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Licuado de frutas

Ilka Oliva-Corado

Tanita siempre anhel贸 un licuado de frutas, un sue帽o inalcanzable en su infancia. Las licuadoras eran voladas de las que hablaban en los anuncios de radio cuando sintonizaban a Porfirio Cadena “El ojo de vidrio”. Qu茅 emoci贸n, recuerda Tanita, cuando llov铆a en la radio, escuchar los truenos que sacud铆an la l谩mina de la casa, el sonido de las manitas de los caballos caminando sobre el adoqu铆n: taca, taca, taca, ta…  

Se imaginaba que todo aquello acontec铆a entre los montes y se le perd铆a la mente entre los caminos reales, los palos de guayabos rojos y los zacatales. Se preguntaba si en las casas de ese lugar tambi茅n se alumbraban con candil como en la suya, o si las ni帽as tambi茅n ten铆an que acarrear agua de la quebrada como le tocaba a ella. Si ten铆an un radio Philips de bater铆a como el que ten铆a su abuelo, si tambi茅n remendaban la ropa y si hac铆an mamasos  con sal cuando torteaban. Si los hombres dorm铆an en una cama y las mujeres en otra, como en su casa y en las casas de las vecinas de su aldea. 

Si ten铆an hamacas colgadas de las vigas en el corredor y si en sus pueblos tambi茅n ten铆an nacimientos de agua. Si fiaban la sal, el aceite y la panela y lo pagaban con cargas de le帽a, manojos de ocote y flores de izote en la temporada, como en su pueblo. Si en el pueblo de Porfirio Cadena tambi茅n las ni帽as anhelaban ir a estudiar y si las mujeres pod铆an decidir no tener hijos, si en alg煤n lugar del mundo las mujeres pod铆an decidir no tener hijos. Si se lavaban los dientes con sal y ceniza y si hac铆an jab贸n de aceituno. 

A la hora del almuerzo su papa sintonizaba Mosaico en madera, el programa radial que le permiti贸 conocer la hermosa melod铆a de la marimba. Un sollozo silencioso humedec铆a sus ojos cuando las notas se deslizaban lentamente como bejucos entre las ramas de los matasanos y el palo de jocote corona, observando desde las alturas el chiquero de los coches donde ella les desgranaba mazorcas para alimentarlos. Sent铆a una especie de vah铆do, un suspiro que se le quedaba ahogado en la garganta, algo tan profundo y armonioso como el canto de las chicharras acariciando su alma al medio d铆a o como la oscuridad de la noche siendo cortejada por la luz de las luci茅rnagas.

¿Qu茅 ser谩 la marimba, a qu茅 le llaman Tierra fr铆a, el Altiplano guatemalteco?, todo lo que ella conoc铆a estaba ah铆, lo m谩s lejos que hab铆a llegado su vista era a Ahuachap谩n, El Salvador, cuando se sub铆a a la piedrona del patio y all谩 a los lejos asomaba entre la arboleda un pu帽ado de techos de teja. Su mar era el r铆o Paz. Y un camino angosto y serpentino, acolchonado de c谩scaras de 谩rboles de encino rojo, conacaste y chaparrones era la frontera entre Guatemala y El Salvador. 

Siempre tuvo preguntas que se le anudaban en la garganta y que jam谩s se atrevi贸 a verbalizar: por qu茅 las ni帽as no van a la escuela y los ni帽os s铆, por qu茅 los hombres de la casa no lavan los trastos, por qu茅 solo los hombres tienen permitido hacer los chicharrones, por qu茅 las mujeres tienen prohibido subirse a los 谩rboles. Qu茅 es arge帽ar, por qu茅 dicen los adultos que cuando alguien est谩 muy feliz y sonr铆e es porque algo malo pasar谩 despu茅s, que mejor no est茅 tan feliz y que evite la desgracia.  Por qu茅 es prohibido estar feliz si la desgracia en realidad es tener amebas en la panza y estar cundida de piojos. Por qu茅 los ni帽os se comen los mocos. Y la pregunta fundamental de su vida, ¿por qu茅 los zompopos de mayo dan tanta felicidad?

El d铆a que emigr贸 a la capital siendo adolescente, Tanita al recibir su primer sueldo como empleada dom茅stica fue al mercado la Terminal y con una sed de toda una vida compr贸 un licuado de frutas, lo sinti贸 tan ins铆pido que fue como tomar atol shuco hecho de m谩iz blanco.  

Y sorprendida por la pu帽alada en la espalda que le dio el progreso de la capital, vino a acordar que el gran avance del que hablaban: el cemento y la urbanizaci贸n, no alcanzaba para que las hijas de las empleadas dom茅sticas tambi茅n fueran a la escuela. 

Sangrando por la herida, en el famoso puebl贸n conoci贸 a las hermanas de muchos m煤sicos que tocaban marimba, cuando el domingo se juntaban en Guatemala Musical, ni帽as y adolescente que al igual que ella fueron destinadas al trabajo dom茅stico mientras que los hombres de la casa eran los artistas respetados. 

Entonces supo que la licuadora no era un lujo, que el jugo de frutas no era inalcanzable y que la imaginaci贸n era m谩s dulce, acogedora y humana que la realidad, entonces hizo su propia revoluci贸n: comenz贸 a aprender a escribir el abecedario.



Ilka Oliva-Corado

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