Ilka Oliva-Corado
Despierta como todos los d铆as a las tres de la madrugada, se pega un estir贸n en la cama de metal que tiene una pata coja y dan un salto, cae parada en el piso de tierra. Destranca la puerta hecha con pedazos de tablas y sale al patio a cepillarse los dientes y a lavarse la cara con el agua fr铆a que recibi贸 el sereno de la noche. Corta un lim贸n en dos, le deja caer un poco de bicarbonato y se lo pasa en los sobacos.
Se amarra el pelo en una cola, termina de ponerse los zapatos y jalar un su茅ter. Comienza a caminar por el bulevar principal de Los Cerezos, periferia en donde vive y sale en el primer bus que va hacia el mercado Las Golondrinas que queda en la capital. Los pilotos ya la conocen, la ven hacer el mismo recorrido todos los lunes, Julia de ocho a帽os va a comprar la fruta para hacer los helados que vende en el mercado.
A las cinco de la ma帽ana en punto estaciona el bus en la parada, le dice al piloto que no se vaya a ir sin ella. Julia tiene cuarenta y cinco minutos para comprar la fruta y salir despepitada [1] a tomar el bus que, si se va sin ella, le toca esperar el que llega a las ocho y si esto sucede echa a perder el d铆a de venta, porque no llegar铆a a tiempo para vender los helados y ser铆a un gran desbalance en la econom铆a semanal de la familia.
Ve tanta fruta fresca que la quiere comprar toda: naranjas, toronjas, pomelas, zunzas y los costales de limones color de las plumas de la bandada de pericos que pasan volando todas las tardes, camino hacia las monta帽as verde botella que admira desde el patio de su casa. Se imagina una su limonada al medio d铆a cuando va a las carreras a estudiar. Pasa por la cebollera y con ganas compraba un manojo de un ciento de las galanas, le encanta la cebolla roja, las come con su pap谩 crudas cuando hacen huevos fritos y los acompa帽an con frijoles parados[2].
El olor de los canastos llenos de nances la atolondra[3], lo que dar铆a por comerse un pu帽ado. A un costado est谩 la venta de mora, compra dos libras. Sigue caminando, sintiendo vibrar en su coraz贸n el alma de Las Golondrinas. Avanza a paso ligero, pero sin dejar de observar absolutamente todo lo que logran acaparar sus sentidos, los costales llenos de especias y los granos de ma铆z de colores variados lo mismo que el frijol. Los manojos de tuzas cuelgan de las vigas que sostienen el techo de nailon en los locales de venta de granos, al igual que las candelas de todos colores, los rollos de puros, las trenzas de ajo, la canela como la forma de las astillas que da a un quetzal el costal la se帽ora que vende le帽a de encino al final de la cuadra en donde vive. Quiere comprarlo todo, especialmente las carambolas para hacer fresco para el almuerzo.
Cuando pasa por la tomatera se impresiona de la variedad de tomates, pero siempre apuesta por el tomate mandarina porque le gusta su acidez, aunque no tiene dinero para comprar, si tuviera comprar铆a una libra para hacer chirmol para comerlo con las tortillas reci茅n salidas del comal que echa la se帽ora que vende tortillas galanas en la cuadra vecina. Cada lunes el viaje de Julia est谩 lleno de colores, aromas, voces, sonidos y formas que solo tiene el mercado, un mundo en s铆 mismo. Un mundo que se le va quedando impregnado en la imaginaci贸n y la memoria. Un mundo que poco a poco va formando su identidad y su sentido de pertenencia. Un mercado que se convierte en la ra铆z que la sostiene.
Arrecia el paso porque el tiempo se le est谩 yendo, vive enamorada de las panelas canches, un pedazo de panela con tortilla caliente es su almuerzo cuando regresa de vender helados y se alista en quince minutos para irse a estudiar en la tarde. Pero en esta ocasi贸n no tiene dinero para comprar panela como sucede con regularidad, cosa que no evita que la se帽ora que la vende le regale siempre un pedazo para saborear. Justo enfrente est谩 la venta de cocos y Julia una vez m谩s suspira al ver aquellos racimos aperchados como las rajas de ocote en manojo que venden a la par.
