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Ensayo sobre la tristeza: derechos humanos y trata de personas en Bolivia

OPINIÓN de Franco Gamboa Rocabado.-   

Desaparecidos, secuestrados, explotados o simplemente humillados. Este parece ser el destino de miles de niños, niñas, adolescentes y mujeres jóvenes cuando han caído en las redes de tratantes y traficantes de personas. La esclavitud del siglo XXI tiene una expresión clara: la crisis estatal y la imposibilidad institucional para enfrentar este problema dentro de las actuales democracias. Si bien la defensa de los derechos humanos al interior de un sistema democrático representa un hecho elemental, hoy día esto puede parecer ilusorio al haberse desarrollado una serie de amenazas que destruyen casi por completo la seguridad de los ciudadanos. En algunos casos, se atenta contra la integridad física de cualquier individuo debido a la creciente ola de criminalidad en todo el país y, en otras situaciones, sencillamente la administración de la justicia se muestra incapaz en el momento de hacer respetar las leyes. Éste es uno de los factores más preocupantes al evidenciarse que el Estado boliviano en su conjunto, atraviesa por una crisis estructural donde las relaciones entre la aplicación de las normas, el funcionamiento de la policía, la corrupción y los obstáculos institucionales que retardan la justicia en Bolivia, se encuentran en decadencia.

Si bien el ordenamiento jurídico intenta adaptarse constantemente a una realidad cambiante y ha tratado de modernizarse en diferentes momentos a lo largo de la historia del sistema democrático entre 1982 y 2013, las brechas entre lo establecido por la ley y diversas formas que impiden su obediencia son sumamente grandes. Una cosa es lo que está prescrito en el derecho y otra, muy diferente, es lo que el Estado puede hacer desde sus instituciones en materia de ejercicio del poder político para castigar una serie de delitos. En Bolivia persiste un vacío de autoridad estatal al tratar de imponer el orden del Estado de Derecho; además, la sociedad civil se acomodó, de una manera muy lamentable a la vejación de sus derechos humanos y a la ausencia de eficacia estatal para preservar el orden social. Es como si cualquier ciudadano estuviera acostumbrado a pensar que la injusticia predomine, además de actuar con total indiferencia cuando es testigo de diferentes hechos delincuenciales.

Una de las expresiones más claras de violación a los derechos humanos dentro de la democracia en Bolivia es la trata y tráfico de personas. Es por esto que llama la atención y, al mismo tiempo, indigna la difusión de fotografías de niños y jóvenes desaparecidos a través de los diferentes medios de comunicación y las mismas calles en toda Bolivia. Estas fotos marcan una crisis de los derechos humanos en el país, junto con la aparición de diversas situaciones de violencia estructural en los ámbitos urbanos. El tráfico con fines de explotación sexual es lo que determina al crimen organizado en el siglo XXI a lo largo de las Américas y Europa occidental, creándose de esta manera un nuevo tipo de aceptación social muy proclive a la legitimación de la prostitución como negocio global.

Muchos de los casos de trata tienen como origen algunos conflictos dentro del seno familiar pero gran parte de las denuncias sobre jóvenes desparecidos, permanecen en la incertidumbre y a la espera de una intervención efectiva por parte de la policía que, en varias circunstancias, posterga e inclusive obstaculiza las investigaciones judiciales. El aumento de la prostitución como negocio urbano floreciente, junto con la persistencia de una serie de secuestros y abusos para la explotación laboral, indica la urgencia de responder eficazmente a la trata de personas. En el terreno internacional, la trata es parte de algunas redes continentales del crimen organizado, lo cual dificulta todavía más las investigaciones transnacionales, así como la formulación de políticas públicas eficaces para ejecutar un control más drástico entre diferentes países.

La trata de personas fue convirtiéndose en un símbolo que representa el deterioro cosificado de los derechos humanos en Bolivia. Esto significa que cualquier delincuente relacionado con la venta de personas, el ejercicio del proxenetismo o los hombres que buscan su satisfacción sexual aprovechándose de la trata, han reducido toda consideración humana al estatus de una cosa u objeto que puede ser comerciado en el mercado, no solamente como una mercancía más, sino con el aditamento de evitar que la ley y el accionar del Estado protejan los derechos de las víctimas de este delito. La trata de personas es un delito de discriminación y contiene varios aspectos pero, básicamente, se refiere a la comercialización de los seres humanos, ya sean hombres, mujeres o niños donde se evidencia una sistemática crueldad con diferentes tipos de violencia. En varias situaciones, dicha comercialización abre el paso para tratar de desbaratar diferentes mecanismos de trata, desde la captación de personas hasta el transporte, acogida o recepción de las víctimas.

