OPINI脫N de Rafael Fernando Navarro.-
Era 煤ltimamente Benedicto XVI, pero ven铆a de ser Pepe. Santidad. Eminencia. Excelencia. Padre. Por todos esos nombres pas贸 el cura, el obispo, el cardenal, el papa. Seguro que en el barrio primitivo de su infancia, mientras pateaba una pelota de trapo, la chavaler铆a le llamaba Pepe o Jos茅 porque los alemanes son muy serios y les cuadra m谩s la seriedad del Jos茅 que la banalidad del Pepe.
Benedicto XVI est谩 de regreso. Ochenta y tantos, setenta y tantos, sesenta y tantos. Ir谩 perdiendo la memoria de s铆 mismo. Papa-Rey. Jefe de Estado. Sumo Pont铆fice. Vicario nada menos que de Dios. Infalible porque alguien le entreg贸 el monopolio de la verdad absoluta. Capaz de expulsar a te贸logos de la liberaci贸n, de quemar preservativos que resguardan del sida, de fulminar los avances cient铆ficos, destruyendo en nombre del evangelio las c茅lulas madre, condenando el amor sin arras, la universalidad del coraz贸n enamorado con derecho a amar por el hecho de amar, Reyes a sus pies-zapatos-rojos. V茅rtebras dobladas para besar el anillo del Pescador. Armas rendidas a su paso de revista a las tropas. Banderas humilladas ante su presencia. Ahora vuelve sobre s铆 mismo.
Confieso que no he le铆do ninguna biograf铆a suya. Recurro a la imaginaci贸n. Al fin y al cabo todos tenemos casi el mismo comienzo. Nos diferencia la cuna. Nu帽os que nacen en el barro y se mueren de puro pobres al poco tiempo. Ni帽os de incubadora, de deficiencia, de colores rosados y pulmones abiertos como almendros de primavera. Ni帽os de alta cuna o de s谩banas limpias, de enfermeras azules o palangana de matrona de aldea. Pero cualquiera conoce la nomenclatura por la que ha ido pasando este hombre vestido de blanco.
Fue en el principio Jos茅 o Pepe. Por parte de padre, de abuelo, de t铆o materno, por parte de no s茅 qui茅n. La ordenaci贸n sacerdotal le convirti贸 en Don Jos茅. Desempe帽贸 no s茅 cu谩ntos cargos menores. Y un d铆a el episcopado. Lo subieron a la excelencia. Excelent铆simo se帽or. Eminencia m谩s tarde. Eminent铆simo Jos茅, cardenal Ratzinger. Pr铆ncipe. Porque en la Jerarqu铆a de la iglesia de Jes煤s, el hijo de un obrero y de una muchacha de pueblo, se ha instaurado una pir谩mide dicen que indestructible. Con la triple corona del rey que fue. Con los pr铆ncipes que dicen son. Constantino al fondo, convirtiendo la cruz en espada, fusionando la pasi贸n del g贸lgota con armas mort铆feras contra herejes, erigiendo la verdad aprovechada de intereses en aniquilaci贸n de la libertad, construyendo un imperio paralelo al imperio de los Carlos, los Felipes, los Luises. Se arrincon贸 al predicador, se despreci贸 a Pedro el pescador y se levantaron catedrales, monasterios, vaticanos como centros de poder. Ech贸 m煤sculo el poder divino y someti贸 a lo que llamaron el brazo secular.
Desde el v茅rtice de la riqueza, del poder, de la soberbia que conlleva es dif铆cil mirarle a los ojos a la miseria del mundo, arremangarse en la chabola, compartir hambre y sed. La Iglesia de los pobres no tiene nada que ver con los pobres de la Iglesia. La libertad no se puede encorsetar con el derecho can贸nico. La teolog铆a no tiene por qu茅 anclarse en Tom谩s de Aquino o Su谩rez. No se pueden enjaular las alas.
Un d铆a el don, el excelent铆simo, el eminent铆simo empez贸 a llamarse santidad. Se transform贸 hasta su nombre. Jos茅 se metamorfose贸 en Benedicto y se apellid贸 con n煤meros romanos. Quedaban lejos el mundo real, el hambre, las guerras, la miseria, las dictaduras, la opresi贸n. Alguien le habl贸 de inversiones de dinero en armamento, en preservativos, en laboratorios de anticonceptivos. Hab铆a que invertir para ayudar a las misiones. El fin justificaba los medios. Era necesario condenar a los que exig铆an el regreso de Jes煤s, a los que quer铆an pensar, a los que urg铆an a que los pobres fueran los preferidos, a los que suplicaban que la mujer fuera amada como misterio infinito, a los que pensaban que el amor era amor de piel y muslo enamorado. Pero Jos茅 era Benedicto y fue condenando y expulsando de las fronteras de la Iglesia y tachando de anticristiano todo lo que no conven铆a a los poderosos de la tierra.
Tal vez est茅 haciendo un camino de regreso. De santidad a eminent铆simo, a excelent铆simo, a don, a simplemente Jos茅, a limpiamente Pepe. A lo mejor regresa a ser 茅l mismo, el pepe-jos茅 de ayer, al que nunca debi贸 renunciar y menos por los intereses de un dios ajeno al quehacer de la historia.
Hac铆a tiempo que te echaba de menos. Me he acordado muchas veces de ti. Me alegro de verte, PEPE.