Pide dos cocos sazones, pero le encantar铆a comprar un agua de coco en bolsa y un tamal de frijol de los que venden tostados con el calor de las brasas al final del corredor. Lo que dar铆a Julia por tener dinero para comprar un su vaso de atol de arroz en leche, con el hambre que carga se pedir铆a dos. Por 煤ltimo, compra una bolsa de palillo para helados en donde venden el ocote y se va despepitada a comprar las dos libras de man铆a. La siguiente semana le tocar谩 comprar la caja de banano verde para los chocobananos, despu茅s ir a la sandillera a comprar las pi帽as para los chocopi帽as.
Siempre que pasa por el sector donde venden flores suspira y se maravilla con tanta hermosura y frescura. Saca unas cuantas monedas de la bolsa de su pantal贸n y les pregunta a las vendedoras que cu谩nto puede comprar con lo que tiene, m谩s de alguna agarra un manojo de claveles, lo desamarra y le hace otro m谩s peque帽o que le vende. Quisiera comprar media docena de pl谩tanos para hacerlos cocidos y comerlos con leche, pero la leche es un lujo que no se puede dar, tampoco los pl谩tanos.
Son las cinco con cuarenta y cinco minutos y el aroma de los claveles la envuelve, la cobija y la arrulla mientras duerme de regreso en el bus para su casa. La enso帽aci贸n le durar谩 una semana, hasta el pr贸ximo lunes que regrese a recorrer a las carreras las venas del mercad贸n.
[1] Despepitada: Ir a toda prisa.
[2] Frijoles parados: Frijoles cocidos.
[3] Atolondrar: Aturdir, atontar, alocar.
Ilka Oliva-Corado.
03 de agosto de 2025.
Estados Unidos.
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Despierta como todos los d铆as a las tres de la madrugada, se pega un estir贸n en la cama de metal que tiene una pata coja y dan un salto, cae parada en el piso de tierra. Destranca la puerta hecha con pedazos de tablas y sale al patio a cepillarse los dientes y a lavarse la cara con el agua fr铆a que recibi贸 el sereno de la noche. Corta un lim贸n en dos, le deja caer un poco de bicarbonato y se lo pasa en los sobacos.
Se amarra el pelo en una cola, termina de ponerse los zapatos y jalar un su茅ter. Comienza a caminar por el bulevar principal de Los Cerezos, periferia en donde vive y sale en el primer bus que va hacia el mercado Las Golondrinas que queda en la capital. Los pilotos ya la conocen, la ven hacer el mismo recorrido todos los lunes, Julia de ocho a帽os va a comprar la fruta para hacer los helados que vende en el mercado.
A las cinco de la ma帽ana en punto estaciona el bus en la parada, le dice al piloto que no se vaya a ir sin ella. Julia tiene cuarenta y cinco minutos para comprar la fruta y salir despepitada [1] a tomar el bus que, si se va sin ella, le toca esperar el que llega a las ocho y si esto sucede echa a perder el d铆a de venta, porque no llegar铆a a tiempo para vender los helados y ser铆a un gran desbalance en la econom铆a semanal de la familia.
Ve tanta fruta fresca que la quiere comprar toda: naranjas, toronjas, pomelas, zunzas y los costales de limones color de las plumas de la bandada de pericos que pasan volando todas las tardes, camino hacia las monta帽as verde botella que admira desde el patio de su casa. Se imagina una su limonada al medio d铆a cuando va a las carreras a estudiar. Pasa por la cebollera y con ganas compraba un manojo de un ciento de las galanas, le encanta la cebolla roja, las come con su pap谩 crudas cuando hacen huevos fritos y los acompa帽an con frijoles parados[2].