Prácticamente todos los fenómenos de trata y tráfico humano afectan particularmente a los niños, niñas, adolescentes y mujeres jóvenes, aproximadamente entre los ocho y veinticinco años de edad, transformándolos en objetos de lo indigno. La degradación sexual a la que son sometidas las víctimas es, de hecho, una cosificación y los engaños para la esclavitud laboral les quita todo valor como personas con un derecho mínimo a condiciones de vida favorables, sujetas a un salario que sea el reconocimiento del valor de su trabajo. Estas condiciones verifican la violación sistemática de los derechos humanos, junto con el mantenimiento de diversas formas de servidumbre.

La trata de personas expresa, simultáneamente, una profunda crisis institucional y problemas de credibilidad existentes en organismos representativos como el Defensor del Pueblo y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), que tampoco actúan clara y oportunamente para responder a los casos de desapariciones, las cuales van multiplicándose de manera incesante. La trata y tráfico cosifica a cualquier ser humano, perdiéndose de vista o destruyéndose el reconocimiento previo de su calidad como personas. La cosificación de los ciudadanos significa la negación misma de su situación como seres humanos.

El nudo central del problema para comprender la trata y tráfico de personas en Bolivia, reside en la incapacidad institucional del Estado al efectivizar el cumplimiento de la ley, lo cual reproduce actividades delincuenciales que operan con violencia estructural; ésta es causada por un conjunto de estructuras, tanto físicas como organizativas, que no satisfacen las necesidades individuales para el ejercicio de derechos y responsabilidades. Si bien existe una ley integral aprobada en julio del año 2012, con antecedentes que se remiten a 2006, ni la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC), ni el Ministerio Público pueden llevar adelante investigaciones constantes que aseguren la recuperación de las víctimas, la reparación de daños en caso de procesar a los delincuentes, ni tampoco prever futuras acciones para evitar el surgimiento de otros casos que conectan la trata de personas con la explotación sexual y diferentes trabajos forzosos.

Los graves problemas estatales en Bolivia, caracterizados por una desinstitucionalización que estimula la comisión de varios delitos, apuntan principalmente a la pérdida de autoridad política e ideológica para conducir adecuadamente la defensa de los derechos humanos fundamentales, como por ejemplo, el derecho a la vida y las libertades de los ciudadanos. La desinstitucionalización, en el asunto de esta investigación, representa una completa incapacidad para regular el orden social-legal mediante la interpretación y uso efectivo de las leyes, de manera que irrumpen múltiples procesos de indefensión, terminando por destruirse diferentes estructuras de integración social y confianza en el derecho positivo. El hecho de que prosigan varias formas de linchamiento en Bolivia, abusando inclusive de algunas personas inocentes que fueron confundidas con ladrones o malhechores, da pábulo a que los ciudadanos desconfíen de cualquier patrón de justicia.

De manera directa, entendemos por desinstitucionalización la acelerada pérdida de respeto por las normas básicas que están establecidas en el derecho vigente de un país y la descomposición de las reglas de funcionamiento interno para cualquier institución. Si se pierde el respeto por las normas, entonces la violación de éstas es un rasgo permanente que termina por instaurar la arbitrariedad como código de conducta en la vida cotidiana. Todos se aprovechan y alteran las reglas de convivencia, se atacan mutuamente y resuelven cualquier conflicto de intereses o agresiones de manera unilateral, sesgada y directa, sin la participación de las autoridades policiales, judiciales o estatales en general. La desinstitucionalización es la prueba más clara de desorden e injusticias constantes que cualquier persona puede cometer en contra de otra, o ser también afectada por la misma arbitrariedad de aquellos que son más fuertes, influyentes o avezados. En síntesis, la desinstitucionalización sirve para sacar ventaja del incumplimiento de las normas, practicar la llamada viveza criolla, al intentar resolver una serie de problemas y manipular las instituciones para fines estrictamente particulares. Es, además, la consecuencia inmediata del Estado anómico.

