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Frijol camagua

Por Ilka Oliva-Corado

Clemencia compr贸 frijol camagua, iba por chiles dulces y cebollas, pero el frijol le sali贸 al paso desde el canasto de n铆a Mar铆a. Primero se par贸 de cabeza, salt贸, levant贸 las manos y bail贸, pero Clemencia estaba entretenida buscando los chiles m谩s galanes. El camagua no se dio por vencido y utiliz贸 su 煤ltima herramienta, se lanz贸 de panzazo sobre los manojos de siente montes, sab铆a que era la 煤nica forma de captar la atenci贸n de la despistada. 


Con cinco chiles en la bolsa, Clemencia busc贸 las cebollas, pero como un montarral espeso de finales de invierno, aparecieron frente a ella los siete montes. Sinti贸 el aroma de su infancia llegado desde las monta帽as de la Sierra de las Minas. Se le eriz贸 la piel y se le dejaron caer en manada el pu帽o de recuerdos cuando vend铆an queso fresco, crema, reques贸n y suero en la casa de sus padres en Teculut谩n, Zacapa. 

Los a帽os en los que si llov铆a su madre les gritaba desde donde estuviera, que fueran a tapar los espejos con una toalla y que le desconectaran el televisor, rituales que Clemencia no sigue y que no les ense帽贸 a sus hijos. De hecho, sus hijos no saben qu茅 es el reques贸n y mucho menos el suero de vaca, si ella les contara que su madre pon铆a una herradura de caballo atr谩s de la puerta con una trenza de ajos, no le creer铆an le dir铆an que de d贸nde sac贸 esa historia. Mucho menos les dir铆a que regaba la entrada de la casa con agua de siete montes o que el manojo lo dejaba en un jarr贸n abajo del mostrador. 

¿Le creer铆an si les contara que creci贸 barriendo el patio con escoba de escobillo? Primero le preguntar铆an qu茅 es escobillo. No, sus hijos no la imaginar铆an as铆, regando el patio con palangana o lavando la ropa a mano y tendiendo la ropa en un lazo. Mucho menos le creer铆an que tambi茅n orde帽aba las vacas que compr贸 su abuelo materno para que su madre comenzara con un negocio y no estuviera a la espera de que Silverio, su esposo, le diera dinero. 

Pero es que, si les contara que sus pies se le llenaban de niguas, le dir铆an que qu茅 le pas贸, que, si se siente bien o est谩 delirando, que qu茅 es todo eso de lo que est谩 hablando. No le creer铆an que creci贸 comiendo tortillas, mismas que est谩n proh铆bas en su casa, como la papa, los elotes, los pl谩tanos y todo lo que dice su entrenadora personal y la nutri贸loga de la familia que no se debe comer. 

Es su culpa, Clemencia se lleva la mano al pecho, a los lejos escucha la voz de n铆a Mar铆a que le pregunta qu茅 va a llevar, pero no distingue, no capta qu茅 le dice, la ve mover los labios, pero no entiende lo que le est谩 diciendo.  Es su culpa, se dice a ella misma, es su culpa por no ense帽arles de d贸nde viene, cu谩les son sus ra铆ces, por eso son unos adolescentes arrogantes, que creen que porque tienen dinero y cinco empleados en su casa al servicio de todos sus caprichos les pertenecen como si fueran sus zapatos. 

Es su culpa no haberlos acercado a su familia, a sus ra铆ces, en cambio s铆 con la familia de su esposo, adinerada, con buenos modales, que viajan alrededor del mundo cuando se les da la gana y viven de vacaciones en vacaciones. ¿Por qu茅 renunci贸 a su identidad? Un golpe de realidad le cae como balde de agua fr铆a, por qu茅 escondi贸 a su familia y nunca los visit贸 si nunca le hicieron da帽o, al contrario, sus padres se desvivieron por ella y sus cinco hermanos. ¿Por qu茅 sus hijos no conocen a sus t铆os ni a sus abuelos? 

¿Por qu茅 se invent贸 un t铆tulo universitario que no tiene? ¿Para no avergonzarlos en ser la 煤nica en la familia sin t铆tulo de la universidad?  Qu茅 est煤pida, se dice y se da un golpe en la cabeza con la mano. N铆a Mar铆a le sigue preguntando que qu茅 va a llevar, ve a Clemencia m谩s despistada de lo de siempre, ¿con qui茅n estar谩 hablando ahora? 

Clemencia va al mercado todos los jueves, la lleva uno de los dos pilotos, aunque las empleadas encargadas de la casa son las que hacen las compras en el supermercado, Clemencia tiene el mismo ritual de los jueves desde hace quince a帽os. Necesita sentir las verduras y las hierbas frescas, sabe que jam谩s se comparar谩n con las del supermercado por mucho dinero que pague al comprarlas.  

N铆a Mar铆a le sube la voz, qu茅 te pasa Clemencia, le pregunta y la hace volver en s铆. N铆a Mar铆a, c贸mo est谩, deme por favor un manojo de cebolla, quisiera llevarme los siete montes, pero no tengo en d贸nde ponerlos y reg谩leme por favor cinco libras de frijol camagua. Los frijoles se dan la mano y comienzan a saltar juntos, por fin la Clemen se los llevar谩, les encanta ver desde las ventanas de la cocina el patio lleno de grama verde, la piscina y el jacuzzi, aunque despu茅s terminen envueltos en masa y tuza.  Clemencia ha visto el frijol camagua durante a帽os, siempre a mediados del invierno y cuando es el tiempo del atol de elote, los elotes asados con lim贸n y sal, del chipil铆n con arroz y crema y de los tamalitos de frijol camagua. Compra una rapadura  canche y un ayote saz贸n.

De cuando en cuando a Clemencia le dan estos golpes de realidad, la llama la tierra donde naci贸, siente en la boca del est贸mago un halo helado cuando tiene nostalgia, pero nunca se ha atrevido a regresar, solamente les env铆a dinero a sus padres mensualmente. Es mucho lo que tiene qu茅 perder, una vez al mes n铆a Mar铆a le lleva tortillas, Clemencia se las come a escondidas en su habitaci贸n, con queso fresco que compra en el mercado. Despu茅s las vomita, ser铆a incapaz de subir de peso y que sus amigas la juzguen y peor a煤n su familia pol铆tica. El frijol camagua se lo lleva de regalo a las empleadas para que hagan sus tamales, lo mismo con el ayote y la rapadura y vean que mala empleadora no es. 

Se despide de n铆a Mar铆a, se sube al autom贸vil donde la espera el piloto y se va, en el camino se prepara para entrar de nuevo en su personaje, deja ser Clemencia y se convierte en Valentina, en fingir se ha convertido en una experta, total, todo lo que tiene alrededor es falsedad. Se lleva las manos a la cara imagin谩ndose que, si en su pueblo supieran que se ha puesto de nombre Valentina para encajar en sociedad, inmediatamente le llamar铆an tina, ba帽era, chorro de agua, charco, ojo agua donde toman agua las vacas, hasta el frijol camagua y los siete montes se reir铆an de ella, sabe que en el oriente no perdonan. 

Ilka Oliva-Corado


Estados Unidos.









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