fruto del grosero sectarismo que sus responsables muestran en la selección, jerarquización y presentación de las noticias: mi capacidad de asombro está igual de mermada en ese capítulo. Soy también casi insensible –ya, para estas alturas– a la ínfima capacitación literaria de los redactores, a los que cuesta Dios y ayuda construir frases con un mínimo de lógica, y a la torpeza y desidia de los locutores, que jamás vuelven sobre sus errores, aunque con ellos hayan convertido en ininteligible su relato o, todavía peor, hayan adulterado su teórico sentido. Lo que últimamente me saca más de quicio es la cascada de declaraciones tremendistas que incluyen en tropel y con obvia dele















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