Asimismo, los hechos de violencia contra las mujeres quedan constantemente impunes. A pesar de existir una ley para evitar la violencia hacia las mujeres, en Bolivia todo cambio es demasiado lento porque aún persisten formas extremas de feminicidio. La Paz, El Alto, Cochabamba y Santa Cruz son las metrópolis más agresivas contra las mujeres por parte de sus cónyuges o concubinos; por lo tanto, la ley no hizo más que poner en marcha publicidad política, sin profundizar en cómo incidir en las estructuras profundas de una cultura patriarcal que menosprecia constantemente a la mujer como ser humano. En Bolivia, tiene lugar un feminicidio cada tres días, una de las cifras más altas en América Latina. Estos delitos violentos son pruebas evidentes sobre la ineficacia estatal para hacer respetar el conjunto de los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución Política. En consecuencia, la sociedad es víctima de la anomia, es decir, de una casi completa ausencia de reglas claras de conducta, orientación y esquemas de integración que dan como resultado una explosión de conductas desviadas, las cuales ponen en vilo la seguridad personal de los ciudadanos, aún cuando exista un régimen democrático donde se pregone la preponderancia del Estado de Derecho.

De manera central, la trata y tráfico hacen que la desinstitucionalización adquiera un perfil especial porque el negocio ilegal de servidumbre humana y vejación de derechos, ha impulsado una lógica mercantil donde la prostitución en las principales capitales de Bolivia como La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, está ampliamente difundida y aceptada en la conciencia colectiva de la sociedad civil. Al legitimarse la prostitución, se genera un caldo de cultivo ideal para la trata de personas que funciona sin muchas limitaciones, además de aprovechar la indiferencia existente por parte de las autoridades judiciales y policiales.

La trata y tráfico de personas es una de las representaciones más claras de distintas disfunciones en el sistema democrático. La defensa de los derechos humanos de aquellos ciudadanos sometidos a la explotación sexual y laboral se torna en un esfuerzo débil, ambiguo y contradictorio. Por una parte, se diseminan diferentes estereotipos, como por ejemplo, los ideales de éxito inmediato y dinero fácil que los tratantes difunden para engañar a sus víctimas, sobre todo menores de edad. De esta manera, la prostitución de niñas y niños en el país tiene connotaciones que se identifica con actividades de sobrevivencia, pero que cuando se vincula con la trata de personas, los niños o menores son reducidos a objetos de placer, manipulación y burla que la misma sociedad no puede contrarrestar. En entrevistas con familiares de niños desparecidos, se recalcaba constantemente que la pobreza y falta de ingresos, aparentemente habría impulsado a las víctimas a recurrir a cualquier estrategia que, probablemente, atrajo la atención de tratantes.

Por otra parte, el aprovecharse de las condiciones de pobreza, destrucción familiar y marginalidad, hace que los contactos entre los clientes y las menores prostituidas tengan la forma de relaciones de mercado, de lo cual las niñas son las víctimas. La trata de seres humanos, en consecuencia, es una miserable actividad de supervivencia que refuerza la exclusión, discriminación y desórdenes sociales mayores. Los menores son prostituidos como un juego de la calle que en Bolivia empieza a ser considerado inevitable o de baja calaña, dadas las condiciones de crisis económica, moral y familiar.

La desinstitucionalización también marca el nacimiento de un modelo de comportamiento inestable y socialmente amenazador que se halla imposibilitado de poner en funcionamiento la legalidad y la fuerza política del Estado como conjunto de instituciones organizadas. La fuente básica de dicha inestabilidad es la imposibilidad de generar compromisos sociales. En la trata y tráfico de seres humanos, algunas víctimas que escaparon al suplicio de la prostitución y otros familiares cuyas hijas o hijos aún están perdidos, afirman de manera contundente que ni el Defensor del Pueblo, ni la Fiscalía, las Defensorías de la Niñez, u otras organizaciones pro derechos humanos, han manifestado un compromiso abierto y real para solucionar punitivamente el delito.

Si bien la mayoría de lo que hacemos en la vida cotidiana debería estar regulado por las leyes, cuando las conductas colectivas se enfrentan a la violencia y el tráfico de personas, las instituciones que por mandato están obligadas a defender los derechos humanos dejan de trabajar como redes de protección y previsión. Esto destroza la protección estatal y la ciudadanía no se siente resguardada.