Era 煤ltimamente Benedicto XVI, pero ven铆a de ser Pepe. Santidad. Eminencia. Excelencia. Padre. Por todos esos nombres pas贸 el cura, el obispo, el cardenal, el papa. Seguro que en el barrio primitivo de su infancia, mientras pateaba una pelota de trapo, la chavaler铆a le llamaba Pepe o Jos茅 porque los alemanes son muy serios y les cuadra m谩s la seriedad del Jos茅 que la banalidad del Pepe.
Benedicto XVI est谩 de regreso. Ochenta y tantos, setenta y tantos, sesenta y tantos. Ir谩 perdiendo la memoria de s铆 mismo. Papa-Rey. Jefe de Estado. Sumo Pont铆fice. Vicario nada menos que de Dios. Infalible porque alguien le entreg贸 el monopolio de la verdad absoluta. Capaz de expulsar a te贸logos de la liberaci贸n, de quemar preservativos que resguardan del sida, de fulminar los avances cient铆ficos, destruyendo en nombre del evangelio las c茅lulas madre, condenando el amor sin arras, la universalidad del coraz贸n enamorado con derecho a amar por el hecho de amar, Reyes a sus pies-zapatos-rojos. V茅rtebras dobladas para besar el anillo del Pescador. Armas rendidas a su paso de revista a las tropas. Banderas humilladas ante su presencia. Ahora vuelve sobre s铆 mismo.
Confieso que no he le铆do ninguna biograf铆a suya. Recurro a la imaginaci贸n. Al fin y al cabo todos tenemos casi el mismo comienzo. Nos diferencia la cuna. Nu帽os que nacen en el barro y se mueren de puro pobres al poco tiempo. Ni帽os de incubadora, de deficiencia, de colores rosados y pulmones abiertos como almendros de primavera. Ni帽os de alta cuna o de s谩banas limpias, de enfermeras azules o palangana de matrona de aldea. Pero cualquiera conoce la nomenclatura por la que ha ido pasando este hombre vestido de blanco.
Fue en el principio Jos茅 o Pepe. Por parte de padre, de abuelo, de t铆o materno, por parte de no s茅 qui茅n. La ordenaci贸n sacerdotal le convirti贸 en Don Jos茅. Desempe帽贸 no s茅 cu谩ntos cargos menores. Y un d铆a el episcopado. Lo subieron a la excelencia. Excelent铆simo se帽or. Eminencia m谩s tarde. Eminent铆simo Jos茅, cardenal Ratzinger. Pr铆ncipe. Porque en la Jerarqu铆a de la iglesia de Jes煤s, el hijo de un obrero y de una muchacha de pueblo, se ha instaurado una pir谩mide dicen que indestructible. Con la triple corona del rey que fue. Con los pr铆ncipes que dicen son. Constantino al fondo, convirtiendo la cruz en espada, fusionando la pasi贸n del g贸lgota con armas mort铆feras contra herejes, erigiendo la verdad aprovechada de intereses en aniquilaci贸n de la libertad, construyendo un imperio paralelo al imperio de los Carlos, los Felipes, los Luises. Se arrincon贸 al predicador, se despreci贸 a Pedro el pescador y se levantaron catedrales, monasterios, vaticanos como centros de poder. Ech贸 m煤sculo el poder divino y someti贸 a lo que llamaron el brazo secular.
Desde el v茅rtice de la riqueza, del poder, de la soberbia que conlleva es dif铆cil mirarle a los ojos a la miseria del mundo, arremangarse en la chabola, compartir hambre y sed. La Iglesia de los pobres no tiene nada que ver con los pobres de la Iglesia. La libertad no se puede encorsetar con el derecho can贸nico. La teolog铆a no tiene por qu茅 anclarse en Tom谩s de Aquino o Su谩rez. No se pueden enjaular las alas.
Un d铆a el don, el excelent铆simo, el eminent铆simo empez贸 a llamarse santidad. Se transform贸 hasta su nombre. Jos茅 se metamorfose贸 en Benedicto y se apellid贸 con n煤meros romanos. Quedaban lejos el mundo real, el hambre, las guerras, la miseria, las dictaduras, la opresi贸n. Alguien le habl贸 de inversiones de dinero en armamento, en preservativos, en laboratorios de anticonceptivos. Hab铆a que invertir para ayudar a las misiones. El fin justificaba los medios. Era necesario condenar a los que exig铆an el regreso de Jes煤s, a los que quer铆an pensar, a los que urg铆an a que los pobres fueran los preferidos, a los que suplicaban que la mujer fuera amada como misterio infinito, a los que pensaban que el amor era amor de piel y muslo enamorado. Pero Jos茅 era Benedicto y fue condenando y expulsando de las fronteras de la Iglesia y tachando de anticristiano todo lo que no conven铆a a los poderosos de la tierra.
Tal vez est茅 haciendo un camino de regreso. De santidad a eminent铆simo, a excelent铆simo, a don, a simplemente Jos茅, a limpiamente Pepe. A lo mejor regresa a ser 茅l mismo, el pepe-jos茅 de ayer, al que nunca debi贸 renunciar y menos por los intereses de un dios ajeno al quehacer de la historia.
Hac铆a tiempo que te echaba de menos. Me he acordado muchas veces de ti. Me alegro de verte, PEPE.