El olor de los canastos llenos de nances la atolondra[3], lo que dar铆a por comerse un pu帽ado. A un costado est谩 la venta de mora, compra dos libras. Sigue caminando, sintiendo vibrar en su coraz贸n el alma de Las Golondrinas. Avanza a paso ligero, pero sin dejar de observar absolutamente todo lo que logran acaparar sus sentidos, los costales llenos de especias y los granos de ma铆z de colores variados lo mismo que el frijol. Los manojos de tuzas cuelgan de las vigas que sostienen el techo de nailon en los locales de venta de granos, al igual que las candelas de todos colores, los rollos de puros, las trenzas de ajo, la canela como la forma de las astillas que da a un quetzal el costal la se帽ora que vende le帽a de encino al final de la cuadra en donde vive. Quiere comprarlo todo, especialmente las carambolas para hacer fresco para el almuerzo.
Cuando pasa por la tomatera se impresiona de la variedad de tomates, pero siempre apuesta por el tomate mandarina porque le gusta su acidez, aunque no tiene dinero para comprar, si tuviera comprar铆a una libra para hacer chirmol para comerlo con las tortillas reci茅n salidas del comal que echa la se帽ora que vende tortillas galanas en la cuadra vecina. Cada lunes el viaje de Julia est谩 lleno de colores, aromas, voces, sonidos y formas que solo tiene el mercado, un mundo en s铆 mismo. Un mundo que se le va quedando impregnado en la imaginaci贸n y la memoria. Un mundo que poco a poco va formando su identidad y su sentido de pertenencia. Un mercado que se convierte en la ra铆z que la sostiene.
Arrecia el paso porque el tiempo se le est谩 yendo, vive enamorada de las panelas canches, un pedazo de panela con tortilla caliente es su almuerzo cuando regresa de vender helados y se alista en quince minutos para irse a estudiar en la tarde. Pero en esta ocasi贸n no tiene dinero para comprar panela como sucede con regularidad, cosa que no evita que la se帽ora que la vende le regale siempre un pedazo para saborear. Justo enfrente est谩 la venta de cocos y Julia una vez m谩s suspira al ver aquellos racimos aperchados como las rajas de ocote en manojo que venden a la par.
Pide dos cocos sazones, pero le encantar铆a comprar un agua de coco en bolsa y un tamal de frijol de los que venden tostados con el calor de las brasas al final del corredor. Lo que dar铆a Julia por tener dinero para comprar un su vaso de atol de arroz en leche, con el hambre que carga se pedir铆a dos. Por 煤ltimo, compra una bolsa de palillo para helados en donde venden el ocote y se va despepitada a comprar las dos libras de man铆a. La siguiente semana le tocar谩 comprar la caja de banano verde para los chocobananos, despu茅s ir a la sandillera a comprar las pi帽as para los chocopi帽as.
Siempre que pasa por el sector donde venden flores suspira y se maravilla con tanta hermosura y frescura. Saca unas cuantas monedas de la bolsa de su pantal贸n y les pregunta a las vendedoras que cu谩nto puede comprar con lo que tiene, m谩s de alguna agarra un manojo de claveles, lo desamarra y le hace otro m谩s peque帽o que le vende. Quisiera comprar media docena de pl谩tanos para hacerlos cocidos y comerlos con leche, pero la leche es un lujo que no se puede dar, tampoco los pl谩tanos.
Son las cinco con cuarenta y cinco minutos y el aroma de los claveles la envuelve, la cobija y la arrulla mientras duerme de regreso en el bus para su casa. La enso帽aci贸n le durar谩 una semana, hasta el pr贸ximo lunes que regrese a recorrer a las carreras las venas del mercad贸n.
[1] Despepitada: Ir a toda prisa.
[2] Frijoles parados: Frijoles cocidos.
[3] Atolondrar: Aturdir, atontar, alocar.
Ilka Oliva-Corado.
03 de agosto de 2025.
Estados Unidos.
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