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Fresco de rosa Jamaica

 Fresco de rosa Jamaica

 

En otros tiempos las guayabas las hubiera comprado en la aldea a diez len[1] cada una, guayabonas galanas del tama帽o de su mano, pero en cambio esas guayabas churucas[2] dan m谩s l谩stima que gusto, car铆simas como todo, hoy en d铆a hasta el aire que se respira sale caro, reflexiona To帽a, viendo c贸mo ajusta su salario estirando los centavos.  

 

Tiene ganas de fresco de rosa de Jamaica, las bolsas de dos libras siempre las encuentra en los estantes de abajo en donde est谩n los ejotes y las remolachas. Aunque siempre va directo al mandado, hoy To帽a tiene ganas de caminar en los corredores del supermercado y desahuciarse con las frutas incoloras y sin sabor que le recuerdan que todo es pasajero en esta vida, menos los pesticidas que llegaron para quedarse.  Pero bueno, se consuela, en otros tiempos ella ten铆a sus dientes sanos, hoy tiene una placa que adem谩s le queda grande.

 

Al pasar frente a las remolachas agarra tres para ponerlas a cocer y despu茅s com茅rselas rodajeadas, con lim贸n y sal. En esas anda cuando se le atraviesa la estanter铆a donde est谩n los apios, el culantro, las zanahorias, el berro y las lechugas. 
Lechugas de todo tipo que lleva a帽os comprando para sus ensaladas, hasta esa vez que le dijeron que hirviera lechuga y se tomara el agua antes de acostarse y que eso le ayudar铆a con el insomnio, pero puros cuentos, o ella es dura como la piedra o el t茅 estaba muy ralo. Lo que s铆 le sirvi贸 fue hervir la c谩scara de un banano, la mand贸 a dormir doce horas, lo que nunca hab铆a dormido en su vida. 

 

Su nariz se impregna del olor a tierra reci茅n mojada, sus pies comienzan a hundirse entre la tierra suelta. Le cuesta respirar, necesita aire, respira a bocanadas. 
Se tambalea y apenas[3] logra agarrarse de la orilla de la estanter铆a. Se marea, ¿qu茅 le sucede?, ¿qu茅 es esa sensaci贸n?, ¿acaso le dar谩 un ataque al coraz贸n? No, no ah铆, lejos, donde nadie la conoce, sin tener qui茅n env铆e su cuerpo de regreso a su aldea. 

 

Sus pies siguen hundi茅ndose en la tierra mojada, hasta que no puede m谩s y cae sentada en medio de unos surcos de lechugas.  Sus manos se han encogido, su piel es m谩s oscura, toca su pecho y tiene puesto un huipil, ¿en d贸nde est谩n sus zapatos?, su cabello es negro y largo y carga en la cabeza el canasto con el almuerzo para su pap谩 y sus hermanos que est谩n trabajando, limpiando la maleza. Es ni帽a y est谩 en su natal Zunil, en su amado Quetzaltenango. ¡Y tiene dientes!

 

Baja el canasto y corta las hojas m谩s sazonas de las lechugas, las limpia con su delantal y saca del canasto un lim贸n   partido por la mitad, la bolsa con sal y comienza a degustar su pu帽ado de hojas. Mientras su padre y sus hermanos almuerzan ella camina entre los surcos, con los pies llenos de lodo, ayuda a limpiar la maleza y aprovecha a seguir cortando hojas. La niebla embellece los campos de cultivo y hasta donde no dan m谩s sus ojos est谩 lleno de siembras, las hortalizas son todo su horizonte. Los cerros abrigan su infancia. 

 

Lechugas enormes, como balones de f煤tbol, galanas, frescas, ha recuperado el ritmo de su respiraci贸n, toma una y se va, sale del supermercado antes de que le de otro soponcio[4].  Mientras hierve la rosa de Jamaica, To帽a parte los pepinos, las cebollas, los tomates y deshoja la lechuga. Limpia la mesa, a la que le tiene un mantel que le envi贸 su t铆a, tiene en su mesa el mantel favorito de su t铆a, lo que para ella es un lujo, su herencia m谩s preciada y lo cuida como a la ni帽a de sus ojos. Antes de comer da las gracias por haber tenido la oportunidad de ahorrar para comprarse su placa para poder masticar bien. 

 

Mientras disfruta su ensalada, observa por la ventana a los mishitos deslizarse por los aires, es junio y el canto de las chicharras comienza a armonizar con el atardecer. 

 

                                                         


[1] Un len: un centavo.

[2] Churuco: enjuto.

[3] Apenas: dif铆cilmente. 

[4] Soponcio: desmayo, congoja. 



Ilka Oliva-Corado





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