En Bolivia, la protección de los derechos humanos está desinstitucionalizándose aceleradamente y se ha distorsionado al mismo tiempo todo objetivo de respeto básico a las garantías fundamentales de libertad y reproducción de la vida; por lo tanto, la trata y tráfico de personas arruina el normal funcionamiento de los patrones predecibles de administración de justicia, especialmente en la defensa de los derechos de los niños, niñas, adolescentes y mujeres entre ocho y veinticinco años de edad.

La característica principal de dicha distorsión se concentra en las pautas de comportamiento de parte de la Policía Boliviana y el Ministerio Público, instituciones encargadas de sancionar drásticamente los delitos de trata de personas. Tanto el accionar de los policías como de los jueces responsables de aplicar la ley, dan lugar a conductas anómalas y abusivas que amplifican la inseguridad de las víctimas de la trata y tráfico. Si bien la institucionalidad democrática supone el ejercicio pleno de las garantías constitucionales, en la desinstitucionalización dominan las normas ilegítimas y autoritarias, posibilitándose la declinación, degradación y posterior desaparición de los Derechos Humanos.

Actualmente se constata un grupo de problemas institucionales, resaltando la politización surgida al interior del Defensor del Pueblo y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB). Si bien estas instituciones tienen un largo trabajo, éste no siempre se caracterizó por la calidad pues existen indicios donde el activismo a favor de los derechos humanos ha sido suplantado por rasgos clientelares, con el objetivo de ganar un espacio de trabajo en el Estado o expresar posiciones ideológicas alineadas alrededor de partidos políticos y ciertos liderazgos, juzgados como la expresión de una opción revolucionaria o progresista.

El fenómeno de la trata en las ciudades del eje central de Bolivia: La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, presenta un conjunto de fronteras movibles que mezclan el comercio de los seres humanos con la prostitución como nueva legitimidad social, admitiendo el ejercicio de la ilegalidad, junto a la delincuencia ligada a los abusos sexuales abiertamente consentidos. Esto hace muy difícil toda campaña o acciones para salvaguardar los derechos humanos desde las organizaciones públicas y civiles que tratan de combatir la discriminación y las injusticias cometidas por el tráfico de mujeres jóvenes, niños y niñas.

En Bolivia deben replantearse algunas propuestas concretas de política pública para mitigar los problemas de trata de personas que ahondan constantemente los lados más oscuros y endebles de la democracia. Se necesita identificar las mejores formas que hagan posible devolver credibilidad y efectividad, tanto al Ministerio de Justicia, la Policía Boliviana, el Defensor del Pueblo, como a la APDHB. El hecho de persistir un mal funcionamiento institucional que obstaculiza el cumplimiento de los objetivos centrales para los cuales fueron fundadas aquellas instituciones, genera una serie de incentivos negativos que prolongan la impunidad al surgir nuevas formas de esclavitud sexual y explotación infantil.

En la medida en que la Policía Boliviana continúa siendo calificada como una institución ineficiente, cargada de escándalos de corrupción, entonces la delincuencia vinculada a la trata y tráfico de personas encuentra un aliciente para operar con seguridad, mediante amenazas a las víctimas y la captura de nuevas personas que convierten el negocio en una actividad muy lucrativa al encontrar pocos límites policiales y judiciales.

Al mismo tiempo, el funcionamiento aparentemente incompetente del Ministerio Público hace que se produzcan otros incentivos negativos porque la justicia no interviene oportunamente para proteger a las víctimas o prever los delitos. La excesiva burocracia e indiferencia en la mayor parte de los casos, se transforman en estímulos para que la Policía Nacional siga actuando de forma improductiva, sentándose las bases para legitimar el delito de trata de personas en todo el país.

Las condiciones de pobreza y carestías materiales nublan las percepciones de algunos grupos sociales que consideran que el negocio de la trata es pragmática, económica, social y moralmente legítimo. La investigación comprobó que la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC) apenas puede esclarecer entre el dos y cinco por ciento de los casos denunciados y, por lo tanto, este fenómeno queda injustamente operando junto con la deslegitimación de los derechos humanos y la desinstitucionalización que está sujeta a una violencia, abierta o soterrada, pero permanente en Bolivia.

Los Gobiernos Municipales, en general, no tienen instrumentos legales y penales para el control de una serie de lenocinios donde se ejerce la prostitución. En algunos casos, una serie de prostíbulos cuentan con la autorización de los Servicios Departamentales de Salud (SEDES) y en otras situaciones, las alcaldías son contradichas por resoluciones judiciales y acciones que inhiben una regulación más eficiente. Lo peor radica en que no se sabe claramente en cuántos lenocinios se cometen abiertamente los delitos de trata y tráfico de personas.

Asimismo y durante algún tiempo, la defensa de los derechos humanos en el país se caracterizó por un conjunto de labores específicas para la recuperación del sistema democrático, debido a la lucha contra los regímenes dictatoriales cuya violencia constituía la destrucción completa de todo el Estado de Derecho. Poco a poco, el panorama del activismo a favor de los derechos humanos fue ampliándose hasta incorporar otras dimensiones relacionadas con la superación de la pobreza, la erradicación de la discriminación racial y otro tipo de políticas que impulsen la inclusión social, la ampliación de más derechos y el fomento de la igualdad entre los ciudadanos.

En la teoría de los derechos humanos, son fácilmente perceptibles las perspectivas propicias para la expansión de los sistemas democráticos luego de la desaparición del comunismo, así como las posibilidades de intervención en el terreno internacional por razones humanitarias. En estos casos, el objetivo final es evitar crímenes contra la humanidad como los genocidios o la explosión de guerras civiles donde ciertas minorías étnicas y religiosas son sometidas a una serie de vejámenes. Simultáneamente, los derechos humanos agregaron una nueva mirada a todo lo que significa el crimen organizado dentro de los sistemas democráticos, lo cual afecta el ordenamiento jurídico en los ámbitos domésticos de varios países. Es aquí donde emerge la trata de personas y las migraciones internacionales, involucrando problemas económicos y otros aspectos como la seguridad en diferentes Estados.

Estos problemas condujeron, sin embargo, al descuido de los derechos básicos de las personas porque se incorporaron factores de riesgo y desconfianza: muchos extranjeros son equiparados a un tipo de enemigo, y justamente por esta razón el tráfico humano está siendo entendido como un negocio altamente provechoso que también abusa de las expectativas por una mejor situación de vida para muchos jóvenes y niños de aquellas familias con problemas de desempleo y búsqueda de oportunidades.

La crisis de los derechos humanos en Bolivia tiende a agigantarse con la trata de personas. A pesar del reconocimiento de múltiples derechos de carácter económico, político y social presentes en la Constitución del Estado Plurinacional (2009), la protección de los mismos choca con la negligencia institucional que hoy caracteriza a la Policía, al Ministerio de Justicia, al Defensor del Pueblo y la APDHB. Estos organismos tienen graves problemas de capacidad de gestión en la práctica, además de estar influenciados por una sobrepolitización, partidización y sesgos de carácter ideológico que perjudican una comprensión más abarcadora de los derechos humanos, así como un nuevo activismo para la defensa de éstos. El Defensor del Pueblo y la APDHB han sido cooptados como agencias de empleo e identificación con el partido de gobierno, el Movimiento Al Socialismo (MAS), hipotecando, por lo tanto, varias de sus acciones como instituciones imparciales que tendrían que privilegiar la defensa de la sociedad civil, que hoy está abandonada en la humillación sutil de los derechos humanos. La trata de personas se transfigura en un indicador de baja calidad de la democracia fomentando la existencia de una doble moral para enfrentar el problema: por un lado, la policía y la sociedad en general aceptan la prostitución en los hechos aunque la condenen por medio de un discurso moralista; por otro lado, la repetición de los delitos de trata hace que las propias víctimas sean vistas, en un principio, como culpables.

Por crisis de los derechos humanos se tiene que identificar al conjunto de procesos reiterativos de violencia y amenazas a la seguridad personal de los ciudadanos, quienes se ven imposibilitados de confiar en el sistema judicial para llevar adelante una serie de debidos procesos en la búsqueda de justicia, ejercicio pleno de sus derechos reconocidos en la Constitución y protección de parte de los órganos policiales.

En la trata y tráfico de personas existe un factor adicional de dicha crisis porque la explotación sexual y laboral, muchas veces es pensada como una aceptación voluntaria, cuando en el fondo brota una indefensión por parte de las mujeres jóvenes, niños, niñas y adolescentes que son víctimas la manipulación y la arbitrariedad. Frente a estas circunstancias, el miedo a denunciar los hechos, junto con la retardación de justicia, hace que se refuercen los prejuicios hacia los seres humanos traficados y explotados, al considerárselos como malvivientes o lacra social (especialmente para los niños y jóvenes de la calle), cuando en realidad son solamente el resultado de una sociedad y Estado anómicos.





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